Entonces, poseídos por clasismos megadelirantes redireccionan en septiembre del 73 sus arsenales de conspiración y odios. Es que no podían permitirse prolongar por más tiempo sólo el sabotaje; mil días confabulando resultaron extenuantes; había llegado la hora de “hacer patria, señores”, y no podían permitirse disparos a la bandada. Por esta razón, la mira es teledirigida esta vez hacia un solo blanco: el Presidente Allende. ¿La razón? Éste representaba la inminente y “terrorífica” amenaza de restituir la dignidad humillada de millones de desheredados y la consiguiente pérdida de la propiedad vitalicia de una teta insoltable y privativa de una casta de privilegiados “sin apellidos mapuches”.
Fueron mil días. Sí; mil días para un pueblo constructor de sueños. Mil días de resistencia moral contra un boicot maquinado por la oligarquía interna y externa. Mil días en que los olvidados de Chile, junto a su Presidente, y en ejercicio de un derecho radicalmente humano, se expresan como ciudadanía y opinión pública proclamando al mundo una plegaria insoportable para los polit(e)ólogos burgueses del Opus y la civitas dei: “¡Hágase por fin tu voluntad aquí en la tierra! ¡Tráenos tu reino de justicia e igualdad!” Tal “herejía” no podía, bajo ningún punto de vista, permitirse en esta tierra “orgullosa” de su condición “cristiana”. Tal “herejía” anunciaba desde las derechas una reacción rabiosa y copiona de la Inquisición.
Por ello, Augusto -el “ungido”- y sus legiones cayeron no se sabe desde qué cielo como ángeles de la injusticia para arrojar sus clasismos envenenados contra nuestro Presidente y nuestra bandera y para clavar sin misericordia sus sables traidores en la garganta de nuestros derechos fundamentales y de las instituciones de la República, dejando a su paso una estela de lutos, ausencias y soledades que castigan a muchos/as hermanos/as hasta el día de hoy. Y todo ello refrendado por una impunidad “creyente”, hecha con huincha de sastre a la medida… o “en la medida de lo posible” en favor de un puñado de intocables, por cierto “superiores” a unos ciudadanos sin influencias de tercera y cuarta categoría que pagan con cinco años por robar pan para comer.
Nota espiritual de cierre
Una buena parte de la Iglesia estuvo, moralmente, a la altura de las circunstancias pues tomó parte por las víctimas del golpe del 73, en especial Silva Henríquez. Sin embargo, a la par de ello, y en el seno de la curia, nunca dejó de hacer oír su voz cómplice el catolicismo anti-comunista, reaccionario y golpista. Sólo como un modo de aportar con un téngase presente ante visiones unilateralistas (funcionales al catolicismo golpista que odiaba y odiará por siempre a un Allende “ateo, comunista y masón”), cito:
La Conferencia Episcopal emitió en abril de 1978 una Orientaciones Pastorales para 1978 – 1979 – 1980 que tituló ´La conducta Humana´. Hay un párrafo en este documento en que “se agradece el servicio prestado al país por las FF. AA. el 11 de septiembre de 1973”.*
* Boye S., Otto, La no-violencia activa, camino para conquistar la democracia, Instituto Chileno de Estudios Humanísticos, Editorial Aconcagua, 1983, p. 93.
Noé Bastías
Profesor de Filosofía