Cuando el Frente Amplio saltó al escenario político chileno hubo muchos en los partidos tradicionales de la izquierda que vimos este fenómeno con considerable interés. Surgido a partir de las demandas estudiantiles con líderes provenientes del movimiento universitario como Giorgio Jackson de la Universidad Católica y Gabriel Boric de la Universidad de Chile, este nuevo movimiento en la arena política parecía traer un aire fresco en un ambiente marcado por el rancio olor de la corrupción y de las transacciones políticas. Para el sector de izquierda al interior del Partido Socialista, se trataba de la emergencia de un nuevo elemento que eventualmente podía contribuir a reconstruir un polo con propuestas más radicales al cual el PS, empujado por sus bases y sus sectores más consecuentemente izquierdistas, podría sumarse en un momento futuro.
Los más entusiastas en la izquierda hacían la comparación entre estos jóvenes dirigentes y los que en los años 60 habían surgido como señeras figuras del entonces también atrayente Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR). Nombres como Miguel Enríquez, Bautista Van Schouwen, Luciano Cruz, más allá de que uno pudiera o no haber coincidido con sus posiciones en ese momento, venían a la memoria al ver el accionar de estos jóvenes que—ciertamente en otro contexto—venían en estos días a “sacudir el bote” como se diría por estos lados. Y todos coincidíamos en que ese sacudón era ya largamente esperado y urgentemente necesitado.
Posiblemente por esa misma razón los recientes escándalos—porque eso es lo que son—en torno a los manejos del Frente Amplio en relación a la nominación de sus candidatos, han causado primero cierta sorpresa y finalmente decepción: resultó que estos jóvenes dirigentes, en particular al parecer Giorgio Jackson, no actúan de un modo muy diferente al de los viejos y desacreditados políticos que se hacen zancadillas entre ellos a fin de obtener una mayor posición de poder y que en la persecución de sus fines individuales pueden recurrir a prácticas prestadas del stalinismo. Prácticas como el amiguismo resultaron ser el sello del joven Jackson. ¡Vaya decepción! El Frente Amplio, por lo demás de manera torpe, se ha disparado a los pies. De modo incongruente, si uno considera que se trata de políticos jóvenes pero bien preparados intelectualmente, han hundido a su nave incluso antes de que ella zarpara. Probablemente el Frente Amplio pase ahora a la historia como el primer movimiento político que colapsa antes de llegar a probarse, una alternativa política que muere antes de nacer.
Por otra parte, el caso más reciente—el veto a la candidatura de Alberto Mayol—sirve además para ilustrar otros aspectos de la cultura y la conducta social chilena, en específico respecto de temas éticos. Por lo que se ha informado, el veto a Mayol vino por un mensaje que envió a la otra candidata, Natalia Castillo, que esta última calificó de violenta. Habiendo leído el texto, es difícil encontrar violencia alguna, aparte de un cierto lenguaje belicoso que es por lo demás habitual cuando un intercambio político se hace un poco agitado.
Lo que sucede es que en Chile parece estar permeando también una perniciosa actitud social por parte de personas que se ofenden por todo y muy fácilmente, personas a las que aquí en Norteamérica se las llama snowflakes (copos de nieve), gente de epidermis muy delicada. Pero resulta—y parece que la candidata Castillo no se ha dado cuenta de ello—que en política hay que tener el cuero muy duro. Personalmente, habiendo estado envuelto en el quehacer político desde los agitados años 60, eso es lo primero que cualquiera que quiera desempeñar un rol en política debe aprender. La política no es un arte delicado, por el contrario, a uno le van a decir “pa’tu madre”, como decía una amiga mía también con larga experiencia y consiguiente piel dura. Por cierto ello no es luz verde para el insulto gratuito o para referencias ofensivas o ataques personales de corte racista, de burla por alguna discapacidad, o de discriminación por sexo, orientación sexual o edad, pero fuera de eso, que es muy acotado, todo lo demás vale. La política es—si se la puede caracterizar así—un “deporte sangriento”; no entenderlo así es estar en la actividad equivocada, como también se estará mejor en otra parte si es que uno tiene la epidermis delicada. Por lo demás cuando uno está bajo ataque siempre queda la oportunidad de replicar con inteligencia y no correr a buscar refugio en la protección de algún amigo. Para respuestas inteligentes me quedo con una de Pierre Trudeau, padre del actual primer ministro canadiense, que en una ocasión en que le llovían los ataques, con toda tranquilidad replicó: “me han dicho cosas peores, gente mejor…”
En principio el aspecto conductual y sus implicancias éticas no puede estar ausente de la política, pero en esto se corre el riesgo de caer en dos enfoques extremos que hacen muy poco por mejorar la calidad de la política. Por un lado, una laissez-faire con cierta dosis de cinismo que se traduce en la expresión “si todos lo hacen, qué tiene de malo” que, no en esos términos, pero sí en esa interpretación, fue argumentado por los dirigentes de la UDI cuando se reveló sus ilícitas formas de financiamiento. Desafortunadamente gente de la izquierda cayó en lo mismo: Fulvio Rossi con sus pedidas a SQM, o doña Miriam Olate alegando con cara muy dura que su extraordinaria pensión obtenida ilegalmente era algo que se merecía. Pero también está ese otro extremo, una suerte de moralismo de capilla que entonces empieza a ver el mal en todas las cosas. Ni el fútbol se ha escapado de esa moralina santimoniosa, recuerdo que cuando el jugador Vidal tuvo un accidente automovilístico y además manejaba con más alcohol que el debido, hubo quienes querían que el entrenador no lo incluyera para el partido siguiente. Típica tontería moralista, el accidente del jugador no había dado muerte ni herido a nadie, y el único daño fue para el auto de lujo del futbolista, por lo demás manejar bien no es un requisito para ser un buen jugador. En política se da a veces el caso que quienes quieren sentar un ejemplo exageran la medida y—peor aun—corren a veces el riesgo de pasar por hipócritas. Precisamente lo que ha ocurrido con el Frente Amplio cuyos dirigentes empezaron por vetar primero a Alejandro Navarro por el pecado de haber pertenecido a la Nueva Mayoría, también se negaron a cualquier entendimiento con Marco Enríquez-Ominami, luego vetaron al ecologista Mariano Rendón, y ahora han tenido este problema con Alberto Mayol que mal que mal fue uno de sus precandidatos presidenciales con una propuesta programática que a mi juicio era más articulada y consistente que la de la triunfadora en la primaria.
Esto de poner vetos a la gente que no les gusta a los dirigentes hace que en definitiva el Frente Amplio haya empezado de un modo muy equivocado. Uno bien puede decir que de Frente Amplio ha pasado a Frente Angosto. Una lástima realmente.