Como el tiempo pasa tan rápido, mas temprano que tarde se cumplirá medio siglo del golpe militar del 11 de Septiembre de 1973; el recuerdo y la dignidad del presidente Allende, la encrucijada en que de pronto las circunstancias de la historia lo pusieron y el desenlace que todos conocemos.
Hay momentos en que la grandiosidad de una misión impuesta por la historia, exige también la grandiosidad de la respuesta, a sus protagonistas.
Hoy, ha pasado ya mucha agua bajo los puentes, y quizás los intereses geopolíticos transnacionales y nacionales del capital, tenían que jugar su rol, intentando consolidar para siempre “el fin de la historia” y la utopía de establecer el dominio del capital, sobre todo el resto de la humanidad.
La crisis del neoliberalismo y la mercantilización de la construcción comunitaria (como relación básica y espontánea del hombre contemporáneo), parece contradecir aquellos aires apodícticos de certeza y triunfo, que avasallaron -no solo las conquistas comunes-, sino, además se vieron compelidos a asesinar pueblos inermes a fin de que “las venas abiertas de América Latina” siguieran abiertas; para que la Hidra de Lerna siga succionando la ganancia privada del capital.
Sin embargo, aquella agua que pasó bajo los puentes, no pasó en vano; -no solo-; porque el devenir (que es la inscripción de los hechos concretos en el movimiento de la historia) demostró como -la lógica del libre mercado-, no era mas que la simple mitología, o -en el mejor de los casos-, una mascarada, construida sobre “sangre y lodo”-, para el enriquecimiento de las elites; sino también, porque los pueblos despiertan hoy ante una nueva realidad.
Las máscaras que cubrían los rostros de aquella clase política, que decían representar al pueblo; cayeron dejando descubiertos sus rostros desnudos, y con ello el contubernio con el capital y -de como-, las instituciones -en que se sustentaba todo el tinglado-, fueron -cada cual a su turno-, deslavando sus pinturas y revoques, hasta mostrar sus verdadero esqueleto de complicidades con sus creadores, su subordinación al capital, su falsa inmutabilidad.
Las religiones; que profitan (del instinto, de los seres humanos de buscar en lo trascendente/metafísico, una respuesta ante lo grandioso y lo incomprensible) de este misticismo ancestral, utilizándolo para desviar sus pulsiones de liberación; canalizándolas a la sumisión de la ideología burguesa. No obstante hoy, ni sus auto-flagelaciones ni sublimaciones, han sido suficientes para domeñar el poder de la libido, que en muchos casos, se expresa en prácticas heterodoxas como pedofilia y otras, reñidas con su condición de sedicentes intermediarios de Dios y poseedores de la potestad performativa de los sacramentos.
Los militares, policías y órganos para-represivos, también se suman a este desfile (a sueldo de sus de sus mandantes), cada vez en mayor número; única forma en que el capital puede contener la plétora de eclosión de los pueblos, que pugnan por su liberación. También tocados de corrupción y voyerismo.
El sistema de votación (símbolo de la democracia burguesa), viciados por el dinero sucio, el monopolio de los medios, y la marginación estructural de las mayorías, de la educación política y la cultura; estrategia con la que es distorsionada la supuesta apariencia de democrática -de la cual gustan de hacer gala-, y el influjo del dinero que son claves de su eternización en el poder.
Es por esto que la nueva realidad, no solo nos abre un espacio político propiciatorio, sino que nos interpela a trabajar unidos en los territorios -cada cual en sus respectivos estamentos-, reclutando a aquel segmento que -hasta aquí- se ha negado y con razón- a prestar su voto a una estructura como la descrita.
La tarea es titánica, pues -no solo- se trata de una Nueva Constitución verdaderamente democrática, gestada por el único poder constituyente y soberano, (con revocación de sus elegidos e iniciativa popular de leyes), la recuperación de nuestra soberanía y dignidad como pueblo, nuestros recursos, la integración con nuestros pueblos hermanos de A. Latina; -sino-; en la creación de nuevas subjetividades que constituyan formas de poder paralelo, nueva economía basada en la propiedad colectiva, auto-gestionada y cooperativa, que deje a aquella superestructura como una cáscara vacía -que en si misma ya lo está- sin legitimidad y sustento político.
Solo un pueblo consciente y unido puede cambiar su propio destino, si recuperamos la confianza y el poder latente que anida en la unidad, motorizados por la dinámica política -aunque pacífica-, pero mayoritaria e incontrovertible, imponiendo nuestros derechos a la libertad, la felicidad, y la potencia colectiva de la creatividad del trabajo comunitario; claves para abrir las grandes alamedas.
Stgo. 23.02.17. P. Valenzuela.