Nadie puede negar el mérito de Emmanuel Macron por haber llegado a la presidencia de Francia, con el apoyo de un Movimiento de sólo un año de existencia, de ser, después de Napoleón, el más joven Presidente de Francia y sin haber ocupado ningún cargo de representación popular y, sin serlo, supo representar al político no tradicional.
Todo político debe tener una dosis de suerte para triunfar y convertirse en Presidente de la república, y Macron la tuvo con creces: en primer lugar, el candidato seguro para suceder al Presidente actual, Francois Hollande, era el republicano Francois Fillon, pero se derrumbó su aspiración por el affaire Penélope. (En Chile, Sebastián Piñera pasa zafado y tal vez por faltas mucho más graves); en segundo lugar, el Partido Socialista francés se dividió, lo cual le trajo la pérdida del apoyo popular; en tercer lugar, Hollande hizo el peor gobierno en la historia de Francia y no se atrevió siquiera a presentarse a la reelección; en cuarto lugar, el hecho de tener a Marine Le Pen como rival en la segunda vuelta favoreció a Macron con el voto antifascista.
La equivocada estrategia de Marine Le Pen, de atacar a su contender en forma grosera y no aportar ninguna idea con respecto al su programa de gobierno, le dio muchos votos a Macron desde los días previos a la segunda vuelta. El resultado de la elección, aun cuando ha sido el más alto obtenido por el Frente Nacional, desde su fundación, decepcionó a la candidata, Marine Le Pen, que esperaba un 40% – las expectativas siempre han tenido importancia en política -.
Emmanuel Macron, con el 66,10% de los sufragios, estuvo muy lejos del 80%, obtenido por Jacques Chirac, en 2002, frente a Jean Marie Le Pen, pero a diferencia de 2002, en 2017 no se constituyó ningún frente republicano para combatir el fascismo.
Junto al derrumbe de los partidos políticos tradicionales y del bipartidismo, hoy, el gran actor de esta segunda vuelta fueron los cuatro millones de votos blancos y nulos. Siempre, a través de la historia electoral de la mayoría de los países, ha habido un debate de cómo considerar este tipo de votos: para el premio Nobel de Literatura, José Saramago, en su libro Ensayos sobre la lucidez, los considera un rechazo al sistema político, y en Francia es una seria advertencia de repugnancia frente al sistema política imperante.
El acto con que Macron celebró su triunfo está lleno de simbolismos: caminó solo hacia la Pirámide del Museo del Louvre – mandado construir por su gran héroe, Francois Mitterrand – y en el discurso reconoció el malestar de los franceses, expresados en el voto por Marine Le Pen; luego, en términos muy poéticos, llamó a la unidad de todos los franceses para luchar contra el racismo y, desde luego, reformar el sistema político. Como siempre, el filósofo Macron, se bambolea entre la derecha y la izquierda, entre el socialismo liberal, el neoliberalismo y la democracia bancaria, es decir, hay de todo para todos ante la felicidad de la señora Ángela Merkel. Lo sí está claro es que el Presidente electo es un fanático del europeísmo y, desde luego, la Troika debe estar muy feliz con su triunfo.
La Francia en decadencia necesitaba un rostro nuevo, joven y que supiera mezclar muy bien los asuntos financieros con la filosofía – sería genial que los gobernantes filósofos, fueran, a su vez gerentes de bancos y grandes economistas < Platón se reiría de la osadía de estos gobernantes modernos, que son filósofos y, a la vez, gerentes de bancos>, y no es la caso de Piñera que es millonario y de una ignorancia tan grande como los millones acumulados -, y Macron es una muy buena cara comercial para la Francia en crisis.
Como decía el “filósofo” Augusto Pinochet, “la política consiste en dejar contentos a los ricos sin preocuparse mucho de los pobres”; Macron hará otro tanto pero de manera más fina y culta, como lo merece el ilustrado pueblo francés, es decir a la volteriana, con muy buena literatura para defender , para defender a los ricos.
Terminada la segunda vuelta, comienza el debate sobre la “tercera vuelta”, es decir, las elecciones de la Asamblea Nacional, programadas para el mes junio. El panorama se presenta complicado para Macron y lo más seguro es que Movimiento, En Marcha, no será mayoritario en la Asamblea. La pregunta que cabe hacerle a un Presidente tan ambiguo como es Macron quién será su Primer Ministro y con qué partidos políticos gobernará. ¿Lo hará con los Republicanos si la derecha se rearma? ¿Lo hará con el centrista Francois Bayrou? ¿Lo hará el Partido Socialista si logra unificarse, o bien, con una fracción de éste? Lo único cierto es que izquierda de Mélenchon y el Frente Nacional, de Marine Le Pen, estarán en la oposición.
Se pretende comparar a Macron con Giscard D´Estaing, pero hay muchas diferencias en cuanto a la época, al cuadro político y la personalidad de cada uno de ellos, por ejemplo, en la era de Giscard D´Estaing el Frente Nacional no tenía ninguna importancia política. Algo tiene Macron de la antigua Democracia Cristiana francesa (MRP), pues el candidato Jean Lecanuet era física e intelectualmente muy parecido al Presidente electo, especialmente, porque ambos prometían superar la política tradicional.
El Frente Nacional tiene varios escollos a enfrentar previo a las elecciones de la Asamblea Nacional. En el Congreso del Frente Nacional hay que resolver las culpabilidades por el hecho de no haber ganado en la segunda vuelta; se planteará el debate entre los Le Pen – Jean Marie, Marine y Marion Maréchal – entre el tradicionalismo ultraderechista y la nueva cara populista como sello de Marine Le Pen.
Si consideramos que el Frente Nacional obtuvo 11 millones de votos en la segunda vuelta, sería bueno preocuparse, pues un eventual fracaso en el gobierno de Emmanuel Macron podría, perfectamente, abrir la puerta a la ultraderecha.
En la próxima columna veremos la situación de la izquierda en Francia, que se encuentra en un difícil momento.
Rafael Luis Gumucio Rivas (El Viejo)
08/05/2017