A menudo se repite esa aseveración de que en política “hay que tener el cuero duro”, aludiendo al hecho que cuando uno está en la arena pública, sea esta un modesto puesto dirigente en un centro de alumnos, una población, una estructura menor o mayor de un partido político, qué decir un puesto ministerial o la jefatura del estado, quien asume ese rol va a estar expuesto a todo tipo de ataques e invectivas; no hablo aquí de críticas que, justificadas o no alguien puede llegar a hacerse acreedor, sino de situaciones en que verdaderamente habrá mucho apasionamiento de por medio y a veces se sobrepasarán ciertas rayas, producto de la indignación pública.
A esa aseveración—muy cierta por lo demás—yo agregaría otra igualmente importante: no hay que ser “caradura” concepto que en ese caso se aplica a quienes actúan con un absoluto sentido de desvergüenza y son capaces de mentir, acomodar hechos o tergiversar situaciones para lograr sus propios objetivos. Por ejemplo, escudarse en que los precandidatos declarados de un partido no marcaban mucho en las encuestas, para eludir una consulta amplia y en cambio decidir el candidato entre cuatro paredes, sin la mirada inoportuna de la militancia común y silvestre.
Por el noticiero de TV Chile (la señal internacional de Televisión Nacional) me entero que el Ministro de Hacienda Rodrigo Valdés fue “funado” (esto es, repudiado o sujeto a imprecaciones y otros gestos de rechazo) cuando se aprestaba a almorzar con el presidente de CODELCO, supuestamente para pagar una apuesta por los buenos resultados de la empresa cuprífera estatal. Rápidamente el Ministro del Interior salió en defensa de su colega e incluso el propio coanimador del noticiero “le puso de su cosecha” editorializando por su cuenta sobre cuán repudiable era lo sucedido a Valdés.
Recordé otro episodio parecido, en la anterior administración de Michelle Bachelet cuando a su entonces Ministra de Educación, una señora de apellido Jiménez, una estudiante le vació un jarro de agua en la cara. Claro está, la joven de esa época—como muchos estudiantes—estaba indignada por la falta de receptividad de esa ministra a las demandas estudiantiles, y más aun ante la desvergonzada actitud de la autoridad de decir que “escuchaba a los estudiantes” cuando en verdad no tenía la menor intención de acoger sus demandas. En el caso del ministro Valdés, que recientemente ha protagonizado hechos que lo presentan como una suerte de matón de escuela al desautorizar de modo prepotente a la Ministra del Trabajo y salir en defensa de las AFP, y hace unos días, descartar sumariamente la idea de reducir la jornada laboral, uno no puede decir que haya hecho mucho por ganarse la simpatía de la gente. Cierto, en general los ministros encargados de las finanzas no son los que gozan de mayor popularidad; pero una cosa es ese fardo que viene con el cargo mismo—ser el “tenedor de libros” del país y por lo tanto manejar la contabilidad y la chequera—y otra cosa es creerse poco menos que dueño de las platas públicas y querer situarse como una especie de “súper ministro” por encima de sus demás colegas. Situación que se hace aun peor cuando uno ve que por sus actuaciones, tales como eliminar o desvirtuar todas las medidas que favorecían a los trabajadores según dio a entender la anterior Ministra del Trabajo Ximena Rincón, y ahora salir en defensa del sistema privado de pensiones, uno bien puede preguntarse qué hace un señor como Valdés en un gabinete de un gobierno que se describe a sí mismo como de centro-izquierda. Don Rodrigo (no confundir con el simpático personaje de Pepo que aparecía en El Pingüino de por allá en los años 60) se ha echado unas ínfulas que, claro está, hace que mucha gente lo deteste y dada la oportunidad de decirle “pa’tu madre” en la calle, pues no dejaron pasar la ocasión. Al fin de cuentas es algo inusual que un país parezca estar gobernado por el tenedor de libros.
Por supuesto uno puede argumentar mucho en torno al tema de que actos como estos representan una falta de respeto (en una sociedad como la chilena donde los modales y la buena educación, en todo caso, hace tiempo que brillan por su ausencia) e incluso hay en ellos una cierta violencia que no debería darse si se ha de tener un intercambio relativamente civilizado (de todas maneras, siempre hay que recordar que los únicos que sí quebrantaron—y en un extremo impensable—las normas, ya de no de buenos modales, sino de humanidad, fueron los militares que a partir de 1973 y por casi 17 años sometieron a tortura y muchos otros vejámenes a miles de personas, eso es algo que no hay que olvidar cuando algunos ponen el grito en el cielo de que se están traspasando normas elementales de convivencia democrática y otros discursos por ese estilo).
Me imagino que en todo caso el Sr. Valdés sabe muy bien eso del “cuero duro”, ahora si en verdad resulta que ha invertido las condiciones para ser político que mencionaba al comienzo y es su cara la que tiene la consistencia del concreto armado, bueno, en ese caso quizás la “funa” fue poco para lo mucho que habría que decirle. Por ejemplo, que su arrogancia respecto del manejo de las finanzas públicas, como si todos los demás fueran ignorantes o incapaces, no es más que una desvergonzada manera de tapar las insuficiencias que tiene cualquier paradigma de las finanzas, porque al final—algo que algunos economistas no les gusta admitir—la llamada ciencia económica, como toda ciencia social, no es exacta. Cuando se habla de la “necesidad de medidas de austeridad” en realidad simplemente se está aplicando un modelo ideológico que restringe el gasto público con miras a balancear los libros a costa de los sectores más desfavorecidos. Cuando se instala como dogma de fe que el actual sistema de pensiones no puede cambiarse por uno de reparto (como el que gozan las fuerzas armadas y otros uniformados) y se barajan cifras truchas que son sólo especulativas para respaldar ese dogma, por ejemplo sobre la baja de la población, o que un tal sistema nacería desfinanciado y por tanto el aporte estatal tendría que ser muy alto con la consiguiente alza de cotizaciones e impuestos, y más encima se miente diciendo que otros países están adoptando un modelo como el chileno cuando la verdad es que varios de aquellos pocos que lo hicieron han dado marcha atrás y regresado a un sistema solidario; bueno en ese caso se está mintiendo descaradamente. Aunque claro, se hace de un modo que aparenta ser muy documentado, con cifras que lo apoyan. La verdad es que también uno puede esgrimir cifras para defender la postura de retornar a un sistema de reparto, pero eso rara vez se menciona. De cualquier modo la ciencia económica está muy lejos de una ciencia natural y exacta como la física o la astronomía, incluso se podría decir que—según quien la ejercite—podría estar más cerca de la astrología.
Volviendo a las aseveraciones iniciales es evidente que hacer del “cuero duro” uno de los requisitos para entrar en la arena política bien puede operar como un desincentivo para muchos. Al fin de cuentas, a no ser que uno entre a la política por un mero y desenfrenado afán de poder, o—peor aun—que lo haga para enriquecerse de un modo ilegítimo, el arriesgarse a que le digan “pa’tu madre” podría tener algo de masoquismo. Sin embargo, es como son las cosas, las pieles delicadas en política no sirven de mucho. Ser demasiado susceptible a la crítica, qué decir a los insultos que a veces uno va a recibir, no lo hacen muy apto para el intenso quehacer político. Y esto es válido para todos los niveles del accionar político, entendido como el esfuerzo de influir en el rumbo de una entidad o sociedad cualquiera, sea desde la base o como dirigente. Puede tratarse de un entorno pequeño, sus compañeros de comité de base en un partido cualquiera, sus vecinos en una población, o uno mayúsculo, la nación entera si uno sucede que es ministro o presidente de la república. Las condiciones están allí sobre la mesa y quien quiera asumir un rol político no puede sino aceptarlas.
El cómo lidiar con esa exigencia y no perder la cabeza y terminar agarrándose a golpes de puño con cada insolente que sale en el camino no siempre es fácil. Cuando uno es joven—y en esto recuerdo mis propios años de liceo y universidad—era relativamente fácil perder la paciencia y quedar muy cerca del encuentro violento. Con los años (y las naturales limitaciones que impone el cuerpo) esos arrebatos de violencia quedan sólo como recuerdos de un pasado de inexperiencias y aprendizajes. Al fin de cuentas pocas cosas son tan ridículas como ver a un par de viejos ofreciéndose puñetes o—peor aun—yéndose efectivamente a las manos (quizás tan ridículo como ver a viejos fumando marihuana o tratando de bailar twist o rock como cuando tenían 20 años). En mi propia experiencia de ocasional ocupante de algún puesto dirigente en la comunidad de exiliados, por cierto que también me habrán dicho “pa’tu madre” en más de una ocasión, abiertamente o en la forma de chisme, que para este caso no es una diferencia mayormente relevante. Al respecto encuentro una respuesta muy buena que una vez emitió el padre del actual primer ministro de este país, Pierre Trudeau, quien ocupaba ese cargo cuando yo llegué a Canadá. Ante una retahíla de insultos que alguien le había endilgado, él tranquilamente replicó: “Me han dicho cosas peores, gente mejor…”
Eso sí, si para la política hay que tener el cuero duro, el tener cara dura en cambio es hoy por hoy una de las principales razones por la que esta actividad se haya tan desprestigiada. Desgraciadamente, parece que muchos han confundido en qué parte del cuerpo es que se necesita esa condición de fortaleza.