Le escribo a propósito de su posición en el caso de criminales de lesa humanidad gravemente enfermos y/o de criminales de lesa humanidad que, según fuentes no claras, hoy pedirían públicamente perdón.
En muchos aspectos, padre, nos parecemos. Ud. y yo somos chilenos, bastante mayores de edad (75 ó 76 usted, casi 80 yo), recibimos una influencia familiar y social similar, y hemos estudiado largo tiempo en instituciones universitarias y académicas, algunas de carácter religioso.
Yo fui alumno en primaria en La Cisterna de Monseñor Silva Henríquez, que me brindó su amistad durante décadas; en secundaria estudié en el Instituto Nacional, y posteriormente cursé extensos estudios de Pedagogía en Castellano, Derecho y fui alumno de postgrado en Antropología en la U. De Chile, y estudios de Periodismo en la Universidad de Santiago de Chile, en la que me titulé como Licenciado en Comunicación Social y Periodista, con el más alto puntaje de notas de mi promoción. He escrito además algunos libros y miles de columnas de opinión.
A los casi 80 años destaco en mi vida social el haber sido secuestrado y preso político de la dictadura (al igual que mi hijo menor, tomado en su universidad), antes exonerado y desterrado, en familia, desde 1973 hasta 1985-1986. También, el haber sido Director de Desarrollo Social en Indap (1970-1973), Primer Regidor de La Cisterna (1967-1971), Embajador de Chile en Haití (2000 a 2003) y Responsable en Cancillería de la Cooperación con Haití en 2004. He trabajado en varios medios de prensa, aquí y en el Perú, entre los cuales Fortín Mapocho, en el que tuve el honor de ser más de dos años Subdirector. Actualmente estoy jubilado y escribo columnas en el Clarín.cl y en Cooperativa.cl
Pero a estas alturas, y particularmente en el caso de los criminales de lesa humanidad, discrepamos usted y yo de manera frontal.
Yo me guío en mi condición de hombre de izquierda laico -he tratado de serlo toda la vida – usted, a pesar de tener grados de liberalismo, por su condición de sacerdote jesuita.
Yo soy un ser humano que cree en la necesidad de preservar el derecho, si éste condena, como en el caso chileno, a los autores de crímenes contra seres indefensos y de tal magnitud que afectan al conjunto de la humanidad.
Ud., por lo que entiendo, cree en el derecho canónico y los mandamientos de la iglesia a la que pertenece, y en el perdón que, según ella, vendría de Dios y que les permitiría a estos criminales salvar su alma y, a su muerte, vivir en la gloria eterna.
Le ruego, sí, que no cometa el error de trasladar esas creencias religiosas al terreno del derecho y de las instituciones humanas de una sociedad que ha avanzado en el camino de la justicia. Más de algún vicario lo hizo en la dictadura que duró 17 años.
Eso no se puede aceptar ni ayer ni hoy. La dictadura se acabó. El Estado chileno se desligó de la Iglesia Católica hace 94 años. Por la Constitución de 1933 el Estado era confesional. Ahora, hace rato, es laico, gracias a Dios.
Y que no entregue, en su confesión religiosa, a los criminales presos, el perdón, si ellos no retribuyen a sus víctimas y familiares, no los cuerpos de los que lanzaron al mar, no la vida de los que quemaron o degollaron, no la virginidad de las que violaron, no los años de hogar y de nación a los que desterraron, sino sencillamente la información de los lugares en que los restos de sus víctimas están, para darles “cristiana” sepultura. No hay perdón en la confesión sin verdadero arrepentimiento y suficiente reparación. Los criminales que han pedido perdón en confesión, aunque alguien se los haya dado, no han recibido el perdón de Dios, según su propia iglesia.
Finalmente,padre, usted ha señalado públicamente que algunos de estos criminales han colaborado, últimamente, con la justicia. ¿Puede usted decir en qué? Sería muy interesante que la sociedad, a la que pertenecemos, lo sepa. Confío en que no se haya tratado de traiciones y delaciones entre ellos, porque para la humana justicia eso ya no tiene importancia. Hay cosa juzgada.