Noviembre 16, 2024

La hipocresía: el cáncer que carcome nuestra convivencia social

La broma de pésimo gusto del regalo de Roberto Fantuzzi al ministro de Economía ha servido para que todos los fariseos que abundan en este país se den golpes de pecho en defensa de la dignidad y respeto a la mujer. En días anteriores, unas desafortunadas declaraciones de los candidatos derechistas Manuel José  Ossandón y Sebastián Piñera, que relacionaban la migración con la delincuencia, desataron un cúmulo de expresiones hipócritas negando el clasismo y la xenofobia  y racismo que caracteriza nuestra convivencia nacional; y así, sucesivos discursos sobre diversos temas que se caracterizan por el doble estándar.

 

 

Los hechos noticiosos, según nuestra experiencia, duran en la memoria colectiva, cuando más, una semana, y seguramente, en las siguiente ya nadie recordará la famosa muñeca, por ejemplo; por lo  demás, nadie responderá por este desaguisado: al ministro de Economía seguirá  en su cargo y, el empresario  Fantuzzi continuará como presidente de Asexma, sólo que lo pensará dos veces antes de hacer regalos que, para él, son muy creativos y originales.

 Que estos y otros personajes sigan en sus respectivos cargos, carece de importancia, pero lo más grave es que se dejará de hablar que Chile, por ejemplo, tiene un récord de femicidios y de violencia intrafamiliar, que las mujeres ganan sueldos menores que los de los hombres en un mismo cargo, que haya muy pocas mujeres en  las instituciones y demás  reparticiones públicas, que en las evaluación, como el SIMCE, las niñas obtengan un puntaje  más bajo en matemáticas, que, en las Navidades u otras fiestas, los adultos sigan regalando juegos de té, planchas, set de cocina y otros juguetes que empiezan a marcar la discriminación respecto a la niñas, en fin, que el machismo siga proliferando en nuestra sociedad.

Hay que reconocer que la Presidenta Michelle Bachelet, injustamente vilipendiada, al menos tuvo el valor de plantear un gabinete ministerial paritario al comienzo de su primer gobierno y, en la  nueva ley electoral están consignadas de discriminación positiva, en favor de las mujeres. Por desgracia, los partidos políticos  siguen siendo dirigidos por mayoría masculina, aun cuando se ha mejorado un poco en favor de la mujer pues, al menos, siete partidos políticos – la UDI, RN, PS, DC, PRO, PRI y Amplitud – están dirigidos actualmente por mujeres. Es de esperar que las mujeres tengan un lugar importante de participación en las listas parlamentarias para las próximas elecciones.      

 

Después de tantas manifestaciones de buenas intenciones con respecto la dignidad y respeto hacia la mujer, la situación continuará como antes, pues es típico de la cultura de los fariseos que pululan en este país, y las mujeres seguirán siendo manoseadas en el Metro, golpeadas por sus maridos, ganando sueldos inferiores que los de los hombres y, consideradas como inferiores por algunos machistas, que aún restan en Chile.

La gran activista libertaria y feminista, la española Belén de Sárraga recordaba, en una de sus conferencias dictadas en Chile, en 1913, que en un Concilio de la Iglesia Católica, por un solo voto de diferencia se reconoció que las mujeres tenían alma; este hecho demuestra cuán difícil ha sido la larga lucha de los movimientos femeninos para lograr, por ejemplo, el derecho a sufragio y, posteriormente, mayores libertades y participación en otros ámbitos  para la mujer.

Las Cartas de San Pablo se caracterizan por la misoginia: “la mujer debe obedecer en todo al marido y seguirlo a donde vaya…”, y la Iglesia niega, hasta hoy, la participación de las mujeres en el sacerdocio y, por consiguiente, les está vedado la administración de algunos sacramentos. Según los evangelios llamados apócrifos,  María Magdalena se convirtió en el apóstol más importante de los seguidores de Jesús.

Los chilenos tienen un doble estándar respecto del reconocer la dignidad de las mujeres, también en lo que se refiere a los inmigrantes, por ejemplo, los ingleses, alemanes, franceses italianos y croatas son,  y han sido siempre, muy bien recibidos. Nuestros conciudadanos se caracterizan por la imitación de las costumbres de aquellos países que ellos consideran “superiores”: en el siglo XIX, por ejemplo,  imitaron a los franceses, a los ingleses y a los alemanes – hasta ahora, el ejército chileno practica el paso de ganso, al igual que los germanos -; las llamadas clases aristocráticas de nuestra sociedad hablaban un castellano mezclado con vocablos franceses; en el  siglo XX, los chilenos comenzaron a imitar a los norteamericanos, y la mayoría de los jóvenes  chilenos usan términos en inglés.

Para los nuevos inmigrantes, fundamentalmente haitianos, colombianos y caribeños, no existe la misma acogida  que para los norteamericanos o europeos, y los muy hipócritas no se atreven a confesar que el rechazo se debe a que gran parte de esta migración es de raza negra o, en el caso de los colombianos se les atribuye el estigma del narcotráfico y la violencia.

Es  de buen tono mostrarse tolerante y abierto a la migración, pero es sólo una cara amable para aparecer solidario, cuando la verdad, como lo demuestran algunas encuestas, hay una considerable parte de la población que aún no mira con buenos ojos la recepción que el Estado pueda dispensar a los migrantes.

En el Centenario de nuestra Independencia, 1910, el tema de la inmigración fue muy importante: Chile vivía aún de la riqueza del salitre y necesitaba de la migración. Es bueno recordar que, en 1907, en la Matanza de Santa María de Iquique, los obreros bolivianos y peruanos se negaron a abandonar la Escuela Santa María, a petición de sus respectivos cónsules, y murieron masacrados junto con los chilenos. El gran escritor nacionalista de la época, Nicolás Palacios Navarro, sostenía la tesis de que había que detener la migración latina – españoles, italianos y  portugueses – y favorecer la German, bajo la peregrina idea de que “el roto” chileno era producto de la mezcla entre los rubios godos españoles y los mapuches.

En el fondo, el racismo chileno no es otra cosa que un clasismo acendrado, que no sólo rechaza a haitianos y demás caribeños por ser negros sino, además,    pobres; de ahí surge la teorías selectivas de los  candidatos presidenciales Piñera y Ossandón en el sentido de exigir a los inmigrantes una prueba de solvencia económica para poder ingresar al país.

Otro grave prueba de la hipocresía chilena es el pésimo trato que el país da a los niños y a los viejos: el caso del SENAME es una muestra y grave de la vulneración de los derechos mínimos de los niños, condenándolos a muerte en vida y, además, caer en las redes de  pedofilia. Con los ancianos ocurre otro tanto: el solo hecho de enfermarse los conduce a la muerte debido a la falta de recursos económicos o bien, a esperar mucho tiempo para ser atendidos.

Vivimos en una sociedad individualista, egoísta en extremo, y lo único que importa es la apariencia. “Ande yo caliente y ríase la gente”.                   

 Rafael Luis Gumucio Rivas (El Viejo)

18/12/2016

 

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