Pancho Villa es el único mexicano que se ha dado el lujo de invadir el territorio estadounidense: hace un siglo, el 9 de mayo de 1916, Pancho Villa y sus seguidores asaltaron la pequeña guarnición de Columbus, en Nuevo México. A las 04:00 horas abandonaron sus caballos y entraron los villistas disparando a diestra y siniestra, pero cometieron el error de incendiar algunas viviendas y, el resplandor de fuego, hizo que fueran vistos por los soldados norteamericanos. Después del enfrentamiento, Villa y sus hombres pasaron fácilmente la frontera, seguramente a la espera de que los enemigos del norte penetraran la frontera para vencerlos en territorio mexicano.
La estrategia de Francisco Villa tenía varias dimensiones, y era difícil saber cuáles eran las intenciones reales de esta audaz incursión en territorio enemigo. Sin duda, quería comprometer al aristócrata Venustiano Carranza, acusándolo de autorizar el ingreso de los yanquis en territorio mexicano.
El Presidente de Estados Unidos en ese entonces, Woodrow Wilson, un catedrático de fama, preparaba el ingreso de Estados Unidos junto a los aliados en la Primera Guerra Mundial, y quiso hacer un ensayo por medio de la famosa “Expedición Punitiva”, dirigida por el general John Persching, formada por 10.000 hombres, además de una brigada aérea, cuyo único objetivo era cazar a Pancho Villa, vivo o muerto. En once meses y con un recorrido de más de 300 kilómetros, esta ineficiente expedición fue incapaz de encontrar a Pancho, quien conocía la sierra como la palma de su mano, a causa de sus correrías como cuatrero, ladrón de caminos y bandolero, logrando esconderse en una de las muchas cuevas existentes en la sierra.
El regreso de la “Expedición Punitiva” fue, en realidad, ridículo, pues no lograron lo que proponían y, en cambio sí acrecentaron el odio de los mexicanos.
En 1846-1848 los norteamericanos se habían apropiado de casi la mitad del territorio mexicano – Arizona, California, Texas y Nuevo México – y, a partir de este triunfo en una guerra sangrienta, se acostumbraron a hacer lo que querían con la política mexicana.
El embajador de Estados en México propició el derrocamiento del Presidente Francisco Madero, mediante un golpe de Estado, encabezado por el general Victoriano Huerta, quien mandó asesinar a Madero y asumió el poder absoluto de la nación. Posteriormente, el ejército norteamericano ocupó el puerto de Veracruz, obligando a partir al exilio al dictador Huerto, quien partió a Barcelona.
En el comienzo de la revolución México fabricaba muy pocas armas, por consiguiente, el arsenal venía de contrabando de Estados Unidos. Pancho Villa y el ejército del norte, los famosos “dorados”, eran privilegiados por la venta de las armas del país del Norte.
El gobierno de Wilson había privilegiado la alianza con Venusiano Carranza sobre Pancho Villa, seguramente debido al origen aristocrático y de mentalidad conservadora de ambos – Wilson y Carranza – y la fama de bandido y cuatrero de Pancho Villa y sus huestes.
Siempre se han resaltado las dos facetas de Pancho Villa: la de héroe para campesinos y el pueblo, y bandido y asesino para los oligarcas. Cuando fue gobernador de Chiguagua expropió, sin ninguna consideración, los bancos, las haciendas y el ganado de los plutócratas y, quien se resistiera, los mandaba fusilar sin compasión.
Villa era abstemio – todo lo contrario del retrato que lo presenta con una botella de alcohol -, admiraba y protegía a los maestros – en Chiguagua fundó 50 escuelas que, para la época y las circunstancias era un número considerable, instalándolas en las casas patronales de los burgueses expropiados -; era un gran estratega y logró tener una escuadra de aviación. Le gustaba dialogar con los periodistas, se interesó en el cine – incluso, se ha descubierto una serie de rollos en que Villa aparece como actor –. Se casó 36 veces, y con una de esas mujeres lo hizo dos veces, pues no recordaba que antes se había casado con ella; le gustaba el matrimonio, pues le parecía buena ocasión para realizar una buena fiesta; tuvo muchos hijos e hijas y siempre fue un buen padre. En sus tiempos de bandido era analfabeto, pero luego, en la cárcel, aprendió a leer, y su primer libro fue de Alejandro Dumas, Los tres Mosqueteros.
Tanto Pancho Villa, como Emiliano Zapata, los dos líderes populares de la revolución mexicana, despreciaban Ciudad de México – Villa decía que “en las aceras se mareaba”. La famosa escena en que Villa y Zapata se encontraban en uno de los salones del palacio de gobierno, donde uno y otro se ofrecía el poder Zapata, en un momento memorable dijo que “en el sillón presidencial se sienta un hombre bueno y se convierte en malo”, es decir, el poder siempre corrompe.
En 2017 recordaremos los cien años de la revolución rusa. Una de las obras literarias de ese período fue la obra del periodista norteamericano, John Reed, Los diez días que conmovieron al mundo; antes había escrito un libro sobre la revolución mexicana, México insurgente, que fue editado, traducido y publicado en Francia mucho antes de que la censura mexicana lo autorizase. Villa es uno de los personajes principales de las crónicas de Reed.
Jamás intentaría reducir el pensamiento de Villa y de Zapata a la jerga marxistoide en que, por desgracia, muchos de sus intérpretes han convertido el rico y fructífero pensamiento del pensador renano. Será mucho mejor leer la historia de la revolución mexicana sin la verborrea teórica de una peudo izquierda que entiende muy poco de los procesos sociales, y aún menos de la interpretación histórica.
En 1917, Estados Unidos estaba a punto de entrar en la primera guerra mundial a favor de Francia e Inglaterra. Un británico interceptó un telegrama en que el emperador alemán proponía a México que apoyara a Alemania, ofreciéndole la devolución delos territorios usurpados por Estados Unidos, en la guerra de 1846-1848. Venusiano Carranza consideró muy seriamente la atractiva propuesta, sin embargo, no se decidió temiendo podría ganar la guerra mundial y disminuir aún más la extensión del territorio mexicano.
(Este artículo está basado en la lectura de la obra de Paco Ignacio Taibo II, Pancho Villa, una biografía narrativa, 2006. Se sugiera al lector leer también las obras de John Reed, Los diez días que estremecieron el mundo, y México insurgente: la Revolución de 1910).
Rafael Luis Gumucio Rivas (El Viejo)
30/01/2017