De las vergüenzas más bochornosas que lucirá para la historia la pos dictadura que impera en Chile, será el silenciamiento brutal que sufrió la prensa democrática, traicionada por los nuevos poderosos. A la represión, tortura exilio, muerte y desaparición de periodistas y comunicadores, durante la dictadura, le siguió una encarnizada aunque soterrada persecución a todo lo que olía a prensa democrática y de izquierda.
El caso del Diario Clarín es quizás la más evidente afrenta al periodismo que sufrió los embates brutales de la tiranía. Y que luego del retiro táctico de los militares, fue traicionado por sus sucesores, los actuales administradores del orden.
En lo que respecta a los medios de comunicación y a la libertad de expresión, aún campean las disposiciones de la dictadura. Quienes acostumbran a mencionar esta larga temporada de buenos negocios como transición democrática, traicionan el significado real de las palabras.
Lo que ha habido ha sido una administración del legado estratégico del dictador, ahora en un formato pseudo democrático que es refrendado cada dos años y medio mediante elecciones en las que votan cada vez menso ciudadanos.
Hasta ahora, jamás ha habido intención alguna de restituir el derecho del pueblo a informar y ser informado verazmente. Y los mismos poderosos de siempre se han hecho de los medios de comunicación masivos. De prácticamente todos.
Solo un par de medios resisten heroicamente, entre ellos la revista Punto Final, en medio de un cerco económico que no es casual.
Peor aún, el Estado, administrado por la actual coalición gobernante enjuaga su boca cada a día con su auto denominación de centro izquierda, ha privilegiado a la derecha más reaccionaria y cruel por la vía del avisaje estatal que llega a niveles de otra vergüenza mayúscula.
Durante estos largos años de ignominia disfrazada de democracia, la costra de políticos otrora de puño en alto y de aguerridas camisas rebeldes, devinieron en prósperos empresarios, lobistas, asesores, millonarios y miembros de directorios, que han hecho migas más que condescendientes con aquellos que encubrieron, defendieron y prohijaron la tortura, la persecución, la muerte y la desaparición.
Ese nivel de traición jamás visto a esa escala se verifica a diario si se considera que la cultura neoliberal necesita de sistemas de comunicación, es decir, de desinformación y manipulación, para sostener su dominio.
Por eso la lucha que ha dado por tanto tiempo Víctor Pey y la Fundación Salvador Allende por la recuperación del diario El Clarín, no es solo por la reivindicación en derecho de la propiedad de un medio de comunicación que está en la memoria histórica de un pueblo.
La cruzada moral de Víctor Pey y sus compañeros cumple con ser un permanente dedo acusador contra aquellos que traicionaron todo lo que decían profesar.
Es un acto de permanente rebeldía ante la injusticia que enseña con una pedagogía ejemplar que las ideas no claudican cuando son honestas y justas.
Es la resistencia moral admirable ante una injusticia en la que los responsables callan y optan por regurgitar su vergüenza amparados en mentiras y marullos legales.
El Estado chileno debe acatar lo resuelto por el laudo que reconoce derecho a la compensación por el secuestro descarado del que fue objeto el Diario El Clarín.
La presidenta Bachelet no puede obviar la responsabilidad terrible que carga sobre sus hombros ante este caso.
Visto con la perspectiva de la historia, el caso del El Clarín se alza como una de las mayores traiciones urdidas al amparo de una pseudo democracia que se ha empeñado en castigar a los castigados de siempre.
Y que ha tratado de silenciar a los que han hecho de sus vidas un acto permanente de fe en el ser humano y que han combatido la ignominia de un sistema que se ha olvidado que quizás seamos los únicos seres vivos en la vastedad del universo en donde no tiene sentido ni la riqueza ni el poder ni el egoísmo.