Las guerras del Siglo XXI tienen la particularidad de parecerse a las movilizaciones por derechos ciudadanos. La larga experiencia del Pentágono en intervenciones y políticas de disciplinamiento en todos los continentes y en todo tipo de situaciones, ha llevado a concebir las guerras de maneras muy distintas a las empleadas, con mayor o menor éxito, en épocas pasadas (tan cercanas como las del último Siglo XX). Las catástrofes climáticas o humanitarias son hoy uno de los denominados riesgos o amenazas a la seguridad que permiten la movilización de tropas y su intervención en territorios extranacionales, tal como ocurrió en Haití con el terremoto de 2010 y donde el Comando Sur de Estados Unidos que había ocupado la plaza, cuando decidió retirarse, dejó instalada la Misión de Naciones Unidas (MINUSTAH). La intervención humanitaria produjo una ocupación militar que después de siete años deja un lamentable saldo de violaciones de derechos humanos y conculcación del derecho a la autodeterminación del pueblo haitiano.
Pero quizá lo más novedoso de las intervenciones de este siglo es su carácter reptante. Avanzan a ras del suelo de manera silenciosa, colándose entre la gente, comiéndose los tejidos comunitarios y sembrando miedo, confusión e incertidumbre. El estallido viene después. Primero se carcomen las bases de los vínculos sociales, los que hacen a “la gente” ser “pueblo” con un sentido sujético explícito, así como las bases del entendimiento colectivo o sentido común, a través de un cuidadoso trabajo de socavamiento simbólico, bombardeado desde los medios masivos de transmisión de datos e imágenes.
Esto viene pasando desde hace rato y ya no suena novedoso, a pesar de que propiamente es un modo de hacer la guerra que sólo se sistematizó en el siglo XXI, combinado con la estrategia de espectro completo (abarcar todas las dimensiones de la organización social y de la geografía) y con la idea de aplicar todos los mecanismos simultáneamente y sin reposo.
Esta modalidad de dominar, o de hacer la guerra, tiene como inspiración el estudio del comportamiento de los sistemas complejos, que se han constituido de manera natural, y más particularmente el de las abejas. La asimilación del comportamiento de las abejas deriva en una estrategia de ataque al modo de un enjambre: todos al mismo tiempo pero de diferentes maneras y desde direcciones distintas. Gran parte de la fuerza del ataque proviene de la confusión que se genera pues el atacado no identifica tan fácilmente de dónde viene la ofensiva, y tampoco tiene reposo como para observar o pensar con cuidado cómo defenderse de ella. Más que un enjambre lo que se despliega es una red o un conjunto de enjambres: atacan el abasto, la capacidad de compra, la movilidad, los servicios básicos, la tranquilidad en el barrio, la organización comunal, los sentidos comunes, y todo en una modalidad similar a la que se desata cuando alguien patea un panal de abejas. Según David Faqqard, oficial de la Fuerza Aérea de Estados Unidos, “implica un ataque convergente por muchas unidades”. Es un modo de hacer una guerra que no parece tal, pero que cuando ya está es absolutamente abrumadora.
Métodos como estos, con sus particularidades y escalas, han sido usados en Libia y Siria. Siempre aprovechando y atizando las contradicciones ya existentes y llevándolas a un nivel de confrontación absoluta, que propicia la introducción de fuerzas adicionales (fuerzas especiales de mercenarios), de operaciones encubiertas o incluso de bombardeos del exterior, que no sólo elevan la tensión sino que garantizan el acaparamiento de los lugares estratégicos (pozos petroleros, puertos, pasos o rutas). Generalmente estas intervenciones se combinan también con algunos ataques estrepitosos y fragilizadores, como incendios de infraestructura básica o de hospitales (maternidades, como en Venezuela), para además crear sensación de indefensión.
Crear “situaciones de guerra” (Ceceña, ALAI 495 y 500) como éstas es altamente rentable. En general, como los ataques son súbitos y contundentes (y relativamente inesperados), permiten el apoderamiento de los recursos o territorios valiosos que regularmente se siguen explotando en beneficio del atacante. Adicionalmente, en esta situación, hay una constante y creciente necesidad de armas y otros bienes, entre los que se cuentan alimentos básicos o medicamentos, y que tienen que ser adquiridos en el exterior por el socavamiento de condiciones de producción interna, en caso que hubieran existido. Es un buen negocio por todos los ángulos.
La venta de armas no es un asunto menor. Sólo Arabia Saudita ha adquirido 110,000 millones de dólares en armas para consolidarse como eje de la llamada OTAN árabe y el nuevo equipo gobernante de Estados Unidos ha multiplicado sus presiones en diversos foros para inducir la compra de armamento que proviene de sus fábricas, o las de Israel.
La guerra es el modo más rentable de disputar territorios, riquezas, rutas, ganancias y espacios de poder, y es un modo altamente eficiente de imponer disciplinas.
Entre la paz y la guerra
Por eso nadie se sorprende si escucha decir que Venezuela es la Siria de América, pero esa es una afirmación temeraria. En Siria hay una guerra propiamente dicha, con armas, bombas, desplazados, asesinados, disputa de territorios y todos los derivados de una situación de confrontación armada abierta con múltiples frentes y una enorme complejidad que deviene del hecho de que Siria es el epicentro de un conflicto bélico que involucra una zona muy amplia que abarca la región del Medio Oriente y una parte de Europa y del norte de África. Aún más, la guerra en Siria es una manifestación de la disputa entre Estados Unidos, la coalición potencial o velada entre Rusia, Irán y China, y quizás una Europa en proceso de reconstitución, con el involucramiento diferenciado de casi todos los estados de los alrededores, configurando un escenario de potencial guerra mundial.
A Venezuela, que es un eslabón principalísimo del corredor energético mundial, se le está haciendo una guerra; pero en Venezuela no hay guerra. Venezuela es un escenario de lucha entre la construcción de la paz y la guerra. Tres elementos muy importantes han permitido detener la guerra:
1) el proceso venezolano está siendo defendido en las calles y los barrios por el pueblo organizado; la revolución bolivariana es del pueblo;
2) el proceso de construcción de la llamada unidad cívico-militar ha llevado a una imbricación que compromete a ambas partes con una defensa diferenciada pero compartida de lo que queda bajo el rubro de la revolución bolivariana, y que en este caso es entre otros la defensa de la vida;
3) mientras más se tensa el conflicto venezolano y más se destaca como objetivo a derrotar al presidente Maduro, más parece estarse creando un gobierno colectivo que sostiene pero diluye la figura presidencial y otorga mayor solidez a la representación del estado.
Estos tres elementos jugando juntos han generado la posibilidad de enfrentar la guerra sin hacer la guerra; de enfrentar la violencia con organización comunitaria; de inventar en la práctica cotidiana milicias de paz. El proceso, sin duda, se ha desgastado. Pero también indudablemente se ha fortalecido y se ha radicalizado. Mantener una prolongada situación de asedio y violencia sin usar las armas ni para defensa personal es un signo de altísima conciencia y responsabilidad tanto de los cuerpos de seguridad del estado como de los civiles en pie de lucha. Venezuela es hoy el umbral y a la vez el dique de la extensión de las guerras de otros continentes hacia América y un punto de definición estratégico del estallamiento, o no, de una tercera guerra mundial.
*Ana Esther Ceceñaes coordinadora del Observatorio Latinoamericano de Geopolítica, Instituto de Investigaciones Económicas, Universidad Nacional Autónoma de México. Integrante del Consejo de ALAI.