Donald Trump es un narcisista, psicópata y autorreferente: quiere gobernar el país en favor de sus empresas personales y demás negocios. A mi modo de ver, todo poder, en general, es depravado y, además, es la fuente de toda corrupción.
Un famoso psiquiatra italiano prueba que, por ejemplo, Emmanuel Macron es un psicópata, producto de su narcisismo extremo, hasta el punto de casarse con la mujer que lo sedujo siendo aún un adolecente y, podría decirse de él que es un “mamero” impenitente.
Richard Nixon era un hombre despreciable: tuvo mucho que ver con el golpe de Estado en Chile, derrocando a un gobierno legítimamente elegido. Como todo poderoso, tenía el delirio de persecución y una de sus manifestaciones era grabar todas las conversaciones que se daban en el Salón Oval, de la Casa Blanca; esta manía terminó por hundirlo en el caso “Watergate”. La verdad es que el todopoderoso Nixon pudo haber borrado las cintas acusadoras, pero ante el fracaso de culpar a sus asesores más cercanos, se desesperó y, aterrado ante el juicio político que se iba a decidir ante el senado, decidió dimitir de su alto cargo. Para convertirse en el Presidente más odiado en la historia de Estados Unidos hay que “hacer muchos méritos”, pues ese cargo ha sido ocupado por una docena de degenerados.
Trump está cometiendo el mismo error de Nixon: ante la certeza de la investigación, por parte del FBI, de la intervención del Presidente de Rusa, Vladimir Putin, en favor de la candidatura Trump frente a Clinton, en las últimas elecciones presidenciales, pide sorpresivamente la renuncia del director del FBI, James Comey, quien venía investigando la grosera intervención rusa en las elecciones norteamericanas.
El cargo de director de FBI tiene un período de desempeño de diez años, y es nombrado por el Presidente de la República con acuerdo del senado. Comey, simpatizante del Partido Republicano, fue nombrado por Barack Obama. La Constitución de Estados Unidos exige que los altos cargos del Estado tengan una prescindencia política. Comey era muy odiado por los Demócratas por haber acusado a la candidata, Hillary Clinton, por usar un servidor de su marido para enviar E-Mails, sólo siete días antes de la elección, que comprometían la seguridad nacional. La candidata Clinton culpo a Comey de haber influido, decisivamente, en el triunfo de Trump. Posteriormente, se descubrió, a través de la misma investigación, que dichos E-Mails no eran miles, sino unos pocos y que no comprometían la seguridad nacional.
En la declaración que se refiere a la destitución del director de la FBI, Trump afirma que Comey le había asegurado, en al menos tres veces, que el Presidente Trump no estaba implicado en el affaire de la intervención rusa en las elecciones de noviembre pasado. De comprobarse esta acusación de “entenderse con el enemigo”, secular desde 1945, el Presidente de la República no sólo merecería ser destituido por el senado, sino que ser acusado por el delito de alta traición, que tiene pena de muerte.
Según Donald Trump, habría procedido a la destitución de este alto funcionario por recomendación del Fiscal General, Eliot Richardson, y su segundo en el mando, William Ruckelshaus, quienes habían opinado sobre la peligrosidad en las actuaciones de Comey en “las investigaciones de los E-Mails de Hillary Clinton. Todo el mundo sospecha que Trump actuó de esa manera por miedo a que la búsqueda sobre la intervención rusa en la campaña llegara al actual mandatario.
El caso de Nixon guarda cierta similitud con el de Trump: Nixon, aterrado ante el peligro de ser descubierto en el caso “Watergate”, por las grabaciones, destituyó al fiscal independiente, Archival Cox, acción a la que se opusieron los fiscales generales. Durante varios días, el mandatario se negó a entregar las grabaciones que lo implicaban directamente, pero ante las circunstancias, se vio obligado a hacerlo.
La destitución de Comey podría convertirse en un búmeran: los senadores demócratas y algunos republicanos ya están pidiendo una comisión especial para indagar la intervención rusa en las últimas elecciones en Estados Unidos, que podría conducir a Trump al impeachment o, a zafar, igual que Nixon, por medio de la renuncia a la primera magistratura.
Trump está aterrado que Comey cuente todo ante la comisión de seguridad nacional del Senado. O que en base a la delación compensada sus funcionarios se pongan a cantar mejor que un tenor.
Como Nixon amenaza a Comey para que no lo delate ante el Senado como un matón de barrio
Donald Trump ha gobernado hasta ahora sobre la base de twitters y, como se hace en los reality shows, va eliminando “concursante por convivencia”. Si bien quiso que todo Estados Unidos girara alrededor de sus empresas personales, aún quedan algunos balances y contra-balances que le impiden hacer todo lo que quiere. Los ciudadanos de la América Profunda, podrían ser idiotas, pero para tanto.
En Estados Unidos existe lo que se llama en ciencia política “el complejo industrial militar”, es decir, manda el Pentágono coludido con las grandes empresas. Trump ha hecho lo que los militares han querido en Siria, Afganistán y Corea del Norte. La estrategia guerrera le ha servido para detener la sangría del bajo apoyo popular y, sobre todo, tener ocupados y contentos a los militares. Aún hay ingenuos o que no quieren entender que el poder no es más que coerción, es el derecho, según Max Weber, de causar la muerte a quien se oponga a la hegemonía del poder.
Donald Trump está labrando su propia destrucción al decir tanta insensatez en 140 caracteres. Por ejemplo, en uno de ellos acusó a los demócratas de haber introducido más de tres millones de votos fraudulentos para la elección presidencial; en otro, habla maravillas de su; en otro, habla maravillas de su entrevista con el Canciller ruso – y hasta se le ve sonriendo -.
Pienso que los religiosos y los empresarios no debieran postular a la presidencia de la república: en los primeros, porque se impondría una teocracia y, en los segundos, porque convierten al Estado en una empresa para enriquecerse ellos mismos.
Rafael Luis Gumucio Rivas (El Viejo)
13/05/2017