Los inmigrantes se han convertido en el chivo expiatorio de nuestro tiempo y se les culpa de todos los males de la sociedad occidental en su fase de decadencia. En el imaginario del racismo está del otro porque se le encuentra diferente. El grito de los militantes del Partido Frente Nacional, de la candidata a la presidencia de Francia, Marine Le Pen, “on est chez nous” (estamos en nuestra casa), es muy gráfico para expresar esta actitud. Antiguamente, en este país al extranjero se le llamaba “méteque” (extranjero), – ver canción de George Brassens -.
En la guerra franco-prusiana el hambre llevaba a la gente a comerse los animales, expuestos en el Jardín de Plantas, de París. Estábamos en plena época del colonialismo, cuyo gran defensor fue el político Jules Ferry, el gran héroe e impulsor del laicismo en Francia, es decir, el reemplazo del cura por el maestro de escuela, pero en asuntos de economía, al igual que Voltaire, era un fanático del imperio colonial francés y un consumado racista. En este país siempre ha habido una contradicción entre la declaración de Los Derechos del Hombre y del Ciudadano y el negocio de los esclavistas en El Caribe, como lo hacía ver muy bien Maximiliano Robespierre, en ese tiempo, joven diputado de Arras. La historia ha ignorado el hecho de que Francois Mitterrand, ministro en ese entonces de la IV República, había sido uno de los más brutales colonialistas.
Al ser consumidos los animales del zoológico de Paría, en El Jardín de Aclimatación, fueron reemplazados por los “caníbales”, traídos de las colonias de los principales países imperialistas – Francia, Bélgica e Inglaterra, principalmente -. El “caníbal” se convertía en un espectáculo circense, que reemplazaba al bufón de la corte y a la mujer barbuda. En la exposición de París, de 1889, con motivo del Centenario de la evolución Francesa, se instaló en el Jardín de Aclimatación una verdadera aldea, integrada por varios habitantes del África y del Caribe, acarreados a Europa para ser exhibidos como animales del zoológico, incluso, había un letrero en que prohibía a los visitantes dar alimento a los nativos.
En Bruselas, los nativos del Congo fueron expuestos para demostrar que los negros no son iguales a los blancos, pues los primeros son puro cuerpo y materia, aptos para desarrollar la fuerza física y, los segundos, seres pensantes, a quienes le correspondía las tareas de la creación de ciencia y tecnología.
Los caníbales eran tratados como actores de circo, incluso, tenían un contrato de trabajo y, generalmente, su sueldo iba al jefe de tribu; en alguna oportunidad hubo una huelga de caníbales, que se solucionó a la brevedad, pues los empresarios de este circo no querían perder dinero.
La mitad del siglo XIX es la época del éxito del positivismo, liderado por Auguste Compte, y los caníbales eran un objeto ideal para ser estudiados científicamente: se les medía el cerebro, la musculatura e, incluso, los genitales. Algunos de estos caníbales pasaron a ser parte de espectáculos eróticos, las mujeres, mostrando sus senos desnudos y, los hombres, apenas con un taparrabo. (Hasta hoy se mantiene el mito de la potencialidad sexual de la raza negra).
A comienzos del siglo XX los caníbales fueron expuestos en la explanada del Trocadero, donde hoy se encuentra el Museo del Hombre, muy cerca de la Torre Eiffel.
Estos hombres en exhibición no eran sólo negros procedentes de África y de Las Antillas, sino que también provenían de Sudamérica, entre quienes se encontraban algunos mapuches de Chile y Argentina, y también habitantes de Tierra del Fuego, los Onas y kawaskars, que murieron en París.
El zoológico humano fue visitado por millones de europeos entre finales del siglo XIX hasta1920. La existencia de estos verdaderos circos llegó a su fin, pues probaba que las potencias colonizadoras, en vez de educar a los nativos los embrutecían destruyendo la misión civilizadora que los colonialistas atribuían a sus empresas de tráfico humano. Los nativos empezaron a ocupar otros cargos en la sociedad, primero como policías para ayudar a garantizar el orden y, en la Primera Guerra Mundial, los senegaleses, por ejemplo, se convirtieron en aguerridos soldados que luchaban en las barricadas.
A comienzos del siglo XIX, los inmigrantes eran, generalmente, trabajadores españoles e italianos, (nunca debemos olvidar la mala recepción del gobierno progresista francés a los derrotados republicanos españoles, que fueron enviados a campos de concentración al sur de Francia. Estos mismos refugiados tuvieron una actuación heroica en la liberación de París, en agosto de 1944.
Esta historia del zoológico humano prueba que la estupidez del racismo, del clasismo y del nacionalismo, y el sentimiento de superioridad de la raza blanca sobre las demás supuestas razas, concepto que a la luz de la ciencia carece de toda validez, pues todos somos homo sapiens, originarios del África, es decir, que nuestros ancestros son negros, y los ojos azules, el pelo rubio y la piel blanca sólo se debe a la carencia de pigmentación.
La concepción muy arraigada del racismo sigue atribuyendo, por ejemplo, superioridad atlética y dotes para la música y la danza que, en el siglo XIX, sirvieron para justificar el trabajo de esclavos en las grandes plantaciones de algodón.
La Europa de hoy está aterrada con inmigración venida de Siria y de otros países del Oriente Medio, y sólo Alemania ha estado abierta a recibir un gran número de refugiados; Francia ha sido muy mezquina y, en la mayoría de los países europeos, a imitación de Donald Trump, está imponiendo restricciones, casi insalvables, a los inmigrantes. En el humanismo que proclaman los occidentales hay mucho de hipocresía. (para profundizar en el tema, remito a los lectores al historiador Pascal Blanchard, en la obra Zoos Humaines, La Découverte, 2004, París).
Rafael Luis Gumucio Rivas (El Viejo) 12 02 2017