Noviembre 17, 2024

Fidel: humanismo revolucionario y algo de historia

Cuando Fidel Castro terminaba sus estudios secundarios en los jesuitas cubanos, en Santiago de Chile lo hacían jóvenes como Carlos Altamirano, del Liceo Alemán de Santiago. y Jacques Chonchol, Vicente Sota y Julio Silva Solar, educados por los mismos jesuitas, y cuando en la Universidad de La Habana Castro se definió por la aventura política, en Chile ya existían, desde hacía bastante tiempo, el Partido Comunista, el Partido Socialista, la Falange Nacional y, una década antes, el Frente Popular de Aguirre Cerda había llegado al gobierno.

 

 

Cuando Fidel estaba en la universidad, el marxismo y otras ideologías progresistas campeaban en muchos lados. La URSS se había formado hacía ya décadas, e incluso en Cuba había sido gobierno un “frente popular” con participación y promoción del viejo PC.

Revolucionarios en el mundo, Cuba y aquí había habido muchos y no pocos pensaban serlo.

Sin embargo, cuando Fidel asaltó el segundo cuartel de Cuba y el primero de provincia, El Cuartel Moncada, en 1953, al frente de un grupo de jóvenes martianos, surgió un nuevo revolucionario entre nosotros: uno que arriesgó, incluso sin suficientes conocimientos y recursos militares, su propia vida, la de su hermano y amigas y amigos muy queridos, por sumar, al humanismo teórico y las puras ideologías progresistas, el riesgo inmediato y voluntario de la vida veinteañera; el arrojo vital, la entrega generosa, la épica, la inteligencia, el brillo intelectual.

Era ya un líder, sin haber estudiado para ello en ninguna parte. Tenía 27 años. Era menor –en una sociedad parecida a la chilena- a los más jóvenes políticos cubanos y chilenos de ayer y hoy. Sólo José Miguel Carrera y Manuel Rodríguez, Bilbao y Arcos, tenían años parecidos a los de él cuando irrumpieron.

Cinco años antes, en  1948, se había casado, a los 22 años, con Mirta Díaz Balart y Gutiérrez, joven estudiante de filosofía, madre de su primer hijo, Fidel Ángel Castro Díaz Balart, actualmente destacado físico nuclear. Ella, su primera esposa, vive aún y reside desde hace décadas en España. Sobrinos de ella son los congresistas republicanos norteamericanos Lincoln y Mario Díaz Balart, adversarios de por vida y post morte de Fidel Castro Ruz. Mario Díaz Balart pertenece al equipo más cercano de Trump.

Fidel aplicó desde joven, y mucho antes que lo planteara el Che, la máxima de éste: ser revolucionario es hacer la revolución.

Desde esa fecha hasta su muerte, 63 años después, el período más largo y exitoso en cualquier vida revolucionaria, Fidel fue eso: un integral dirigente de la revolución mundial.

¿A quiénes, a qué otros, les cabe el título de dirigente de la revolución mundial? A Lenin, aunque murió pronto; a Trotsky, que no gobernó; a Mao, que gobernó un tercio de lo que lo hizo Fidel; a Mandela, que es, por cierto, más local y regional; a Allende, que luchó una vida entera pero su gobierno fue pronto derrotado y sólo su legado y su ética trascendieron al mundo; a Gramsci y Rosa Luxemburgo, que fueron heroicos y sabios pensadores y testimonios; a Lumumba, que fue pisoteado y asesinado en el Congo.

La defensa teórica e ideológica de Fidel, preso por El Moncada en 1953 –“La historia me absolverá”- es una brillante defensa de las ideas humanistas pre marxistas y de Martí, cargada de un reciente y sangriento combate, en el que murieron sesenta hermanos suyos, de realismo político y de apetito de conducción nacional, de disparos y reveses, de torturas personales y grupales, y sobre todo de esperanza y convicción (“Condenadme, no importa, la historia me absolverá”).

Fidel siguió preparándose, estudiando y aprendiendo en los años previos al Granma y, empujado por su humanismo radical y revolucionario, y ya en la guerrilla de Sierra Maestra, se desliza ideológicamente hacia el marxismo, como muchos humanistas lo hicieron, con sus aprendizajes en la dura lucha concreta, en la segunda mitad del siglo XX.

Al marxismo se llegaba de una manera casi natural en un mundo en que, además, las grandes revoluciones victoriosas lo reclamaron como su teoría integral: la soviética, la china, la vietnamita, la coreana, la angolana, la mozambiqueña, así como las que fueron derrotadas en sus inicios: la chilena, la congoleña y sectores de la palestina.

La estatura de Fidel gobernante y de Fidel pensador, en su final retiro de una década, recogió nuevas experiencias y desarrolló su ideología, incorporando al marxismo, como correspondía, cercanías a los valores del cristianismo primitivo, y a las grandes conquistas occidentales de los siglos XIX y XX: la preeminencia de lo científico, la sociología, la sicología social y el avance de las matemáticas, de la física, la biología, la medicina, todos los progresos de las ciencias exactas y de las ciencias sociales. Los avances cubanos en la física nuclear, en la ciencia médica y otros campos no pueden explicarse sin la promoción y el concurso del su Comandante en Jefe.

Su preocupación, siempre centrada en los desposeídos, los excluidos, los perseguidos, los explotados, abrió el foco para preocuparse, más que antes, con profundidad, del presente y porvenir del planeta y en él  de la especie humana. Temió, con fundamentos, por la continuidad de la especie e incluso por su desaparición y promovió tareas planetarias para impedirlo.

La solidaridad cubana, bajo el gobierno de Fidel Castro y de Raúl, tiene cifras: la “Operación Milagro” realizó más de un millón de intervenciones quirúrgicas oftalmológicas; más de 200 mil profesionales de la salud han prestado servicios internacionalistas desde Namibia a Haití, salvando las vidas de millones de personas, y más de 100 mil militares cubanos lucharon en África, con éxito, por la independencia de Angola, Mozambique, Namibia y la autodeterminación sin racismo de África del Sur.

Todo eso estaba presente, junto al desconsuelo y el orgullo, en las mentes de los dos millones de seres humanos que lo despidieron de La Habana y en la de los representantes de Estados diversos con más de 2 mil millones de habitantes –un tercio de la humanidad- que le rindieron, con su palabra en árabe, chino, ruso, castellano, griego y creole africano honores históricos en la Plaza de la Revolución, como nunca antes un dirigente político había recibido.

Miles de chilenos fuimos protegidos y atendidos, en los años setenta y ochenta, en el país de la igualdad y la protección, de la misma forma humanitaria y emotiva que se tuvo con los conocidos hijos de Allamand y Feliú. ¿Por qué nosotros deberíamos agradecerlo menos que ellos?

Fidel, con su aporte a la dignidad humana en África, Asia, Europa y América, la del norte y la latina, empujó en su vida la evolución de la especie, sobre todo en su país y en la mayor parte de África, donde el hombre nació, y aportó, como pocos seres, con un grano de arena, a la siempre creciente amplitud del universo.

No siempre la evolución humana coincide con la de la política, pero en su caso lo hizo.

¿No hubo ripios en él? ¿Derrotas, retrocesos, errores graves, costos de envergadura? Por cierto que sí. Los hay en la vida de los grandes y en la de los pequeños, y los habrá. Más aún los hay, por cierto, en los que encabezaron la jefatura máxima en una guerra moderna y larga que duró 63 años, desde el Moncada hasta hoy. El Moncada y sus asesinados y torturados, el desembarco del Granma en el lodo y los manglares de una costa no elegida, el desastre de Alegría de Pío.

Entre nosotros se repite esto de “sus luces y sombras”. A pocas horas de su muerte, nada mejor para los que no pueden reconocer sus luces, y tratan de relevar sus sombras sin asumir las de otros y las propias, que en muchos casos ennegrecen todas sus chatas vidas. Enanos, frente a la estatura de un líder mundial.

Dejémosle esa tarea inmediata a la CNN y a los comunicadores herederos de Trump y aquí de Edwards, incluso a los que, habiendo recibido su protección y beneficios, como el ex ministro de Piñera, Roberto Trampuero, han mordido ayer y hoy sus dos manos. Trampuero debería estar tan agradecido o más que Allamand y Feliú, también él y sus hijos recibieron los beneficios  de Cuba y por varios años, pero su estatura moral se lo impide.

Fidel fue sólo un hombre, como lo fueron Aristóteles, Moisés, Jesucristo, Espartaco, Mahoma, Buda, Alejandro Magno, Shakespeare, Cervantes, Dante, Darwin, Marx, Lincoln, Freud, Einstein, Lenin y Bolívar, que murió en el abandono. Nadie, espero, pretenderá divinizarlo. Él mismo, antes de morir, pidió con firmeza no desatar “culto a la personalidad” alguno. No sobremorirá como Lenin o Mao o Ho Chi Minh o Kim Il Sung, embalsamados para reverencia de sus seguidores.

Pero jamás se olvidará que encabezó su guerrilla triunfante, que organizó su propia fuerza político-militar; que con ella se tomó inteligente y heroicamente el poder y lo mantuvo; que ejerció su hegemonía en su sociedad; que creó el Partido de la Revolución; que fortaleció la unidad del pueblo y su organización, no conocida hasta entonces y aún no superada; que fundó las FFAA más poderosas de América después de las de los EEUU; que asumió el internacionalismo combatiente; que entregó el apoyo antirracista a África y la solidaridad con América Latina, por la que hoy entregan su concurso miles de funcionarios de la salud cubanos; y la dirección de un gobierno que por más de 30 años eliminó la pobreza, como hasta ahora nadie lo ha hecho, y que por medio siglo desarrolló no sólo los servicios públicos gratuitos y de calidad sino la total humanidad de los gobernados hasta donde ello es hoy posible. Por más de treinta años (en la normalidad del proceso) no hubo hambrientos ni pordioseros ni marginales en Cuba, ni gente sin casa o sin atención médica; todas las carencias básicas que aquejan a un 15 o más por ciento de los habitantes de todos los países capitalistas, incluidos EEUU, Alemania, Gran Bretaña y otros, no se conocieron en la Cuba de Fidel Castro, desde 1960 a 1990. Los años del período especial –desde la caída del sistema económico comunista mundial- sin duda han sido más duros y la naciente diferenciación actual crea algunos desniveles parecidos a los nuestros pero mucho menores.

Fidel Castro saldó la deuda de Céspedes, Martí y la familia Maceo, con los que descansará para siempre en Santa Ifigenia, al este de Cuba: independizó su patria. Se suma a Bolívar, San Martín y O´Higgins como padre de la patria americana.

Sus cenizas fueron sepultadas en una roca gigante traída a Santiago de Cuba desde la Sierra Maestra, sin títulos ni fechas. Con una sola palabra: Fidel.

La especie avanza pero no todos sus integrantes al mismo tiempo y al mismo paso. Algunos pocos dan zancadas de gigantes.

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