Los cien primeros días de un gobierno han sido, por lo general, un indicador de la continuación de un período presidencial. Se dice que aquello que no se inicia con pie firme en los tres primeros meses será, casi imposible, realizarlo durante el resto del mandato.
Este principio carece de sentido hoy por hoy, pues se suponía que todo Presidente tenía una luna de miel con su electorado, pero en la actualidad, ningún gobierno logra mantener su popularidad más allá de los pocos días después de asumido el cargo. Gobernar es sinónimo de decepcionar.
Donald Trump tiene una ilegitimidad de origen, pues perdió las elecciones populares por una diferencia de 3 millones de votos, frente a su rival en la competencia, Hillary Clinton. Es cierto que ganó con el voto de los delegados de los Estados – lo mismo ocurrió con el triunfo de George W Bush, sin embargo, la distancia entre el número de votos fue menor para este último candidato -, pero para la mayoría de los ciudadanos norteamericano, sobre todo de las grandes ciudades, Nueva York y California, el magnate Trump, debido a sus dichos xenófobos y a su personalidad, fanfarrona y prepotente, es rechazado desde el inicio de su mandato, además no lo consideran con la calidad moral y profesional para ejercer la primera magistratura; incluso, algunos se avergüenzan de que un personaje de esa catadura moral ocupe tan alto cargo.
Que Trump tenga la más baja aprobación de los Presidentes norteamericanos desde 1945 no nos puede extrañar por esta ilegitimidad de origen y rechazo del pueblo de Estados Unidos a su gestión. En el mismo período de los 100 días iniciales, Barack Obama tuvo el 63% de apoyo, y Richard Nixon este mismo porcentaje; J.F. Kennedy tuvo el 71%. Trump, hasta ahora, tiene el 40% aprueba su gestión, mientras que un 54% lo desaprueba.
Como lo afirma el gobernador de Washington, “los cien primeros de Trump han sido una mezcla de opereta y tragedia”. Aún no se ha podido dilucidar el grado de intervención del gobierno de Vladimir Putin en las elecciones presidencias norteamericanos, así como en el triunfo de Trump, que sigue siendo una historia de intrigas, espionaje e infiltraciones de una potencia extranjera en los procesos electorales de Estados Unidos.
Donald Trump parece ser un gran actor y, como tal, ve la vida como un continuo programa de farándula, y si presenta bajo rating, poco le importa, pues él se mueve por la llamada pos verdad, es decir, como tiene los poderes del dinero y el político, sólo le interesa ser aceptado por sus seguidores incondicionales que lo condujeron a la presidencia de la nación.
Trump prometió devolver a Estados Unidos su papel protagónico y luchar por una “América para los americanos”, combatir a China por el supuesto abuso en las relaciones comerciales y manipular su moneda, el Yuan; por otro lado, mejorar sus relaciones con Rusia, terminar con los Tratados de Libre Comercio y, sobre todo, revisar el NAFTA, privilegiando las relaciones bilaterales con los países, y siempre teniendo en cuanta el interés de Estados Unidos.
Que Trump sea el rey de la contradicción, a nadie le puede extrañar, por ejemplo, que durante su campaña haya criticado a la OTAN y ahora la considere como su principal aliada; que pretendiera convertirse en un incondicional amigo de Rusia y hoy se oponga a Putin, especialmente por injerencia en Siria; que un día hable de que Estados no intervendría en el derrocamiento de Bashar Al-Assad y, al siguiente día diga que es un monstruo; estas y otras contradicciones se basan en una política internacional diseñada por el Pentágono, que se denomina la “del loco”, vocablo utilizado por Henri Kissinger, que consiste en amenazar al rival de la actuación de un personaje más loco que terminaría por aniquilarlo. Nixon servía muy bien para este juego entre el bueno y el malo.
En política internacional Trump no tiene ningún diseño, plan o estrategia: se trata de atacar y, luego, dar explicaciones. La diferencia con los otros Presidentes norteamericanos es que Trump está completamente por las opciones que el pentágono le propone, que son de una gran agresividad, como el reciente bombardeo de la base aérea en Siria y el sorpresivo lanzamiento de la bomba no convencional más poderosa en Afganistán. Imitando a G.W. Bush, primero disparo y después doy explicaciones.
Poco le importa si el gobierno sirio utilizó verdaderamente armas químicas para doblegar a sus enemigos, pues lo significativo era dar un golpe de timón; Bush hizo otro tanto contra el gobierno de Sadam Hussein cuando resolvió invadir Irak y asesinar a su Presidente. En ambos casos se ha hecho caso omiso del dictamen y derecho a veto por parte del Consejo de Seguridad de la ONU.
El papel de matón de barrio le ha sido bastante útil al Pentágono y a Trump, quien, al carecer de una planificación sobre política internacional, le permite tener el aplauso de los chauvinistas de la América profunda, que le permitió el triunfo y que mantiene contento a su público.
En política nacional, Trump sólo ha tenido dos triunfos: el primero, eliminar el Tratado de Transpacífico, (TPP), y el segundo, lograr el nombramiento del juez Neil Gorsuch, un conservador de su agrado, además del Partido Republicano, que le permite contar con mayoría en la Corte Suprema. Por otra parte, sorteando algunas dificultades, logró la aprobación de su gabinete ministerial por parte de Senado.
La tarea prioritaria que se propuso Trump ha sido un verdadero fracaso: con mayoría en ambas Cámaras no fue capaz de terminar con el Obamacare demostrando la carencia de un plan que lo reemplazara.
Otro de sus pasos en falso lo constituye la famosa construcción de un muro que separara el sur de Estados Unidos y el norte de México, so pretexto de combatir la inmigración ilegal, proveniente de este país y de Centro América. Desde su campaña anunció que le obligaría a México a pagar el costo del muro. La mayoría de los Estados fronterizos están en desacuerdo, y Demócratas, incluyendo algunos Republicanos, no darían mayoría para aprobar el presupuesto para la construcción del muro. Es tanto el ridículo en que se ha visto Trump que se ha visto forzado a retirar la propuesta, y el gobierno mejicano, con Enrique Peña Nieto a la cabeza, aun cuando sea un desastre, en este plano puede cantar victoria.
Otra de las derrotas que ha sufrido Trump en su política interior dice relación con su lucha contra la inmigración: prometió expulsar del país a más de 2 millones de extranjeros ilegales y castigar a las ciudades santuario; en ambos casos, los gobernadores y los jueces y la opinión pública han detenido esta política racista.
La única promesa de campaña que Trump intenta cumplir contra viento y marea es la rebaja de impuestos a las empresas: del 35% al 15%. El riesgo de tan audaz medida es el aumento del déficit fiscal norteamericano, que se calcula en 3 millones de dólares en diez años. A su vez, el riesgo de inflación obligaría a aumentar constantemente las tasas de interés.
Los primeros tres meses del mandato de Trump han sido una verdadera fanfarria de promesas incumplidas.
Rafael Luis Gumucio Rivas (El Viejo)
26/04/2017