Patricia Castillo murió la madrugada del sábado 13 en su casona del Cerro Alegre, en Valparaíso.
Tenía 69 años de edad. Muchos hijos y muchos nietos. Miles de amigos. Estaba rodeada de su familia y tuvo tiempo para entregarle a ella sus últimas propuestas, y para despedirse.
Era una mujer profundamente católica y estoy seguro que, excepcionalmente, sentía con certeza que ingresaría a su paraíso. Vivió en”el valle del paraíso” antes de asegurarse de entrar en él.
Nació en noviembre de 1948 en Chépica y estudió allí sus primarias.
Siendo ella una jovencita su extensa familia se trasladó a Santiago, a vivir en una antigua casa de la Gran Avenida, cerca de la Fuerza Aérea.
Militó tempranamente en Las Urracas y en JDC de La Cisterna, partido que en esa época se llenó de jóvenes idealistas de origen católico y evangélico.
En Las Urracas, similar a Las Urracas de Emaús francesas, creadas por el Abate Pierre en la post guerra, y cuya función en ese Chile fue apoyar la lucha por un techo digno a los habitantes de la zona sur de Santiago. Sus reglas: acogida-trabajo-comunidad-servicio-lucha. Para juntar dinero de apoyo recolectaban “trapos” (objetos usados) y los vendían.
El Chile de esos años tenía un ingreso per cápita de menos de mil dólares y una pobreza que limitaba en la miseria y que sólo se medía en la cesantía, el campesinado que no percibía salarios, los pobladores sin casa y sin servicios básicos, ellos y los trabajadores normalmente reprimidos, y los jóvenes que ocasionalmente llegaban a la exclusiva universidad.
Cuando Patricia entró, con 18 años, a trabajar en la Municipalidad de La Cisterna, con el recién electo regidor que escribe, el per cápita de Chile era de 769 dólares, y la comuna, una de las más pobres y extensas del país, con absoluta mayoría de pobladores.
Pocos años antes, en 1962, se había producido la masacre de la población José María Caro, en el gobierno de Jorge Alessandri. Poco después, con Patricia a la cabeza, participamos en tomas de terrenos en La Bandera, de La Granja, y en Lo Espejo, de La Cisterna, y apoyamos la organización poblacional allí.
Fueron años duros y ella siempre estuvo en la primera línea.
En 1968, a raíz de las matanzas de Puerto Montt y la anterior en El Salvador, en el gobierno de Frei Montalva, renunciamos a la DC y en 1969 entramos al joven Mapu con el que ella se sintió identificada hasta el día de su muerte.
En 1971 dejó La Cisterna y partió a vivir en Antofagasta y allí trabajó con comunidades cristianas de base.
El golpe de Estado de 1973 la sorprendió en esa ciudad. En su casa fueron detenidos muchos de sus compañeros. Fue allanada más de diez veces, golpeada y ultrajada, y quemados allí libros, mimeógrafos y útiles “peligrosos”. La embajada de Canadá le ofreció asilo, Ella prefirió quedarse en el Comité de Paz de Antofagasta, colaborando con familiares de ejecutados y desaparecidos y apoyando a relegados en Chacabuco, Sierra Gorda y Baquedano.
El 1 de enero de 1974, trasladada a Valparaíso, empezó a trabajar allí.
La primera actividad comunitaria que convocó se llamó “Primer Seminario Vecinal” y a ella llegaron 12 personas. Más o menos 20 años antes otro revolucionario “loco” preguntó, después de una derrota militar inmisericorde en Alegría de Pinos, cerca de la Sierra Maestra, Cuba, 1956 “¿Cuántos somos? ¡Doce! le respondieron. ¿Cuántas armas? Ocho fusiles M52. Entonces, ganamos” sentenció.
Patricia a mediados de los 70, plena dictadura y con más de 50% de pobres, en el cerro mucho más, creó en el Cerro Cordillera el TAC (Taller de Acción Comunitaria). Creó una red que convocó a diversas instituciones educativas, clubes deportivos, otras organizaciones sociales y vecinos del Cerro, y llevó adelante tareas de educación popular, acogida, campañas de limpieza (transformaron basurales en plazas, mugre por flores), plazas para juegos de adultos y niños, promoción de la lectura y el arte, construcción de un anfiteatro para todos,con vista al mar. Movilizaron más de tres mil voluntarios y más de 10 mil niños participaron, muchos de los cuales son hoy jóvenes y adultos. No hubo trabajo individual. Todo el trabajo comunitario fue un trabajo colectivo. De allí surgieron líderes poblacionales y dirigentes sindicales.
El lunes 15 de mayo fue su despedida en el mismo Cerro Cordillera. Unas 700 personas asistieron a su misa de encuentro con su paraíso en la parroquia del Sagrado Corazón, pleno cerro. Fue una misa muy participativa y alegre, en la que se escucharon himnos como “Cuando amanece el día” de Ángel Parra, “Caminante no hay camino” de Serrat, “Te quiero” de Benedetti, “Como la Cigarra” cantada por Mercedes Sosa. Recordé que en 1970 Patricia fue Secretaria del Comando de Salvador Allende en La Cisterna y que la victoria fue por más del 55 por ciento. En la iglesia, un gran afiche del Mapu daba la bienvenida a los que entraban a la despedida. Ella, antes de morir, pidió que lo colocaran allí.
Después de la misa una procesión de cerca de mil personas, con su ataúd a pulso, banderas de colores y globos que se lanzaron al cielo, recorrió el trecho de piedras cuesta arriba desde la iglesia hasta el anfiteatro del TAC mirando el mar.
Allí hubo muchos que oraron a su dios o a la vida con ella y algunos amigos de más de cincuenta años de identidad que la despedimos con la certeza de que conocimos afortunadamente una persona excepcional.
El mundo con el que ella soñó no se creó aún. Espera. Pero ella puso a su alrededor más libertad que la que había, más justicia, más comunidad, más dignidad, más esperanza.