El trabajo no es un valor en sí mismo, se ha definido en la historia, al igual que muchos otros conceptos, según las necesidades del sistema. La Revolución Industrial requirió mano de obra en las fábricas, debido a lo cual los empresarios defendieron éticamente el trabajo para convencer a los artesanos a incorporarse y abandonar sus emprendimientos.
Los europeos conquistaban África y América Latina, matando y torturando a los nativos que se negaban a trabajar en las tierras usurpadas, usando a la Iglesia Católica para que justificara las crueldades con el discurso de la catequización de los indígenas que “vivían una vida amoral”. Más tarde, en el Siglo XIX, cuando ya se verificaba la explotación de los obreros en las fábricas, los trabajadores luchaban contra esta, pero al mismo tiempo defendían el “derecho al trabajo”. Paul Lafargue, yerno de Marx, reclamaba que los trabajadores deberían luchar por El Derecho a la Pereza[1], pero izquierda y derecha glorificaban al unísono al trabajo. Los marxistas pensaban que el régimen del trabajo mecanizado de la fábrica abría el camino al progreso y que todo progreso estaba a favor del cambio y, por tanto, de la nueva sociedad.[2] Para atraer a artesanos e indigentes al mundo fabril ambos extremos políticos daban un status de superioridad moral al trabajo. Para los marxistas la clase obrera era la más pura, la fuerza motriz de la revolución y la sociedad sin clases sería una comunidad construida sobre el modelo de una fábrica.[3] El trabajo fabril era la base del orden social, junto a la familia patriarcal, donde el hombre con trabajo era el proveedor del hogar, el jefe indiscutible y absoluto, que tenía derecho a la vida y a la muerte de los miembros del clan familiar.
Ya nadie habla del Derecho al Trabajo. A lo más, los economistas del régimen en Chile conminan al Estado a dar el máximo de garantías a los empresarios para que inviertan y así “creen empleo”, aunque, justamente todas las inversiones actuales están orientadas a disminuirlo. El trabajador fabril carece de identidad, porque la manufactura se ha externalizado al Asia, en Chile está a cargo de trabajadoras invisibles que lo desarrollan en sus casas, o porque los procesos productivos se caracterizan por tecnología digital manejada por unos pocos expertos, junto a trabajadores polifuncionales y desechables, que carecen de organización sindical y política, pagados por tarea y sin contrato indefinido. El trabajo para toda la vida, con ascensos, capacitación y alza de salarios, quedó enterrado definitivamente para las grandes mayorías en Chile. Desapareció el trabajador que nació en las fábricas, en el taylorismo y la calidad total, que comenzó a ser irrespetado al perder su poder sindical y político, por la represión oficial y la ausencia de la protección del Estado de Bienestar. Así, los salarios bajan permanente y sistemáticamente y los empresarios lo compensan con enormes facilidades crediticias y publicidad al consumo, todo lo cual conforma una nueva forma de esclavitud.
En los países desarrollados se discute el impacto social de la disminución drástica de la fuerza de trabajo debido a la tecnología digital. Según expertos, para el 2020 la pérdida neta de puestos de trabajo será de 4 a 7% en el mundo: 19% en América Latina, 14% en Europa y 11% en los EEUU. El Mc Kensey Global Institute informa que hasta el 45% de las actividades actuales podrá ser realizado por máquinas. Según el Banco Mundial dos tercios de los trabajos que se realizan en los países en desarrollo se pueden automatizar. En EEUU la jornada semanal es de 40 horas y hay economistas, por supuesto no chilenos, que están proponiendo que se trabaje cuatro días y se descanse tres. En Europa se está hablando de entregar un ingreso básico a todos los habitantes. En Japón surge el “karoshi”, nombre que le han dado al fenómeno de la muerte por exceso de trabajo. No a muerte de trabajadores viejos, ni de los que ejecutan trabajos pesados, sino de trabajadores jóvenes, que aún no han llegado a la treintena y que trabajan en escritorio. El Ministerio de Sanidad del Japón lo reconoció en 1987 y compensa a las familias afectadas. Se estima que podría llegar a causar alrededor de 10.000 muertes anuales. La mayoría de los “karoshi” se producen por derrames cerebrales y ataques cardíacos en jóvenes que hacen un excesivo número de horas extraordinarias. Hay trabajadores que pueden llegar a hacer más de 100 horas extraordinarias en una semana y por largos períodos. Trabajar largas horas para mejorar el salario es común en Chile en los contratos en que se paga por tarea o entre los chilenos que trabajan en seguridad y protección de los más ricos.
En Chile no se habla de esto, pero ya ha habido una fuerte disminución de fuentes de trabajo. El desempleo, hasta cuando el INE informó que era un 8%, se ha ocultado en los trabajadores por cuenta propia. Estos, que el régimen califica como emprendedores, son “coleros” en las ferias, o los que venden todo lo posible en las calles, desde comida, ropa vieja o parte del sobre stock gigantesco que ha abaratado la ropa a precios inimaginables. Otros se entregan al trabajo ilegal, que repleta las poblaciones más humildes, facilitado por la libertad plena en aduanas, fronteras e instituciones financieras. Todo perfectamente conocido por los dueños del país y sus representantes. Chile ha modernizado puertos, agricultura, agroindustria, minería y es vanguardia quirúrgica en cirugía robótica. Los trámites burocráticos se han informatizado totalmente. El retail se automatiza cada día más, con las compras online y hay muy poco personal en sus tiendas. Allí disminuirán todavía en un 5% más los puestos de trabajo. En el Congreso del Futuro, el Presidente de CORFO, Eduardo Bitrán, informaba que en la minería no se continuarían haciendo tajos abiertos para sacar el mineral de las profundidades de la tierra, sino que esto se hará con técnicas digitales.
Así como el femicidio ha aumentado exponencialmente por la desaparición del pater familias, debido a que el macho actual no acepta que las mujeres puedan trabajar y mantener hijos y hogares sin su ayuda, otros antiguos paradigmas también han muerto. Ya nadie habla de socialismo y, salvo José Antonio Kast, hasta la derecha habla de igualdad reconociendo implícitamente que el neoliberalismo fracasó.
Habrá que buscar nuevas formas de organización social. Lamentablemente, para los neoliberales o los partidarios del capitalismo salvaje, como lo llama Ossandón, el Estado deberá jugar un papel guía. No como propietario de los medios de producción ni metiéndose a interferir en el mercado, pero debe controlar los excesos de los más grandes protegiendo a los más débiles. Debe entregar ayuda técnica y financiera a las PYME y MIPYME como fue antes de que apareciera el Bancoestado y ayudar en la formación de cooperativas en las áreas donde los empresarios no tengan interés, como es el campo de las energías renovables. No podrá crear empleo, porque justamente el desarrollo y crecimiento actuales implican lo contrario, pero deberá planificar con sutileza las formas de compensar los impactos que producirá la Cuarta Revolución Industrial, tratando de ayudar a que nuestras mentes se desarrollen al máximo posible y puedan incorporarse a las nuevas formas de creación. En primer lugar, debe eliminar las profesiones obsoletas de las universidades e incorporar todas las nuevas que surjan. Tendrá que ofrecer becas para que los desempleados puedan usar su tiempo libre estudiando las nuevas exigencias de la industria, como manejo y arreglo de drones, mecánica de la robótica, ciber hackeo. Pero, principalmente, deberá contribuir a crear las condiciones para que el ocio sea respetado y entregar una ayuda a los desempleados que les permita sobrevivir.
Los empresarios más grandes tendrán que disminuir sus ganancias y pagar mejores salarios para protegerse. Chile no tiene las posibilidades norteamericanas de iniciar guerras para deshacerse de los desempleados e estimular la industria armamentista. No puede seguir ignorándose el narcotráfico. Este tiene un límite. No podemos llegar como en México a que la iniciación de niños en las pandillas sea con actos de canibalismo. Tampoco los más ricos querrán que los desempleados, organizados en turbas, lleguen a sus hogares impulsados por una venganza ciega.
A nivel local, las comunidades más sanas deberán organizarse, crear formas del uso del ocio y compensar con solidaridad mutua la pobreza del desempleo. Se podrá compartir tareas voluntarias entre vecinos aprovechando las horas desocupadas, como el cuidado de niños, ancianos y discapacitados. El aumento de la longevidad constituirá pronto otra fuente de crisis. Los jóvenes que están iniciando nuevas alternativas políticas, como el Frente Amplio, deberán continuar el trabajo iniciado a nivel comunal para ayudarnos entre nosotros, crear grupos de estudio, de lectura, de análisis de lo que ocurre en el mundo, especialmente porque ya no podemos confiar en noticieros ni en la prensa oficial. Nuestro futuro solo depende de nosotros mismos.
Es magna la tarea que tenemos por delante, pero nos tocó vivir en un momento de cambio y de creación. No hay que lamentarlo, es una oportunidad.