Si usted va a concurrir al banco, ISAPRE, AFP a cobrar un dinerillo, le aconsejamos llevar un archivador con toda clase de documentos. En cualquier instante los va a necesitar. Apenas usted ingresa a una de estas instituciones de “solidaridad” o de “beneficencia”, sentirá que alguien lo vigila. Mantenga serenidad. Sobre su cabeza se moverá una cámara de seguridad y el vigilante, vestido de azul desteñido, empezará a memorizar su rostro.
Si hace fila y comienza a acercarse a la caja pagadora, sentirá la sensación de haber olvidado un documento. Después de tediosos minutos —a veces puede ser de horas— se enfrentará al funcionario ad hoc, que detrás de poderosos cristales antibalas, lo aguarda en silencio. ¿Acaso se trata del inquisidor? Luego de usted observarlo, recordará al profesor de matemáticas, quien lo reprendía, por no saber las tablas de multiplicar.
Con el archivador bajo el brazo, usted pensará de por qué su presencia ahí y sentirá deseos de volver otro día. El funcionario le solicitará su carnet. Después de mirar la cédula y a usted con manifiesta odiosidad y altanería de burócrata, le exigirá los documentos necesarios para acceder a su dinerillo. Usted, algo atolondrado, revisará su archivador. Como no tiene donde dejarlo, al concluir su revisión, lo pondrá entre sus temblorosas piernas.
A causa de la insistencia del cajero, usted mostrará uno tras otro documento y en su distracción, introducirá por el hueco del vidrio de la caja, donde apenas cabe su mano, el certificado de bautismo. El cajero realizará un gesto de desdén o aversión si es ateo, y al devolverle el documento olor a santidad, lo va a maldecir.
—Aquí falta la orden de pago —manifestará ceñudo, mientras manipula su computador.
Como usted permanece azorado y perplejo, al observar que las personas que vienen a continuación dan bufidos de impaciencia, deseará lanzar el archivador a la cara del guardia de seguridad. El hombre se ha instalado junto a la ventanilla donde permanece usted. Mientras soba la empuñadura de su revólver, realiza movimientos de querer desenfundarlo.
Después de tantas peripecias, usted logra rescatar su dinerillo y al observarlo, descubre consternado, que apenas le alcanza para beber un café de higo. Al revisar la liquidación se enterará que le han descontado, gastos de administración, estudio de títulos, impuestos… Al final, decide darle las tres monedas al mendigo que hay a la salida de la oficina. Como usted abusa de la imaginación, pensará que el mendigo está coludido con estas instituciones.
Ahora, si usted va a cancelar la cuenta del celular, la cuota número 529 del auto o de cualquier otro servicio, sentirá que la expresión de los funcionarios encargados de recibir su dinerillo, es de beatitud. Incluso, escuchará el aleluya de Bach, mientras el guardia de seguridad moverá los hombres y le guiñará un ojo, como si lo quisiera sacar a bailar. Dan deseos de concurrir sólo a estas oficinas, donde reina la amabilidad.