Las encuestas y sondeos de opinión pública se han constituido en Chile y otros países como uno de los principales protagonistas de la política. Muchas de las decisiones que toman los gobiernos y los partidos están condicionadas por lo que se le consulta a los potenciales electores, más que por las ideas y propósitos que debiera alentarlos. Son muy pocos, ahora, los líderes y candidatos que logran consolidarse si es que las encuestan no les descubren ese “ángel” como hoy se dice, y que en la actualidad vale mucho más que el carisma o la solvencia intelectual o moral que eran valoradas antaño.
Si las encuestas hubieran estado presentes en el pasado, líderes como Eduardo Frei Montalva o Salvador Allende posiblemente no hubieran podido continuar sus carreras políticas, después de sus primeros fracasos electorales. Los sondeos los habrían obligado a desistir, así como habría llevado a sus organizaciones a optar por otros postulantes más mediáticos: por artistas, deportistas o, incluso, personajes de la farándula.
Asimismo, tampoco habrían prevalecido los proyectos históricos que tanto proclamaban los llamados a constituirse en representantes del pueblo. Sin duda hoy una palabra incómoda para los que prefieren hablar de “gente”; de “sectores vulnerables”, a cambio de pobres ; de “personas en situación de calle”, en vez de indigentes y marginados.
Me temo, también, que habría sido muy difícil emprender la Reforma Agraria, la Nacionalización del Cobre y otras transformaciones, si es que hubiesen existido las encuestas que hoy se realizan casi cotidianamente. Cuando es muy evidente que la opinión pública está demasiado influida y manipulada por los grandes medios de comunicación en países que, como el nuestro, carecen de una razonable diversidad informativa, y los pocos medios de comunicación libres e independientes, tanto sus periodistas, son hostigados, o calumniados para silenciarlos, hacerlos desistir de su independencia y dignidad… Incluso, tantas veces, por la desidia de los propios profesionales de la información, que prefieren la estabilidad de su trabajo, más que cumplir con la sagrada misión ética del periodismo.
Sin desconocer el mérito personal de ciertos candidatos hoy bien posicionados en las encuestas, parece inobjetable que en algunos de ellos no descubrimos todavía propuestas contundentes, programas de gobierno o propósitos legislativos. En la obsesiva carrera por lo cupos, las dirigencias políticas están obnubiladas y solo les importa si sus abanderados o candidatos están o no en posibilidad de triunfar en las elecciones, arribar a La Moneda o posar sus asentaderas en el Congreso Nacional o municipios. Cuando ahora, para colmo, la profesión de “político” es una de las mejores remuneradas dentro del mercado ocupacional. Y una tentación franca para hasta para muchos universitarios recién egresados que comprueban que con sus títulos profesionales a lo sumo pueden obtener un 10 o un quince por ciento como ingreso, lejos del monto de las dietas como parlamentarios u oficiando de asesores ministeriales. ¡Y vaya que elocuentes con los hechos en este sentido!
Por otro lado, los cientistas sociales nos señalan que muchas encuestas o sondeos son realizados sin el debido rigor metodológico. Que las preguntas y las alternativas que ofrecen estas consultas están determinadas por la intención previa y los sesgos de quienes las financian y divulgan. En la idea de que éstas pueden influir mucho más en la definición y el triunfo de un candidato que su talento, fidelidad ideológica o abnegación. Más, todavía, que la propaganda millonaria o la propia exhibición en los canales de televisión o los medios más poderosos.
Es indudable que la ignorancia, el oportunismo político son, sin duda, un abono fértil para las encuestas y la posibilidad magnífica que éstas tienen de imponer candidatos y lograr que sean electos y ratificados por una ciudadanía que es ejercida, como en el caso de Chile, por apenas el 40 por ciento de los potenciales sufragantes.
Que las encuestas se equivocan es, por cierto, un dato de la causa. Se equivocaron, por ejemplo, en Inglaterra con ocasión del “brexit” y poseriormente con la victoria de Trump. Sin embargo, muy poco pueden errar en aquellos países de frágil vocación o solidez democrática. Porque son éstas, justamente, las que más están influyendo en el presente en la conformación de “opinión pública”.
Con todo, hay otros países que no muestran encuestas o que el mejor sondeo es el que expresan en las calles. Tal como ocurriera en Cuba con las multitudinarias y acongojadas manifestaciones populares que salieron en toda la isla a despedir los restos mortales de su líder: de Fidel Castro. Experiencia que pudo comprobar el mundo entero y sonrojar o enmudecer a sus más ácidos detractores.
Así como en Chile, por lo demás, las mejores encuestas son las que se manifiestan en las calles. En las multitudinarias marchas y protestas de NO+AFP y de su líder Luis Mesina, por ejemplo. O las enormes concentraciones a las que nos mantienen acostumbrados los jóvenes y los estudiantes. Expresiones populares que no son materia de encuestas o son ninguneadas por los grandes medios de prensa que las desvirtúan o soslayan su efectiva concurrencia