Fue una agradable e inesperada sorpresa el veredicto del Tribunal Constitucional favorable a la nueva legislación que despenaliza el aborto en tres causales. Como era previsible, sus fuertes y poderosos opositores quedaron disconformes, olvidando tal vez que esta ley no obliga a nadie a hacer lo que no desee. Sólo lo permite a quienes lo necesitan.
Gracias al proyecto enviado por la Primera Mandataria, discutido por años antes de su aprobación por el Congreso Nacional, y ahora ratificado por ese tribunal del cual muchos desconfiábamos, Chile entra al mundo civilizado al avanzar en los derechos de la mujer a decidir sobre su cuerpo. Y nosotras… recuperamos dignidad.
El legislador ya no nos impondrá seguir adelante con un embarazo en tres casos extremos. El primero, que pone en peligro nuestra vida, o “aborto terapéutico”, sólo lo hemos recuperado, ya que desde el siglo 19 estuvo vigente al menos como problema de salud.
Sólo un cerebro gris tan retorcido como el del abogado Jaime Guzmán pudo sacarlo de la Constitución pinochetista, y a continuación, su seguidor el Almirante José Toribio Merino y el poder fáctico del obispo Jorge Medina lograron maliciosamente introducir la abolición de toda interrupción del embarazo días antes que el dictador abandonara La Moneda.
Lo nuevo son las dos últimas causales, que ahora se podrán detener bajo debidas medidas sanitarias aquella gestación diagnosticada médicamente como vida fallida y finalmente, la que provenga de la violación del cuerpo femenino.
Se hace difícil de creer que esta última causal fuera la que mayor reparo provocó entre sus detractores. Que haya quienes no vean la gloria de la maternidad como el fruto del amor y del consentimiento mutuo de la pareja y, por el contrario, obliguen a la mujer a soportar pasivamente una violación, es decir, ser un objeto de placer, satisfacción sexual animal o venganza del macho, parece increíble en un mundo que desde hace dos mil años predica el amor al prójimo, al hermano, y en el último tiempo, la igualdad. Las prácticas de tiempos de guerra con la mujer de botín debieran desterrarse para siempre.
Con esta nueva legislación que permitirá a quienes así lo deseen discontinuar los embarazos cargados con algunas de estas taras, se estará disminuyendo la llegada al mundo de seres frágiles incapaces de desenvolverse solos en la jungla de cemento o de niños o niñas no deseados que son probables huérfanos de orfanatos y potenciales delincuentes juveniles.
La crianza de un niño bajo el cariño indispensable de la madre y el calor de un hogar es la mejor, la única que lo preparará para una vida digna de un ser humano capaz de aprovechar las oportunidades de crecimiento en cuerpo y espíritu.
La interrupción del embarazo debiera contemplar horizontes más amplios que estas tres causales. Las parejas, y sobre todo, la mujer, deben poder planificar su familia según cuántos hijos o hijas puedan criar en buenas condiciones de acuerdo a su vocación de madre, convicciones religiosas o morales, estado sicológico o situación económica.
Y por eso, hace seis décadas las mujeres dieron la gran lucha por la planificación familiar, el uso de anticonceptivos y en los últimos años, por la píldora del día después (introducida en Chile por Bachelet como ministra de Salud). Es costoso criar hijos. Para muchas madres, imposible y por eso sabemos de tantos bebés abandonados en portales de iglesias, de fetos en la basura o de madres desesperadas que se suicidan con su bebé en brazos.
Gracias Michelle, que sin declarar un “gobierno feminista”, ha hecho tanto por nosotras, las mujeres de su país, como esperábamos cuando desembarcó de ONU Mujeres hace cuatro años.
En su primer gobierno, por la jubilación para la dueña de casa (dentro de la Pensión Básica Solidaria). En el segundo, terminando con éxito, con la debida aprobación parlamentaria, los proyectos del Ministerio de la Mujer, la Ley de Cuotas (que exige un 40 % de candidatas mujeres en toda elección a puestos de representación), y ahora devolviéndonos mejorado, aunque aún limitado, un aborto legal.
Gracias, también a todas y a todos que lo hicieron posible.