Motivos para reclamar sobran en este país. La sociedad de mercado imperante degrada la condición humana. Hace ya algunos años, y gatillado por la actuación de algunos movimientos sociales, la ciudadanía nacional parecía despertar del largo letargo y encandilamiento consumista y privatizador al que el miedo y la represión, entre otras cosas, los tenía sujetos desde fines de los setenta.
Como dije, motivos de reclamo sobran, lo que falta es una actuación ciudadana consciente, mancomunada y resuelta para generar transformaciones de veras, que nos permitan volver a vivir en un país decente. A lo mejor un país no tan “rico” en mediciones OECD o índices del Banco Mundial y similares, pero sí, nuevamente un país soberano, justo y digno.
A la larga lista de colusiones y similares entre el poder económico y el político, se han sumado los desfalcos en el Ejército (“Milicogate”) y ahora, el enorme robo en Carabineros, que, al parecer, ya superó los 10 mil millones de dinero público, es decir, de todos nosotros. Y, ¿qué ha sucedido en la elite política con todo ello? ¿Qué han dicho de importante el poder ejecutivo, el alto mando, los parlamentarios y el duopolio de la prensa? La verdad, muy poco para tamaño robo. Imagínese un robo o desfalco o engaño similar hubiese ocurrido en países “ejes del mal”, como Venezuela, Cuba o Bolivia por ejemplo. ¿No cree usted que esos desfalcos en las instituciones armadas ameritarían al menos que sus jefes pusieran sus cargos a disposición del poder civil? ¿Acaso aquellos que tienen más responsabilidad en institutos jerarquizados no tendrían que “responder” por el accionar del conjunto de gente a su cargo? No pues, eso en el Chile del neoliberalismo y el emprendimiento a todo dar, es mucho pedir. Ellos nada sabían. ¿No son ellos acaso los encargados, entre otras tareas, de mantener alta la moral en sus dirigidos? Pero, sin embargo, al parecer la ética no es algo que inquiete mucho a las elites de poder, armadas o no. Incluso hay mucha gente que ve por ejemplo en las “astucias” o “pillerías” del neocandidato Piñera, una “vivacidad” imitable, porque en este sistema de mercadismo capitalista galopante, y de poliarquía política, es la única manera de trepar, de lucirse, de hacerse rico, de distinguirse de los demás, de “superarlos”: no en humanidad solidaria, claro está; no en trabajo bien hecho; no en cultivo de virtudes; no en ejercicio de una justicia justa. Es la continuidad del ethos neoliberal, estructuralmente corrupto y desigual que impuso a fuego la dictadura militar y sus aliados políticos, hoy aun en el parlamento y otros cenáculos de poder.
Gran tarea entonces para todos aquellos interesados en salir de este sistema – en volver a vivir en una comunidad donde la ética-política sea la que gobierne-, la de crear, generar, cultivar una acción y un pensar en común, desde cada lugar de vida y trabajo, en pos de la nueva república que tanto necesitamos.
Para muchos, es su principal triunfo: convertir al país en una no-comunidad; en un conjunto de cuasi – zombies que deambulan todos los días de su casa al trabajo y viceversa (cuando lo tienen), y que se distraen, lo sabemos, con futbol y con la farándula de los/las “importantes”. El nuestro se ha ido convirtiendo en un país donde cada uno reclama por casi todo. Pero ese reclamo por ahora es funcional al poder sistémico que nos domina, el cual incluso lo alienta y lo reproduce en sus medios, siempre que quede solo en eso: en ajustes al interior de lo que hay y no propongan una alternativa más global. Resulta, por ahora, un reclamo en línea con el individualismo narcísico, la novedad de la “postverdad” o lo políticamente “correcto”. Porque a final de cuentas se trata para cada uno de que le solucionen “su” problema, como si su problema no estuviese ligado al de los otros. Un mayor empoderamiento individual al parecer no implica por ahora necesariamente una crítica a las estructuras del modelo vigente y su continuidad. Traduce el borramiento por años de la otredad y de la comunidad. De lo público, de lo común y su desvalorización; y su reemplazo por el privatismo propietarista (las cosas valen y se cuidan si tienen dueño). Por eso se toleran las expresiones de crítica al sistema mientras sean proferidas sin norte de proyecto, sin lazos colectivos y sin intencionalidad político-transformadora. Cada vez que sucede lo contrario (estudiantes, pueblo mapuche, pescadores artesanales, No+AFP, por ejemplo), la actitud de esas elites y sus institutos cambia, hay mano dura y todo se pone más pesado y difícil. Este ha sido uno de los mayores logros de la dictadura neoliberalista: refundar el ethos nacional, modificarle la mente y la actuación a las mayorías y convencerlas que solo se puede tener otra vida de manera individual o a lo más familiar. El resto no existe o, también, no importa. Gran tarea entonces para todos aquellos interesados en salir de este sistema – en volver a vivir en una comunidad donde la ética-política sea la que gobierne-, la de crear, generar, cultivar una acción y un pensar en común, desde cada lugar de vida y trabajo, en pos de la nueva república que tanto necesitamos.