Los partidos políticos, que, para conservarse, deben tener un mínimo, una nimiedad de alrededor de 18.000 firmas ciudadanas, en un universo de casi 15 millones de ciudadanas y ciudadanos, tienen 5 ó 7.000 y parece que no se inscribirán. ¿Habrá que prolongar los plazos? ¿Habrá que bajar los mínimos?
5 ó 7.000 firmas en casi 15 millones…
Es la fiebre en un enfermo, y la fiebre NO se baja cambiando los termómetros, midiendo la fiebre de otra manera.
En nuestras elecciones nacionales están votando alrededor del 30% de los ciudadanos, y absteniéndose entonces el 70%, récord sólo superado, en América, por Haití, donde está votando el 20%.
Hay países donde vota más del 90%, y los miramos en menos. Decimos, incluso, que son “menos democráticos” que nosotros.
En EEUU, donde vota poca gente, vota alrededor de un 40%.
Nuestra gran abstención es otro ejemplo de fiebre del cuerpo político.
Nuestros precandidatos presidenciales más apoyados, con más tiempo y más recursos monetarios de campaña, marcan alrededor del 20% de apoyo, o sea tienen el 80% en contra.
Otros, el 5%, y se sienten llenos de energías. Otros, el 1% y siguen teniendo ganas. Otros, no se sabe, pero ya son candidatos a ser candidatos.
De nuevo, todo eso es fiebre, todos esos datos son la fiebre del sistema político chileno actual. La fiebre. Los síntomas. Lo que es fácilmente detectable con barómetros, encuestas, termómetros manejados aquí y allá.
Pero ¿cuál es la enfermedad viral que provoca esa fiebre, acerca de la que poco se habla?
La evidente enfermedad es la distancia enorme, abismal, mortal, que se da entre ciudadanía y representación política, hundiendo en el ahogo cualquier definición democrática.
La ciudadanía desconfía de tal manera de los candidatos a representarla que no se manifiesta. La ciudadanía calla, está sorda a estas voces, hoy gritos, que a ella reclaman en todos los medios, en la TV, la prensa, las radios, las orgánicas territoriales.
La ciudadanía prefiere no tener esta representación. Esa es la enfermedad. No estamos pensando en representación. La ciudadanía no busca, mayoritariamente, representación alguna.
La ciudadanía incluso no participa -lo hacen algunos pocos- cuando la llaman a opinar, a participar en la preparación de una nueva Constitución.
¿Cuál es el virus que provoca la enfermedad, que hace que la enfermedad se transforme incluso en una peste que afecta, más o menos, a todos?
El virus, para nombrarlo en una palabra, es la corrupción. No la relación entre dinero y política (esa viene desde el nacimiento de la agricultura y de la propiedad privada, hace decenas de miles de años) y seguirá existiendo en una sociedad de intereses contradictorios, incluso contrapuestos.
La corrupción.
La relación de corrupción no es la mera y permanente relación entre “dinero” (recursos económicos) y política, abierta o encubierta.
La relación de corrupción es la existente entre las family office más destacadas (la family de Piñera, la family de Bachelet) y los dineros mal habidos; es la compra por parte de grandes empresarios de las decisiones de los representantes, emputeciendo y haciendo ridícula la ciudadanía; es la compra, por personajes dictatoriales, con las manos manchadas, de la voluntad de las family de algunos asesinados, desterrados, desaparecidos, torturados, que seguían entregando, además, discursos irruptivos y condenatorios a la dictadura y sus consecuencias brutales.
Es lo que posibilita “no creer en nadie”. Frenar la verdadera opinión. Impedir la libertad. Ahogar la ciudadanía.
Por cierto esta opinión no está destinada a hacer crecer las posibles intentonas de uniformados acuartelados. Por el contrario, éstos, sus dirigentes y líderes, están también afectados por la misma corrupción de los líderes civiles, diría que desde los 70 en adelante.
Este país, como la Dinamarca de Shakespeare, huele definitivamente mal.