Pareciera que la derecha y la Concertación hicieron bien su trabajo: cabrearon a las clases populares y las marginaron voluntariamente de los afanes de la política, con lo cual les dejan el camino despejado a los “policy makers” o hacedores de política, es decir “la élite” o las “cúpulas” y a la derecha más fervorosa y despiadada.
¿Cómo las cabrearon? Simplemente por cansancio, por defraudación, por burlarse en sus caras con promesas que nunca se cumplieron, por exhibición de una impudicia macabra para aliarse de la mano con corruptos, criminales, vendepatria; por montaje y asociación en empresas que son lesivas al país, a la moral y a los trabajadores, a los estudiantes, los enfermos, los niños, los indígenas, los pobres, la clase media, etc.
Estos empresarios y políticos corruptos tienen una facilidad para mentir que los aproxima a una luciferina genialidad; pero es que, además, cuentan con una cantidad de recursos, esbirros y plumarios obscenamente mentirosos y tendenciosos, que abonan un discurso mitologizado, de tal perseverancia, que hace parecer verdad lo que es absolutamente falso y creíble lo que es inverosímil.
Ellos se ufanan en presentar la discriminación (en la educación) como un derecho a elegir libremente la educación que se desea para sus hijos. Como si ningún padre quisiera una buena educación para sus retoños; entonces no se atreven a señalar que ellos no desean que sus hijos se mezclen con los hijos de los pobres, de los marginales, de la gente con malas costumbres.
Plantean las virtudes de una economía de mercado, sabiendo que lo que han forjado es un país de los más oligopólicos del mundo, donde la competencia nunca existió, pero sí la colusión generalizada y el abuso como sistema.
Ellos plantean el gran crecimiento de la educación privada superior, sin señalar que esos recursos, en vez de ser usados para expandir y fortalecer la educación en las universidades públicas, ha representado una transferencia enorme de recursos de las familias a los grupos y empresas privadas que monopolizan el rubro de la educación, no atendiendo a la calidad del saber, sino a la ostentación de la infraestructura, desvirtuando el sentido más esencial e intransable de las universidades, cual es el saber abierto, sin veto, con autonomía y ajeno al lucro mercantil. No se ha garantizado calidad ni se ha estudiado la pertinencia social de las carreras, como tampoco la probidad de los sostenedores, dejando muchas veces a los estudiantes abandonados a mitad de programa y a las familias con deudas enormes y materialmente estafados.
Algo similar ha acontecido con la educación básica y media, instalando el lucro y la segregación como política de Estado, aduciendo al derecho de las familias a elegir la educación de los hijos; pero no advierten que esa capacidad de selección va da la mano con el dinero de las familias y que los que no poseen dinero se ven en la obligación de aceptar las migajas para sus hijos, pues gran parte del dinero en educación se asigna a los colegios subvencionados, que alimentan un lucro ofensivo para las clases desposeídas.
Ellos nos quieren hacer creer que han derrotado a la pobreza, producto del modelo del chorreo, modelo que consiste en acumular enormes riquezas en unos pocos, y de ahí derivar, del presunto rebalse, lo que socialmente pueda ser de algún mínimo provecho para las grandes mayorías.
Este sistema engañoso se impone como verdad, sin dejar ver que lo que se ha logrado es un traslado de los pobres del centro geográfico de la miseria a un sitio que podemos llamar la “frontera” de la pobreza, todo esto mediante el subterfugio de reducir las exigencias de la calificación en los parámetros en que se define la pobreza, trampa que también acontece con las formas de medir el desempleo y de calibrar el ingreso de los chilenos. Y, por otra parte, esconden la realidad bochornosa que consiste en sustraer recursos del ahorro y del salario social para incrementar las utilidades de la amplia red de servicios privados que ahora reemplazan a los que prestaba el Estado. Es en verdad una perversa distribución regresiva del ingreso a través de la inversión de la lógica social de lo público, que ahora se hace lucrativa y privada. Todo ello, en lugar de incrementar el ingreso de las clases medias y pobres, las reduce sustantivamente.
Pero también mienten y hacen trampas contra quienes pretenden proponer o realizar transformaciones a este modelo perverso. Si llegan las propuestas al Congreso, primero las desarman, las reacomodan, las castran, las hacen funcionar mal y luego despliegan todo el arsenal comunicacional para desprestigiarlas. Pero si por casualidad dichas reformas pasaran el filtro del Parlamento, entonces tienen la posibilidad de recurrir al Tribunal Constitucional, donde terminan por desangrar al cordero.
Entonces, si el grupo que propone los cambios no está muy convencido ni tiene las agallas para desafiar las arremetidas de la resistencia conservadora y denunciarlos frente al pueblo, entonces doblan la cerviz y retroceden. Eso le sucedió a la “Nueva mayoría” que, además, instala a un ministro de Hacienda afín al modelo dominante y cuenta con las fracciones en cada partido que son partidarios de no cambiar nada de lo sustantivo en el sistema actual. Las reformas de la Nueva Mayoría eran una muerte anunciada, dada la correlación de fuerzas internas y la abrumadora hegemonía de la derecha conservadora en el entorno externo.
Bachelet que tenía la fuerza electoral suficiente para pasar con sus reformas por encima de los conservadores de adentro y de afuera, fue neutralizada y anulada con el caso de su hijo y nuera, y el de su ministro del Interior, también implicado en varias faltas mayores.
Desde ese punto de inflexión, comienza el repliegue de las fuerzas transformadoras y la recuperación de la vieja y anquilosada Concertación, que resurge, como ave Fénix en las personas de su ministro de Hacienda (Valdés) y de interior (Burgos). Al abortar la reforma tributaria, (que no consideró la tributación minera, que es donde se puede ordeñar una buena cantidad de recursos vírgenes), obviamente se paralizaron las demás reformas en el área social. Lo que ha quedado al final del día son saludos a la bandera y pequeñas concesiones ineludibles.
Los sectores del Frente Amplio, que se organizaron, finalmente, para llevar una candidatura única, luego de diversas jornadas, en que se desplegaron los egos más dispersos y perseverantes, representativo de un mal caciquista e inconsecuente, pueden ser una promesa de cambios necesarios, pero aún debe madurar el fruto cultural de unos políticos destinados a liderar un nuevo paradigma.
Cuadrarse culturalmente en el nuevo paradigma que debe regir la sociedad del futuro no es una tare fácil, pues se requiere dejar atrás los egos personales, las ventajas grupalistas, las venalidades del poder, el sentido paternalista en el ejercicio de la política, la frivolidad del juicio y el sectarismo. Chile demanda un liderazgo muy opuesto al que se ha tenido por 40 años y eso se debe notar en los hechos si se desea relegitimar el ejercicio de la función pública. Eso es lo que deben probar las nuevas generaciones.
La derecha y las élites conservadoras han hecho bien su juego. Mienten en las encuestas, las dirigen a su antojo, los políticos las toman como referencia confiable, sin darse cuenta que el problema es otro. Electoralmente les basta con lo que hicieron por 40 años para que los pobres del país se automarginaran de un sistema que les olvidó desde siempre. Ya no necesitan del binominal para permanecer inamovibles, les es funcional este aparente sistema universal de inscripción automática, pues saben que los sectores mayoritarios se abstendrán y los ricos correrán a perpetuar sus privilegios en las urnas, ayudado de todo su aparataje publicitario y de su retórica cínicamente engañosa.
¿Es posible cambiar algo en el Chile de hoy?
Buena pregunta, pues tenemos una base electoral radicalmente polarizada y sesgada, además de numéricamente insuficiente para adelantar transformaciones sustanciales. ¿Hicieron bien o no las élites conservadoras la tarea de neutralizar los cambios en Chile?