Como bien lo dice Jean Jacques Rousseau – nadie ha probado lo contrario – la democracia substantiva es asunto de ángeles, pues la democracia supone igualdad, y el capitalismo consagra la más profunda desigualdad entre los hombres.
El presente Artículo no trataremos no trataremos el tema de la democracia substancial, sino de la formal, que supone procesos electorales, balances y contra balances, división de poderes y la existencia de un Estado de derecho.
Los sociólogos que se han preocupado de los sistemas de las élites concluyen que los en los procesos sociales existen verdaderos cementerios de élites, y que, en las elecciones los ciudadanos están forzados a seleccionar entre las facciones de la oligarquía.
Suponer que el pueblo soberano es el que elige a los gobernantes es, además de una falacia, un sueño. La segunda vuelta de las elecciones a la Asamblea Nacional en Francia confirma el hecho fundamental que, en la mayoría de las llamadas democracias occidentales, el actor predominante de los procesos electorales es el fenómeno de la abstención, es decir, la no-participación de más del 50% de los ciudadanos inscritos en los registros electorales.
En las últimas elecciones presidenciales, por ejemplo en Chile, sólo votó un 40% de los inscritos. En el caso reciente – domingo 18 de junio de 2017 – ocurrió un fenómeno similar, pues sólo el 57% de los ciudadanos se abstuvo de sufragar. El problema de que los ciudadanos se nieguen a votar puede ser analizado desde distintas perspectivas: la primera es que la democracia está raptada por el poder económico de los bancos y de las grandes empresas, así, el ciudadano elige entre uno u otro banquero, o uno u otro empresario, que si no se presenta con nombre y apellido – Caso Sebastián Piñera, Mauricio Macri, Guillermo Lasso, Pedro Pablo Kuczinski, y otros – lo harán con políticos comprados, que aparentarán ser tribunos del pueblo, amantes de los pobres y devotos servidores públicos y de una honradez a toda prueba. Que los dirigentes socialistas sean los más versados financistas y logren rentabilidades históricas, a nadie le puede extrañar.
Si analizamos la realidad actual la abstención no significa un rechazo al sistema: quien por diversos motivos, propios o ajenos, no concurre a las urnas, no cambia un ápice el predominio de la democracia bancaria, por el contrario, permite que la hegemonía oligárquica no sólo se mantenga, sino que también adquiera legitimidad electoral.
Podemos insistir, hasta la saciedad, que la Presidenta de la República, Michelle Bachelet, fue elegida por el 20% de los ciudadanos, que la mayoría de los partidos políticos no representan más del 2% en los registros electorales – en el caso de la última elección de la Asamblea Nacional en Francia, si se considera la abstención, un diputado puede ser elegido por un mínimo de votos que apenas supera su círculo más cerrado de familiares y amigos.
La segunda perspectiva es sociológica: el fenómeno generalizado de la abstención en las democracias occidentales tiene raíces sociológicas muy profundas: la mayoría de quienes se niegan a participar en los comicios son los jóvenes, en primer lugar, seguidos por los habitantes de las comunas más pobres y vulnerables que, políticamente en el caso francés, correspondieron a votantes del Frente Nacional y de la Francia insumisa; en el fondo, que desde distintas trincheras ideológicas, corresponden a la marginalidad política y social.
La tercera perspectiva coincidencia dice relación con que los abstencionistas pertenecen a los niveles educativos más deficientes, como también a un marcado analfabetismo político.
La cuarta perspectiva se refiere a la posible confusión entre el sufragio censitario y el plural: en el primer caso, se exige a los ciudadanos el pago de impuestos como requisito para tener derecho al sufragio; en segundo, determinado nivel educacional.
La quinta perspectiva se refiere a los distintos sistemas electorales: en ningún de los sistemas se da una correlación entre los votos obtenidos por un partido determinado y los escaños a repartir. En el sistema mayoritario el partido político que tenga más votos se lleva el escaño, por consiguiente, no hay ninguna proporción entre el número de votos y los escaños obtenidos. En el sistema mayoritario a dos vueltas, esta misma desproporción entre escaños y votos se da, pero con menor radicalidad; incluso, el sistema D´Hont termina por favorecer a los partidos mayoritarios. En consecuencia, todos los sistemas electorales vulneran la voluntad popular.
La sexta perspectiva es la inexistencia de balances y contrabalances: la idea de separación de poderes como eje de la democracia, propugnada por el pensador Montesquieu es, cada día, una apariencia que una realidad. En las repúblicas parlamentarias cuando el partido de gobierno de turno tie3ne mayoría en la Asamblea Nacional, deja de existir todo control por parte del parlamento, por consiguiente, la separación entre Ejecutivo y Legislativo no existe, y los diputados son sólo “funcionarios de una oficina de partes” de los proyectos propuestos por el Ejecutivo.
El Partido de Emmanuel Macron, Republicanos en Marcha, ahora con la mayoría absoluta en el parlamento, no tiene otra función que ajustarse a los proyectos de ley presentados por el Ejecutivo y, además, aprobarlos sin mayor discusión.
Desde que asumió el mando de la nación, Macron quiso convertirse en una especie de imitación de la familia Kennedy, o del popular líder del Movimiento Republicano Popular (MRP), al estilo democratacristiano francés con Jean Lecanuet o, más precisamente a un Charles De Gaulle actual – él mismo se definió como una especie de Júpiter, lanzando rayos y centellas -.
La V República francesa, concebida por De Gaulle, mediante un “golpe de Estado”, no tiene nada que ver con el equilibrio de poderes, pues el general manejaba a su antojo al Primer Ministro y, además era dueño de la mayoría parlamentaria; así De Gaulle, groseramente se deshizo de su Primer Ministro Jacques Chaban Delmas, y jugaba con Michel Debré y George Pompidou. La admiración del actual mandatario francés por el general De Gaulle podría llevarlo a seguir sus gestos autoritarios.
Reconozco que el semipresidencialismo podría ser útil para morigerar lols extremos de la monarquía presidencial chilena, sin embargo, la V República está demostrando que en determinadas crisis políticas puede derivar en una monarquía, tipo Louis XIV, esta vez dirigida por un hábil Presidente que pretende superar la izquierda y la derecha y que, además se cree el salvador de la decadente democracia francesa.
La segunda vuelta de la Asamblea Nacional vino a confirmar, por ejemplo, el derrumbe del socialismo francés, que sólo le queda historia y recuerdo. El hecho de que los socialistas se hubieran convertido en corruptos, burócratas, neoliberales y, de paso, haber traicionado los ideales de Jean Jaures , León Blum y Salvador Allende, los ha enviado al basurero de la historia.
Resultados Asamblea Nacional 18 junio 2017, segunda vuelta
Republicano en Marcha |
308 |
Modem |
112 |
Partido Socialista |
31 |
Francia insumisa |
17 |
UDI |
17 |
Demás Izquierda |
12 |
Partido comunista |
10 |
Frente Nacional |
8 |
Extrema derecha |
8 |
Asamblea Nacional
Republica en Marcha |
350 |
Republicanos |
130 |
Francia insumisa |
27 |
Frente Nacional |
8 |
Otros |
8 |
Abstención
55,41 %
En Marcha |
60.55 |
Republicanos |
22,53 |
Partido socialista |
8,97 |
Francia insumisa |
2,94 |
Frente Nacional |
1,39 |
Rafael Luis Gumucio (El Viejo)
19/06/2017