Noviembre 16, 2024

Buenas y malas costumbres

La democracia es el gobierno del pueblo, por el pueblo, para el pueblo, dicen que decía Abraham Lincoln.

La democracia —que surge de la idea de que sí los hombres, y mujeres, son iguales en cualquier respecto, lo son en todos—, es la forma de organización social y política que defiende la soberanía y el derecho del conjunto de la ciudadanía a elegir y controlar a sus gobernantes. Pero la democracia está siempre sometida a las tensiones de poderes que intentan contrarrestar la soberanía ciudadana. Es por esto que se dice que está en permanente construcción, que la democracia precisa su permanente profundización, que los males de la democracia sólo se arreglan con más democracia. Y que la ciudadanía democrática, debe estar en permanente alerta para defender su derecho soberano y frenar esas otras fuerzas que lo intentan conculcar.

 

 

Ya hemos superado los tiempos en que se permitía votar a sólo una parte de la población. Las mujeres en Chile conseguimos ejercer plenamente el derecho a voto recién en el año 1952; y la participación de la población menos instruida ha sido bloquear de múltiples maneras, encubiertas o explícitas, como la propuesta impresentable de conceder voto doble a los más cultos con el fin de corregir el “degenerado sufragio universal” (así fue calificado en esos tiempos por sus detractores). Este mismo vergonzoso y abusivo propósito es el que subyace a la intromisión del dinero en la política, tanto así que antes era imposible llegar a la presidencia o al congreso sin poseer fortuna familiar y provenir de la clase acomodada. Son diversas las formas en que la minoría privilegiada se ha intentado imponer sobre la mayoría durante la historia de la democracia, incluyendo nuestro país y Región de Aysén, y ese conjunto de formas es lo que denominamos “cohecho electoral”.

En Chile, la compra de votos fue una práctica muy frecuente, antes, durante y terminado el proceso electoral. Los patrones solían acarrear a sus trabajadores e inquilinos con la instrucción de votar por un candidato determinado bajo la amenaza de despido, de otros castigos y con el estímulo de algún beneficio. Estas negativas costumbres incluían la consabida empanada y vino tinto al regreso del sufragio, la entrega de un zapato antes y el otro después de la elección, y la marca del voto para controlar. De ahí viene, porque estas malas costumbres tienden a volver modernizadas, que hoy esté prohibido fotografiar el voto y usar el celular mientras se vota y la misma existencia de la “cámara secreta” busca resguardar la libertad para que la soberanía ciudadana pueda expresarse.

El poder coercitivo para conseguir el voto se sigue ejerciendo de diversas maneras —todas reñidas con la ética e ilegítimas, algunas abiertamente ilegales—, y es responsabilidad ciudadana rechazarlo. Una de ellas, y tal vez la más criticable pues genera “clientelismo”, es la intervención que proviene de las atribuciones ejecutivas y legislativas que busca captar deliberadamente el voto a cambio de la oferta de bienes y servicios de alguna función pública.

En Chile, hemos regulado bastante el vínculo de dinero y política y de función pública y política, y toda forma de cohecho está tipificada como delito aunque con cada evento eleccionario, las prácticas de cohecho vuelvan a aparecer y sean difícil de fiscalizar. Es oportuno insistir: es ilegal entregar cajas de mercadería, bicicletas, pelotas, ampolletas, bolsas de leña, prendas de vestir, entradas a eventos, etc., así como es ilegal ofrecer el pago de cuentas o la influencia en trámites, o incluso buscar el agradecimiento por servicios públicos para comprometer a los electores.

Varios de los parlamentarios que han sido cuestionados y procesados recientemente, se han justificado poniendo “carita de ángel” y aduciendo que solo hicieron algo que es habitual, desconociendo descaradamente la ilegalidad de sus actos. Lo sabemos: entre las cosas más difíciles se encuentra cambiar los malos hábitos y los vicios y a veces, para superarlos es bueno abrir las ventanas y dejar que entre el aire más fresco.

Para recuperar la confianza en la democracia y la esperanza de lograr una mejor sociedad, es importante ser rigurosos y erradicar toda forma de cohecho. La ciudadanía tiene el deber de exigir a los aspirantes al parlamento una evidente conducta ética y legítima, acorde con esa futura función legisladora y fiscalizadora.  

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