La historia de la izquierda se verá exigida a sumar a sus derrotas, esta que propone con una pasión digna de encomio el Frente Amplio.
Lo que de perfil parecía una iniciativa que buscaba incursionar en la arena política haciendo pie en la descollante irrupción de las fuerzas sociales en los últimos quince años, está terminando en medio de un patetismo, que visto de frente, parece más bien otro fracaso.
Fracaso como iniciativa para reiniciar a la izquierda.
Aunque sea una perspectiva triunfadora desde el punto de vista de lograr un codiciado escaño en el Congreso. Sin ir más lejos, para eso fue creada la reforma electoral: que todos toquen un poco.
La mecánica para determinar los precandidatos presidenciales del Frente Amplio, Beatriz Sánchez y Alberto Mayol, no fue precisamente un despliegue de participación popular.
Salidos a la vida política, una de su protagonismo periodístico y otro de su experticia profesional, liquidaron en breve el discurso de la participación de la gente, del pueblo, de los movimiento sociales.
Fueron nombrados a dedo.
Ahora, luego de definirse su candidata por la vía de las primarias, un acierto en toda la línea, en el Frente Amplio se ha deflagrado la guerra civil que se advertía hace un tiempo.
Acusaciones de un lado y de otro, la crisis es coronada con la decisión, desafío, pasada de cuenta, de Mayol de disputarles a sus adversarios internos, la dupla Figueroa/Jackson, el codiciado cupo por Santiago.
A los líderes del Frente Amplio se los está comiendo la ansiedad que genera el escaño parlamentario. No han sido capaces de controlar la respiración.
Parisi anuncia su candidatura senatorial. Desde el punto de vista del método, no hay diferencia entre uno y otros.
Se ha escuchado que lo único que comienza por arriba son los hoyos. Ya vemos que de ese modo también se puede simular una construcción política que se propone como de izquierda. Pero que al cabo de muy poco, es capaz de desmoronar las esperanzas del más pesimista.
Y jóvenes dirigentes que en un momento se perfilaron como parte del necesario relevo de la izquierda fracasada de los últimos treinta años, se dejaron influenciar por los vicios de un sistema que ellos también criticaron. Y que se proponían superar.
La irrupción de las fuerzas sociales cambiaron el mundo bucólico de los gobiernos que llegaron al poder mintiendo sobre reformas, cambios y alegrías.
Hubo un real peligro desestabilizador en esas marchas que alguna vez serán historia y de pronto la mayoría del país celebraba y apoyaba ese desorden que se impuso tras consignas de aparente rasgo definitivo.
Y el sistema, ducho en cuestiones de mecánicas traidoras y métodos en los que la mentira aceita todo el engranaje, se tomó su tiempo para desactivar esa energía por medio de la ingenuidad y/o falta de decisión de muchos de los dirigentes y mediante el arriendo y compra de algunos otros.
Así, de lo que fueron las más grandes movilizaciones estudiantiles, no queda nada. De los trabajadores, amarrados a la entrega de la CUT, mejor ni decir, pero hubo sectores que hicieron oír su voz, como los profesores, aunque no fue mucho lo que se logró.
Finalmente el sistema tiene recursos que utiliza cuando ve amenazados sus pilares y ante esas instancias, el tándem de sinvergüenzas que dirige el país no tarda en reagruparse como un solo cuerpo y defender con dientes y uñas el poder y el dinero.
En el Frente Amplio faltó la política. Faltó decisión y generosidad. Sobró el cálculo incluso personal. Triunfó el siempre bien aquilatado Cómo voy ahí.
Y la expectativa de cruzarse al sistema con una propuesta renovada en edades y modales, derivó en una ingeniería electoral, con pisotones codazos, maledicencias, y algotras cizañas, que en nada se diferencian de tantas que se han visto.
De la cacareada importancia de la gente en las decisiones, de las manoseadas candidaturas ciudadanas, de la falseada participación popular, nunca más se supo.
Así llegamos al borde interno de una revuelta civil al interior del Frente Amplio, de modo que más tardó en elevarse a referencia pública, que en hacerse trizas en arrebatos personales, iras colectivas, desafueros atropellados y mucha cosa descalificatoria, otrora atributos exclusivos del duopolio.