Desde el Presidente Franklin Delano Roosevelt hasta nuestros días el FBI ha tenido más poder que los primeros magistrados de la nación. Edgard Hoover, el primer director del FBI, era mil veces más poderoso el cualquier poder del Estado. Hoover tenía archivos confidenciales a los cuales él solo tenía acceso, especialmente dos temas primordiales: artistas y políticos, supuestamente relacionados con el Partido Comunista y, el segundo, sobre los homosexuales – en ese tiempo se consideraba un delito -. Las escuchas telefónicas encargadas por Hoover no perdonaban a nadie.
Roosevelt trató a este alto funcionario con especial deferencia, pues estaba enterado de toda la información requerida – podría decirse que Hoover era el mejor espía de Estados Unidos.
Cuando llegó John F. Kennedy a la presidencia de la República quiso despedirlo, pero se abstuvo porque sabía demasiado: tenía archivos especiales de sus amantes, una de ellas cercana al Partido Comunista y otra era Marilyn Monroe. Se sabía que odiaba a su hermano Robert, a quien consideraba un mequetrefe, incluso, quería intervenir en el FBI. Richard Nixon tampoco pudo con Hoover.
El talón de Aquiles de este director era su amistad con miembros de la mafia norteamericana, sobre todo, por el común gusto por las carreras de caballos, trucadas por los mafiosos, así como su homosexualidad y sus amoríos con su segundo en la dirección de esa institución. Al morir Hoover, después de cincuenta años de “servicios prestados al FBI, parte de los archivos secretos fueron destruidos por su secretaria.
Bill Clinton fue el único Presidente de Estados Unidos que se ha atrevido a pedir la renuncia del FBI, razón por la cual el imprudente paso de Donald Trump de exonerar a James Comey es muy grave en el acontecer político norteamericano.
La historia de “Garganta Profunda”, que informaba a los periodistas de Washington Post – posteriormente se descubrió que era el mismo vice director del FBI, William Mark Feit – parece que se está repitiendo hoy, con el director, recién exonerado, James Comey, que sabe mucho y ha comenzado a abrir la boca ante el Comité especial del Senado.
Donald Trump, como lo hacía Nixon, tiene la manía de gravar todas las conversaciones que se llevan a cabo en la Oficina Oval de la Casa Blanca, además, cae en su propia trampa al enviar twitters como malo de la cabeza. El director del FBI, Comey, anotó una de las conversaciones con el Presidente Trump en la cual le solicitaba que diera vuelta a la página el affaire Michael Flynn, encargado de Seguridad Nacional, respecto a sus relaciones con los rusos en las últimas elecciones presidenciales, lo que es simplemente, obstrucción a la justicia.
Para rematar la seguidilla de errores cometidos por el inexperto Presidente Trump se reunió con el ministro de Relaciones Exteriores de Rusia, Sergei Lavron, y prohibió el ingreso de los periodistas norteamericanos, sólo aceptando el de los rusos. El miércoles último apareció una información en un diario ruso sobre el contenido de la reunión entre los dos jerarcas, demostrando la dependencia de Trump con respecto a Vladimir Putin.
El embajador ruso en Washington, Sergei Kisyak, es un verdadero espía, pues sabe más del gobierno norteamericano que los mismos periodistas de ese país, a quienes Trump odia hasta el punto de intentar suspender las conferencias de prensa del vocero de gobierno, reemplazándolas por informes escritos, entregados por el propio Presidente, queriendo romper la costumbre ancestral de los gobiernos norteamericanos.
En declaraciones públicas, Trump reconoció que había comunicado secretos de Estado al Canciller ruso, pero que carecían de importancia, dejando muy mala parados a sus amigos de Israel, quienes le habían informado sobre una forma de defensa respecto a ISIS.
Vladimir Putin que, hoy por hoy, se ha convertido en el dueño del mundo, una tirano más querido más por su pueblo que Stalin – le llaman el “Zar” de Rusia – declaró, muy suelto de cuerpo, que era un buen amigo de Trump y que aspiraba a tener buenas relaciones con Estados Unidos, burlándose, muy irónica e inteligentemente, del periodista de CNN, quien le hizo la pregunta, y Putin agregó ¿Usted también no desea lo mismo?
La situación de Trump no es la misma que la de Nixon por el caso del Watergate: no hay guerra del Vietnam, como tampoco se puede comparar la exoneración de Comey con la del fiscal especial Archival Cox, destituido por Nixon; no hay nada parecido a la “masacre del día sábado”, en que Nixon despidió a los jueces implicados en la causa de Watergate.
Nixon era un político inmoral y paranoico, a quien se le acusaba de múltiples delitos, pero era hábil en política internacional: como sabemos por los informes desclasificados por el senado de Estados Unidos respecto a Chile, intervino en el derrocamiento de Salvador Allende, a través del Premio Nobel de la Paz, Henri Kissinger.
Trump es un magnate que juega todo el día al “reality show”, eliminando a funcionarios por convivencia, y decide actuar sobre cualquier asunto, lo hace sin pensar. Es un voluntarista nietzscheano. Cuán importante en política es el voluntarismo – pregúntenle a A. Hitler y Benito Mussolini -.
Para la aplicación del juicio político contra Donald Trump, según la enmienda 25 de la Constitución de ese país, se requieren los 2/3 de votos por parte del senado; El Partido Republicano tiene mayoría, y se renovará el parlamento en la mitad del período, por consiguiente, al este Partido no le conviene que Trump sea reemplazado por Mike Pence, el vicepresidente, cuyo único tema prioritario es poner fin al aborto.
Es cierto que los republicanos estaban dispuestos a votar contra Richard Nixon en el juicio político, pero se adelantó con la presentación de la renuncia a la presidencia de la república. Hoy, algunos senadores, incluso republicanos, condenan a Trump, pero aún son minoría.
El millonario Trump, en una declaración pública, declaró que era muy difícil gobernar este país, pensando que la presidencia era actuar en un reality show – en medio de este lío, los mexicanos están más felices que “las mirlas en un cerezo”, pues ya del muro ni siquiera se habla.
El nombre de “Garganta Profunda” corresponde a una película pornográfica, de los años 70, en la cual una mujer no experimenta placer sexual con los hombres hasta que descubre que su clítoris estaba en la boca.
A lo mejor, Trump es tan sagaz para zafar como lo hace el candidato chileno, Sebastián Piñera, sólo los tarados creen que puede haber democracia donde reinan los magnates.
Rafael Luis Gumucio Rivas (El Viejo)
18/05/2017