Noviembre 16, 2024

Adolf Trump o Donald Hitler

Hace unos años, en los años treinta del siglo pasado, un jefe de Estado electo y transformado después en dictador absoluto, llevó adelante su programa, anunciado en “Mi lucha”, e incluso lo sobrepasó, para mal de la humanidad. Se llamaba Adolf Hitler. Invadió y destruyó Polonia el 1 de septiembre de 1939 e inició así la hecatombe.

 

 

La guerra que él desató cobró más de 70 millones de muertos, más millones por cierto de heridos graves, y millones y millones de víctimas de sus consecuencias. Sus enemigos respondieron con la brutalidad que él desencadenó. Soviéticos, ingleses, franceses, chinos y, particularmente, norteamericanos. Alemania perdió a alrededor de 5 millones de seres humanos.

 

La Declaración Universal de los Derechos Humanos, acordada con posterioridad a ese holocausto mundial, trató de apagar las peligrosas brasas que quedaron extendidas por toda la Tierra.

 

De vez en cuando, civiles y militares herederos de Adolf (suicidado en 1945) han hecho de las suyas en varios países, y siguen queriendo hacerlo. Afortunadamente han encabezado Estados marginales, no centrales y decisivos en la humanidad: Franco, Pinochet, Somoza, Batista, hoy Duterte en Filipinas, antes Bocassa en África Central, y otros.

 

Al mediodía del viernes 20 de enero de 2017, sin embargo, un nuevo Jefe de Estado ahora del prmer país de la Tierra, electo según su extrañísimo sistema dizque democrático, le habló a su país y al mundo, con el mismo estilo personalista, ególatra, trastornado, mentiroso, amenazador y chovinista -con maleta nuclear en su mano –sin leer papel alguno y con reivindicaciones permanentes de un dios que, evidentemente, está a su lado. Habló con la ideología y la coherencia de Adolf. En los EEUU.

 

Inmediatamente, como Hitler, ha echado a andar la máquina de “lo prometido”.

 

El de los años treinta y éste de hoy se parecen en sus estrafalarias figuras y personalidades, adornadas excepcionalmente con un bigotito pequeño y cuadrado, y un abultado bisoñé blanquirubio injertado el otro.

Ambos poseen personalidades ególatras y, en cierta medida, paranoicas.

Ambos encandilan a sectores atrasados de las masas por su capacidad rupturista y sus ofertas radicales.

Ambos fueron y son poderosos.

Es pueril entusiasmarse conque Trump no pertenece al “stablishment económico” norteamericano y es sólo un gran comerciante y vendedor de ilusiones, incluso un objetor de la democracia representativa y un impulsor de la democracia directa (!). Pinochet también lo fue. Hitler, por cierto. Hay que ver si con la democracia representativa los pueblos han sido menos libres que con las dictaduras nazi fascistas.

Trump y Hitler cultivan y cultivaron mujeres bonitas, sexo algo extraño y ayudantes alabanciosos. También más de algún “pensador”.

Ambos se levantan grandes símbolos, inmensos edificios, hermosas banderas. Hicieron y harán impactantes desfiles de partidarios.

Ambos son buenos comunicadores, insolentes adversarios, grandilocuentes, mentirosos y, si es necesario, perdonavidas.

 

Ambos describen el momento social en que aparecen como catastrófico.

El alemán comprobó cómo había descendido y decaído la gran Alemania  prusiana desde el fin de la Primera Guerra Mundial, en que había sido derrotada. El norteamericano, el cómo ha sufrido el pobre EEUU en las últimas décadas, en que su “stablishment”, según él, ha puesto al exterior y no a los propios EEUU como centro de su preocupación, sus inversiones y su desarrollo.

Ambos buscaron o buscan poner a sus países como los primeros del mundo. “América the first” dice Trump. El “Tercer Imperio” (Tercer Reich) proclama el nazismo hitleriano. Y más: Deutchsland Über Alles (Alemania por sobre todos los paises).

 

Ambos, entonces, con declarada tendencia y afán imperial.

Ambos son fanáticos de su raza blanca y desprecian a “razas inferiores” como eslavos, judíos, gitanos y mezclados, uno, y mexicanos, latinos, árabes y negros, el otro.

Ambos son racistas.

Ambos han defendido el uso de la tortura en sus países. El primero lo hizo antes de la Declaración Universal de los Derechos Humanos. El del moño injertado no ha sido condenado por nadie por atropellarlos.

 

Ambos buscan, primero que nada, fortalecer su poderoso aparato bélico, que pronto fue o es, el primero del planeta.

Ambos son belicistas.

 

El segundo, el del bisoñé injertado, puede desatar conflictos nacionales e internacionales más rápido aún que el primero, aprovechando el impulso belicista que tiene su país. El del moñito más que el del bigotito.

El del moñito tiene, de partida, más poder económico y militar que el del bigotito.

El del moñito, con capacidad bélica actual para acabar varias veces con la vida en La Tierra.

Ambos buscaron primero a Rusia como aliado. Después, ya sabemos.

 

El segundo, el de hoy, puede pensar que lo primero a destruir debe ser un país limítrofe de su imperio, como Corea del Norte, el vecino de su Corea del Sur. Allí EEUU impone el armisticio y negocia en la frontera sin haber llegado a la paz, 63 años después de la guerra. O destruir el EI, que se ha ganado el apodo del “más grande estado terrorista del planeta”.

Corea del Norte o/y el Estado Islámico pueden ser la Polonia del Adolf de hoy. Para empezar. En Polonia hubo 5 millones de muertos por invasión.

Total, Corea está al lado de China y China perdió en la Segunda Guerra Mundial (más su guerra civil) unos 15 millones de personas.

 

¿Y nosotros, Chile, que somos también un país, que opinamos?

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