Puntos de ingreso a la lectura
La última y prolongada crisis en la República Bolivariana de Venezuela ha desatado apasionadas expresiones, tanto de rechazo como de incondicional apoyo al Gobierno.
Las comparaciones han sido profusas, especialmente con los luctuosos sucesos que protagonizaron los militares chilenos, en santa alianza con políticos, intelectuales y empresarios de indesmentible anilina reaccionaria. Si bien, Chile se inscribe en la borrascosa historia del continente, comparar (aunque sea mecánicamente) lo sucedido con Allende con lo que afecta a Maduro, no resulta una respuesta totalmente satisfactoria.
Para la década del setenta la Guerra Fría estaba en su pináculo. La bipolaridad se manifestaba en toda su grandeza. La división del mundo no podía ser más diáfana. Por un lado estaba el “Oso Ruso”, oculto tras la “cortina de hierro” y; por el otro se erguía el “Tío Sam”, abrigado con misiles y napalm. Uno defendía al proletariado y el socialismo; el otro no cedía en defensa de la libertad y el occidentalismo. Entremedio estaba un pequeño grupo de países autodenominados “no alineados” y un muchacho universitario escribía en un muro de Praga “¡Lenin, despierta se han vuelto locos!”. El sudeste asiático vestía al campesino de guerrillero para aplastar el colonialismo y, en Sudamérica se encendían focos guerrilleros inspirados en la lucha anti-imperialista de la Sierra Maestra.
La pregunta que surge es cuánto de eso queda; al parecer muy poco, al menos el “Oso ruso” ya no defiende al proletariado, ni menos al socialismo; no obstante continúan las contradicciones con Washington y, al parecer, en buena parte impresionan como de inspiración geopolíticas. Lo mismo ocurre con otras “esferas de poder internacional”, como Europa, Japón y China. Es muy probable que este rasgo sea común al pasado bipolar; pero hoy el dominio o avance geopolítico está encaminado a fortalecer el sistema capitalista.Esta última referencia obliga a cautelar en el análisis de la crisis venezolana.
En otro orden, la memoria del intervencionismo político-militar norteamericano en tierras latinas, inhibe relativamente cualquier deseo musculoso del algún parásito del Salón Oval. Serían factores de esta contención algunos éxitos de manejo interno mostrados por los gobiernos nativos. Recordemos, por ejemplo, la “ejemplar” transición política de Chile, cuya esencia se encuentra en el “arte de lo posible” y el compromiso de las capas sociales y partidistas por no agitar aguas. Asimismo es muestrario de estos éxitos (y del que la izquierda chilena mantiene silencio sepulcral) es la pacificación de Colombia que implicó el inicio de la extinción de la guerrilla más longeva del continente. A estos “éxitos” político-militares se debe sumar el vasto (amplísimo) concierto de las élites en torno al modelo económico mercantilista.
En otras palabras, estaríamos ante una maduración potente de las castas hegemónicas del continente, por consiguiente no se necesitaría (¿aún?) de la axiomática intervención yanqui.
Solo, constatando estos elementos es que estimamos riesgoso creer que estamos en período de guerra fría y que la contradicción está entre socialismo y capitalismo como se creyó en los años sesenta y parte de los setentas.
Por todo lo expresado, se hace necesario descubrir plenamente las contradicciones de hoy y con ello iniciar la construcción de un mejor juicio político.
Mirando el hoy…pero atento al retrovisor.
El proceso venezolano se debe contextualizar, tanto desde una perspectiva histórica, como desde el presente, la crisis socio-política que vive el país.
En lo histórico basta recordar los gobiernos de Juan Vicente Gómez (El “Tirano Gómez”) que gobernó 27 años y, el de Marcos Pérez Jiménez (1952 -1958) para percatarnos que durante el siglo XX Venezuela no fue una excepción en Sudamérica. Si, a su vez, sumamos aquellos gobiernos elegidos por el eufemismo de “elecciones indirectas”[1] se refuerza la idea de una democracia apretujada.
Además, desde mediados del siglo pasado predominó un bipartidismo hegemónico[2] representado por Acción Democrática y el socialcristianismo del COPEI. Ambos bloques se turnaban para manejar el país y terminaron siendo responsables directos del progresivo empobrecimiento de la sociedad popular venezolana[3]. Perjuicio intensificado por las medidas neoliberales aplicadas ante la crisis petrolera.
Asimismo, la represión ha estado presente (no podría ser de otro modo) en más de una ocasión en las calles venezolanas. Durante el segundo gobierno “democrático” de Carlos Andrés Pérez (1989-1993) fruto de las medidas económicas (nacidas en el Fondo Monetario Internacional) hubo una potente respuesta popular, controlada exclusivamente con la represalia policial. Este luctuoso hecho fue el Caracazo que implicó protesta y muerte en la capital venezolana, todo ello bajo un régimen certificado como democrático. Sin caer en empates de “maldades” no olvidemos los pasos golpistas del comandante Chávez contra el gobierno corrupto de Carlos Andrés Pérez, acción que lo llevó a prisión.
Todo lo anterior, más un par de golpes de Estado y otras tantas rebeliones y conatos militares, nos muestra un ángulo histórico tan o más convulsionado que en el resto del continente. Luego, no debiéramos sorprendernos (casi hasta la histeria) con la actual situación del país de Bolívar.
A su vez, en tiempo corto,la Asamblea Constituyente surgió en un contexto social, económico y político muy desfavorable para el gobierno de Maduro. Y, además bajo un fuerte rechazo nacional e internacional. Se instaló esta Constituyente como respuesta a la crisis política y con ese carácter impresiona más como defensista del gobierno que como iniciativa política que rompa con el asedio que vive. En esta idea hay que detenerse un par de párrafos.
Hablar de gobierno y de régimen como una sola categoría institucional es un error conceptual. Un régimen político es un conjunto de políticas públicas, medidas económicas, programas sociales, leyes sectoriales, e incluso propuestas constitucionales. En sustancia un régimen tiende a ser hegemónico, sin por ello rechazar o resistir otro tipo de expresiones políticas. En cambio, un gobierno (por definición) debiera ser temporalmente acotado y actuar dentro de las fronteras, establecidas por el tipo de régimen vigente. La experiencia política chilena, de los últimos veinticinco años, nos ilustra al respecto: rotación de gobiernos en el marco de un régimen autoritario y excluyente.
Regresando al tema. La iniciativa constituyente como réplica defensista del gobierno es rechazada por un variopinto bloque opositor; el que (a su vez) convoca a otro evento de expresión ciudadana tan o más masivo que la Constituyente lo que vino a dibujar un especie de empate de fuerzas o impasse de las fuerzas en pugna. En este tipo de situaciones quien corre mayor riesgo de perder fuerzas es el detentor del poder político. Y, entre más tiempo transcurre, mayor es la posibilidad de perder apoyo. A Maduro pareciera que el momento de salir golpeando se le agotó. No ha sido capaz de conservar lealtades y algunos sectores de las izquierdas venezolanas, entre los que hay chavistas, han emigrado al abanico opositor sin por ello cuestionar totalmente el régimen. No obstante, podría suceder que la terca postura gubernamental termine por comprometer la validez del chavismo.
La Constituyente como salida “defensista” no podrá dar respuestas políticas a la crisis; las que entregue serán siempre insatisfactorias para la oposición. También podrá construir salidas de fuerza que incluya destituciones a personeros civiles y, ocasionalmente, a efectivos militares.
Estas medidas harán que la oposición social y también la política se irriten aún más, clausurando o haciendo más difícil una solución a la crisis venezolana, que hace ratos dejó de ser pacífica.
La especificidad de la violencia en la crisis de Venezuela.
Deberíamos caracterizar el tipo de violencia que asola el país. No deberíamos caer en las acostumbradas locuciones de violencia terrorista, fascista, mercenaria, extremista, etc. Hacerlo sería un simplismo egoísta con la historia[4]. A su vez, tentarse con darse una caracterización definitiva es poco serio, especialmente por lo cambiante de la situación.
En torno a la “violencia” existen muchas significaciones las que dependerán de su origen y de quién la práctica. Así tenemos la violencia de masas o social; la violencia revolucionaria; la violencia terrorista civil o de Estado; etc. Por ende el camino de consenso, para caracterizar la violencia que desuela la sociedad venezolana, es extremadamente difícil. Unos hablarán de violencia terrorista del Estado; otros de violencia fascista contrarrevolucionaria; los de más de allá que es legítima porque se defiende un proceso de cambios en favor del pueblo; los de acullá alegarán (alegan) que se busca blindar una dictadura; etc. Ante esta diversidad de sentidos apadrinar analíticamente una u otra opción es poco aportativo. Por tanto el camino escogido es reconocer hechos y a partir de eso ayudar a construir opinión.
A simple vista o con ojos de TV, la imagen es de un caos irreversible. Sin embargo, al revisar la prensa local esta catástrofe se atenúa bastante. La información escrita transita libremente, dando cuenta de las tareas y objetivos de la ANC, de las actividades de la Oposición y de las disparatadas declaraciones de Trump. Tomada esta precaución debemos tener cuidado en emitir opiniones infundadas.
Sin embargo, el más de un centenar de muertos, muchos de ellos jóvenes, nos habla de un clima de lucha callejera, fronterizo a un tipo de insurgencia social, que el gobierno no ha sido capaz de sofocar, contener o neutralizar. Estos daños directos (no colaterales) causados por la represión estatal no quedarán en el olvido.
Hoy, el papel de la memoria media en el quehacer político presente y futuro; de forma que el anti-madurismo estará por mucho tiempo actuando. A veces en superficie, en otras horadándola, pero siempre actuando. Esto debe tenerlo presente el Gobierno. Esto debe estar presente en los análisis de las izquierdas nativas y continentales. La política de exterminio al enemigo, al opositor o al contrincante a ningún régimen, ni menos gobierno, le ha dado resultado.
Más profunda es la huella histórica; más potente es la memoria colectiva, cuando ésta surge del accionar masivo. La masividad es una de las características en la violencia venezolana. La ejercen grandes grupos de personas, por consiguiente de mucha transversalidad social de forma que el recuerdo quedará en todo el sociale corpus. Este hecho convierte la reconciliación o el consenso social en un imposible tanto en el presente como en el futuro. No serán los cambios sociales, políticos, económicos o de cualquier otro orden los que borren la memoria. La historia nos ha enseñado, a veces con mucha crueldad, que suelen ocurrir las restauraciones ancladas en el “peso de la noche”. Así es como asoma en el horizonte la lógica gramsciana de una revolución pasiva que no implica pasividad de los revolucionarios. Se trata de lograr un consenso social que cubra desde posiciones pasivas como activas[5]. Es en función de este último concepto mencionamos la no pasividad de los revolucionarios. Será en esta condición que radicará el éxito y perduración de los cambios y el camino para evitar la restauración cualquiera sea su tipo.
La experiencia chilena y la venezolana: ¿vidas paralelas?
Es complejo establecer una perspectiva de semejanzas y diferencias entre ambos procesos, sin embargo para una mejor comprensión de lo que ocurre actualmente podemos validar esta metodología comparativa.
En primer lugar, a modo de relevar las diferencias entre uno y otro proceso, es preciso considerar los contextos en que se da la experiencia venezolana y chilena, la experiencia de la unidad popular tiene un componente histórico muy distinto al proceso político que culmina con la llamada revolución bolivariana, en Chile a partir de la década del sesenta la revolución cubana impacta de manera distinta que a Venezuela, la izquierda chilena tiene una relación muy estrecha con el desarrollo de una actor altamente relevante en la historia del siglo XX, este actor es el movimiento popular, con una gestación de casi de un siglo, el movimiento popular en Chile, es la cuna de los partidos de izquierda; el partido comunista y el partido socialista, nacieron de los movimientos obreros y populares, a diferencia de Venezuela en que los movimientos sociales y en particular el movimiento obrero, son una parcela de Acción democrática, Coppei, y otros partidos del status. Por otra parte, en la década del sesenta el impacto de la revolución cubana y su estrategia, el foquismo revolucionario, es mucho mayor en Venezuela que en Chile, en Chile la formula castro-guevarista es marginal, y la izquierda tradicional es la hegemónica a tal punto que al transitar por la vía institucional logran llevar a Salvador Allende a la presidencia de la república el año 1970. Ahora, la respuesta que en Chile y Venezuela y A. latina en general tiene la política de EEUU, es similar, en cuanto a contener la influencia de la revolución cubana en el contexto de la guerra fría en el continente, primero con la fórmula de la alianza para el progreso y luego y en paralelo con la estrategia de la contrainsurgencia y los golpes de estado a partir de 1964 en Brasil.
El Chavismo, en Venezuela no es ajeno al peso y la historia del caudillismo y los cuartelazos militares de distinto signo, si tuviésemos que comparar al chavismo con algo en A. Latina es necesario remitirse al peronismo o al régimen peruano de Velasco Alvarado, pero no al gobierno de la unidad popular ni menos al liderazgo de Salvador Allende, el Chavismo es por esencia un movimiento nacionalista con base militar y un clientelismo popular el cual fue muy bien aprovechado por Chávez, debido a la bonanza económica que significó por un tiempo los altos precios del petróleo en los mercados internacionales, pero el chavismo no es un movimiento popular con una perspectiva ideológica de izquierda, el desarrollo de su proyecto tiene demasiadas contradicciones tanto en el plano nacional, (la corrupción y una casta gobernante boli-burguesía) como internacional, la inalterada relación comercial con los EEUU, respecto del petróleo, a diferencia de lo ocurrido en el proceso chileno de la UP, el cual estuvo asediado desde un principio por el sabotaje político y económico permanente del imperialismo, todo ello hace muy compleja la caracterización de este proceso, porque además surge en un momento de la historia en que ha desaparecido del escenario internacional la pugna política, ideológica y militar que significó la guerra fría.
Hay eso sí, otro elemento que en algo asemeja al proceso de la UP en Chile y a la revolución bolivariana, y es el rol que en ambos procesos han jugado los efectos que por medio de las políticas económicas redistributivas, las políticas cambiarias, y el excesivo control estatal, en la producción y distribución de bienes y servicios, estos, impactaron en vastos sectores medios de la población, esta situación en ambas experiencias han desatado procesos inflacionarios imposibles de controlar, cuestión que ha golpeado a importantes sectores de la población, los que, en uno y otro caso han provocado el alejamiento de las capas medias y en momentos de crisis, como el vivido en Chile a partir del año 71, y el actual de Venezuela, una oposición activa por parte de estos sectores, la que fue –en el caso chileno- una importante base social de apoyo de los golpistas, cuestión que se repite en la Venezuela del presente.
[1]Durante el siglo XX hubo cuatro mandatarios elegidos por el Congreso.
[2]El llamado Acuerdo “Punto Fijo”, entre AD, COPEI y URD, comprometió a los tres bloques a defender la institucionalidad, prescindir de la fuerza para alterar un resultado electoral, constituir siempre gobiernos de unidad y, lo más gravitante, a presentar invariablemente un programa mínimo común. Cabe indicar que este pacto dejó fuera al Partido Comunista local. Con este acuerdo político se dio origen a la llamada IV República; y este acuerdo habría sido la razón de haberse iniciado la lucha armada “contra el gobierno de Rómulo Betancourt, quien junto con Rafael Caldera y Jóvito Villalba, habían firmado el pacto de Nueva York, el 9 de diciembre de 1957, solicitado por el departamento de Estado estadounidense, posteriormente conocido como el pacto de Punto Fijo, firmado el 31 de octubre de 1958 en Caracas, con la idea de alternarse la presidencia entre los tres partidos, aislar y reprimir a los partidos de izquierda, como el Partido Comunista de Venezuela (PCV), y los sectores de izquierda que militaban en Acción Democrática, que luego conforman el Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR), y posteriormente también el Movimiento Electoral del Pueblo (MEP)”. Memorias del Frente Guerrillero José Antonio Páez. Abreu, Hernán. Página 21. Serie Testimonios. Editorial El Perro y la Rana. Caracas 2010. República Bolivariana de Venezuela.
[3]Los gobiernos abrigados con el Pacto “Punto Fijo” no estuvieron exentos de oposición violenta. Algunos de estos episodios fueron las asonadas cívico-militares de Puerto Cabellos, Carúpano en contra del gobierno de Betancourt. “La Guaira, Carúpano y Puerto Cabello se alzaron en armas contra el gobierno”. Ver en http://i200.cnh.gob.ve/pdfs/1962.pdf.
[4]Hoy el “ordenamiento mundial” ha cambiado. Estamos lejos de la bipolaridad político-ideológica que campeó en el mundo a partir de la segunda Guerra Mundial. El “enemigo interno” y el “agente trotskista” han sido sepultos por otro tipo de peligros.
[5]Hegemonías, Sujetos y Revolución Pasiva. Balsa Javier. Páginas 38 – 39. CELA, Centro de Estudios Latinoamericanos. Panamá. 2007
Dr. Carlos Sandoval Ambiado
Profesor Departamento de Historia
UMCE
Alejandro Núñez Soto
Licenciado (c) Ciencias Políticas.
UAHC