No son valientes como dicen y se escribe en los libros de historia…
Son cobardes y mentirosos. No merecen el reconocimiento de la patria. Muy agradecidos de ellos están/estarán siempre la clase dominante, los ricos, los empresarios, los banqueros, los latifundistas, los agentes de la CIA y los Estados Unidos. Cuando terminó la segunda guerra mundial, todos los que fueron agentes de la Gestapo o las SS, habían trabajado desde 1940-1945 de cocineros, igual que acá.
Krasnoff Marchenko, ¿se lo imaginan ustedes a cargo del aseo de la piscina de Villa Grimaldi, para que los agentes de la CNI puedan descansar luego de sus horas de tortura y crímenes?. No es creíble, pero eso dicen ellos, eso cuentan, eso es lo que firman delante de un juez, ellos los valientes soldados, la cuarta estrofa desafinada y destemplada del himno nacional.
En Chile se repitió la misma historia. Generales, toda la oficialidad que fueron protagonistas en delitos de Lesa Humanidad, y que trabajaron con el odio y la saña, no dieron la altura militar cuando fueron llevados a los tribunales. Los uniformados actuaron con una evidente cobardía, literalmente se mearon en sus pantalones. Nadie los torturó, a nadie se le ocurrió pasarle una camioneta por las piernas para dejarlos quebrados. Hablaron sin apremios y aún, así mintieron. Sus argumentos no son posibles sostenerlos con nada. Todo era sencillamente un castillo de naipes donde lo único verdadero eran los miles de desaparecidos y ejecutados, los miles de torturados y presos políticos….cobardes de baja estofa.
Afirmados precariamente en la sabida frase de haber escuchado el llamado de la patria, decían que habían obedecido las órdenes de sus superiores, verticalidad en el mando. Que todo lo sucedido obedecía para salvar a la patria de los ateos y dejarla en manos del Dios justo. La memoria de los valientes se nubló cuando asesinaron al general Scheider, al general Prats, entre ellos se mataron también. Hay coroneles, capitales y oficiales.
Valientes y dispuestos para el honor y medallas cuando mandaban a sus mujeres a tirar granos de trigo a la casa del Comandante en Jefe, en esos años el general Prats, que lo acusaron de cobarde y traidor, gallina quisieron decirle y que fue asesinado por órdenes de Augusto Pinochet, su compañero de armas… de valientes nada.
Militares sois unos cobardes. Ahora se esconden bajo las sotanas y andan con el santo rosario del perdón. No se trata de pedirles a esta altura de los tiempos que entreguen información para conocer la verdad, esa la conocemos, y así quedará en la historia de todos. Mintieron, guardaron silencio. Dijeron en la mesa de diálogo que a los detenidos desaparecidos fueron lanzados al mar, eso es verdad, pero no todos. Muchos están en los patios de los regimientos.
Posiblemente hace algunos años, cuando su Comandante en Jefe estaba vivo, se sintieran protegidos, pero él murió y condenado por ladrón, por ser sencillamente un pinganilla lleno de charreteras. Pidiendo dinero para costear su defensa en Londres mientras en el banco Riggs había dinero robado con la comp0licidad de altos oficiales del Estado Mayor, Más encima un mendicante, un pordiosero con botas bien lustradas. Ese árbol uniformado que les daba la razón también estaba mal plantado, todos eran ladrones. Gran vida se daban con pertenencias de tantos y tantos. No pagaban impuestos sin preocuparles el colesterol.
Los militares alemanes, oficiales y los de más abajo recurrieron al suicidio que imagino algún valor tiene en el lenguaje militar. Una bala a cargo fiscal puede ser perfectamente financiada. Muchos antes de que sean sentados en Nuremberg después se colgaron, con lo que había a mano, pero era tarde. Millones de muertos y de dolores repartidos habían quedado en Europa. Mucha sangre generosa se entregó para que fueran vencidos. Los de acá se vistieron de cucarachas y se taparon la boca y los ojos. Por ahora lloran, piden perdón, eso no los hace dignos, eso los hunde aún más en la cobardía en la que siempre han vivido.
Largo es el listado de uniformados criminales y asesinos. Es verdad que ya están viejos pero ellos no nacieron viejos, y esperamos que por los delitos cometidos paguen hasta el último día en prisión, hasta su último día.
La cárcel no cura las heridas. No repara el destino de los hijos que quedaron sin poder continuar sus estudios porque sus padres fueron asesinados, o están desaparecidos. La vida de ellos la continuaron a como de lugar, y batallando las precarias condiciones, venciendo las penurias, estigmatizados por ser hijos de aquel rojo.
Rudolf Hesse, oficial nazi, cuando murió en Spandau, había pasado 41 años encerrado en una prisión que tenía capacidad para 500 presos, y en ella se quedó solo. Caminó más de veinte años en solitario, con sus días y sus noches. El informe médico encontró a Hesse casi ciego, sin fuerzas y con una evidente cojera, cuando murió tenía 93 años. Hubo algunos que pidieron clemencia por él, pero la dignidad de la humanidad fue más fuerte. Ya no le quedaron fuerzas para una fuga, murió allí encerrado. Así como tenía y tiene que ser no más.
En Punta Peuco piden perdón y los evangélicos se cuadran diciendo que es malo para el país volver siempre a lo mismo, que hay que olvidar, que hay que cerrar las heridas. Allá ellos si aceptan al que pidió el perdón para sus asesinos, esas son cuestiones que deben estar en sus capillas, iglesia, catedrales y salones del reino. Son cuestiones de los ciudadanos en un país laico.
El recorrido de las Fuerzas Armadas por la historia de Chile es por decir lo menos, bastante discutible. Valientes fueron los que participaron en la guerra contra Perú y Bolivia. Miles quedaron en tierras extranjeras luego de morir dando la vida por la bandera y la patria, la soberanía y esa larga martingala que los convenció. Y la memoria militar les compuso himnos y guarda sus banderas, con nombres en las calles.
Casi todos los que formaron parte de emblemáticos regimientos conocieron la verdad de una guerra. Nunca les dijeron, eso sí, que esa guerra era un asunto económico, que el salitre tenía dueño con nombres, apellidos y domicilio conocido. Se murieron sin saber que políticos tenían acciones y obtenían pingues ganancias con recursos que eran de todos los chilenos. Ellos murieron defendiendo el bolsillo y el capital del segmento más pequeño de la patria, esos que dicen que son los dueños.
De esas batallas se visten los actuales, pero eso sucedió hace más de cien años….
Pablo Varas
Escritor