Como había acabado la temporada de circos, tía Sofanora decidió viajar a Valparaíso. Quería asistir a una sesión del Congreso. Amiga de la diversidad de viuda aún apetecida, se las ingenió en buscar donde aquietar su esplín, el cual le aparece a fines de año.
Su nieta Chichi la condujo en auto al puerto, después de ácidas discusiones. Tía Sofanora insistía en viajar en tren y preparó el cocaví de rigor. Dos huevos duros, un sándwich de pollo, una naranja y agua mineral. En la noche, pensaba alojarse en un hotel con vista al mar, para recordar la luna de miel. Cuando Chichi le advirtió que ya no había trenes a Valparaíso, hizo un mohín de desprecio y refunfuñó:
—Están empecinados en asesinar la memoria.
Durante el trayecto se dedicó a referir a la nieta, historias de sus viajes en tren y de la oportunidad en que compartió asiento con el actor y poeta Alejandro Flores. “Yo pienso que se enamoró de mí y más de un poema de amor me dedicó”, habla, mientras suspira y huele un pañuelito de encaje.
Al querer ingresar al Congreso, la hicieron pasar por un detector de metales, y quisieron confiscarle el quitasol. Se resistió. Una viuda como ella, proveniente de familias de prosapia, aunque venidas a menos, debe andar con ese adminículo, para protegerse del sol. Y del infaltable vejete que la quiere seducir.
Armó tal bochinche, que intervino el senador Casimiro Candileja del partido anarquista-republicano-monárquico, amigo de su nieto Pericles. El senador la hizo jurar que por ningún motivo, utilizaría el quitasol para golpear al público, a los carabineros o a miembros del Congreso, aunque sintiera ganas.
Se instaló en las tribunas. Como aún no comenzaba la sesión, se puso a leer una novela de… y se quedó dormida. Despertó mientras hablaba el senador Casimiro Candileja y quedó extasiada al escuchar su voz impostada de barítono. En su discurso, lanzaba pétalos al aire, frases rimbombantes, citas de autores que de seguro jamás había leído, y el éxtasis cundía.
El público lloraba de felicidad, de seguro contratado como claque, y alguien propuso que Casimiro Candileja, debería ser electo presidente de la República. Sin necesidad de hacer elecciones, que sólo traen pugnas intestinas, odios y gastos innecesarios.
Como todos los del público, tía Sofanora disfrutaba de la erudición del parlamentario, cuyo manejo del lenguaje estremecía, donde se destacaban oxímoron, retruécanos, metáforas al mejor estilo de Gabriela Mistral.
Don Casimiro, a modo de concluir su intervención de gloria, manifestó:
—Y el deleite de esta jornada de frenesí, donde florecen los alelíes del jardín de la amistad, donde nuestra mirada se dirige al horizonte de la vida, debemos darnos un abrazo de fraternidad y así, reconstruir a Chile, ladrillo a ladrillo.
Tía Sofanora se sintió convulsionada. ¿Dónde había escuchado parte de aquella soflama? Hizo memoria y se acordó que su nieto Pericles, le había pedido algo de su creación literaria, un poema, un pensamiento, para ser publicado en la revista la Pluma del Ganso de México.
—Casimiro, Casimiro. Eres un vulgar plagiador —le gritó al parlamentario, mientras blandía el justiciero quitasol.
A partir de ahí, se instaló el caos en el hemiciclo. Gritos, insultos, escupitajos, empujones; y nuestra tía, metida en el ojo del huracán, repartía paraguazos por doquier, mientras chillaba:
—Repongan los trenes a Pichilemu, cáfila de holgazanes…