Predecibles pamplinas se oyen decir sobre Donald Trump y Medio Oriente. ¿Cómo puede el mundo musulmán hacer frente a un hombre que es islamófobo? Porque de hecho eso es lo que Trump es. Es una desgracia para su país y para su pueblo… el cual, el cielo se apiade, lo eligió.
Pero hay un pensamiento tranquilizador. El prestigio estadunidense en la región ha caído tan bajo, la creencia del mundo árabe (y muy posiblemente de Israel) en el poder de Washington se ha quebrantado tanto por la estupidez e ineptitud de sus presidentes, que más bien sospecho que poca atención se prestará a Trump.
No tengo muy claro en qué momento el respeto por la gobernanza estadunidense comenzó a derrumbarse. Sin duda estaba en la cúspide cuando Eisenhower dijo a británicos, franceses e israelíes que salieran del canal de Suez, en 1956. Tal vez Ronald Reagan, al mezclar sus cartas y llevar su presidencia hacia las etapas iniciales del Alzheimer, tuvo un efecto más profundo de lo que creíamos. Alguna vez un diplomático noruego me contó que se había sentado a hablar con Reagan sobre Israel y Palestina y descubrió que el viejo tomaba citas de un documento sobre la economía estadunidense. La paz
de Bill Clinton en Medio Oriente tampoco ayudó.
Supongo que fue George W. Bush, quien decidió atacar Afganistán aun cuando ningún afgano había atacado jamás a Estados Unidos, y quien creó un Estado musulmán chiíta en Irak a partir de un Estado musulmán sunita –con gran disgusto de Arabia Saudita–, el que hizo más daño que la mayoría de presidentes estadunidenses a la fecha. Los sauditas (de donde provinieron 15 de los 19 asesinos participantes en el 11-S) lanzaron su guerra contra Yemen con apenas una brizna de preocupación de Washington.
Y Obama parece haber metido la pata en todo lo que hizo en Medio Oriente. Su apretón de manos
al islam en El Cairo, su premio Nobel (por oratoria), su línea roja
en Siria, que desapareció en la arena en el momento en que el régimen fue rescatado por los rusos… más vale olvidar todo eso.
Son los Sukhoi y Mig de Vladimir Putin los que marcan el paso en la terrible guerra en Siria. Y en tierras donde los derechos humanos no tienen valor alguno para los dictadores regionales, apenas ha habido un gemido acerca del Kremlin. Putin hasta fue llevado a la ópera en El Cairo por el mariscal de campo y presidente Al Sisi.
Y esa es la cuestión. Putin habla y actúa. En realidad, en la traducción al menos, no es terriblemente elocuente, más hombre de negocios que político. Trump habla, pero, ¿puede actuar? Hagamos a un lado la extraña relación que él cree tener con Putin: es Trump el que va a necesitar traducción de las palabras del líder ruso, no al revés. De hecho, durante el gobierno de Trump tanto árabes como isralíes, creo, pasarán mucho más tiempo escuchando a Putin. Porque lo cierto es que los estadunidenses se han mostrado tan poco dignos de confianza y erráticos en Medio Oriente como Gran Bretaña lo fue en la década de 1930.
Incluso la escalada estadunidense contra el Isis no empezó de veras hasta que Putin mandó sus propios cazabombarderos a Siria, en un momento en que muchos árabes preguntaban por qué Washington no había logrado destruir esa secta.
Regresemos a las revoluciones árabes –o primavera
, como los estadunidenses lastimosamente dieron en llamarlas– y veremos a Obama y su infortunada secretaria de Estado (sí, Hillary) fallando de nuevo, incapaces de darse cuenta de que ese despertar en masa del mundo árabe era real y que los dictadores iban a irse (la mayoría, por lo menos). En El Cairo en 2011, prácticamente la única decisión que tomó Obama fue desalojar a los ciudadanos de su país de la capital egipcia.
Es fácil decir que los árabes están horrorizados de que un islamófobo haya ganado la Casa Blanca. Pero, ¿acaso creían que Obama o alguno de sus predecesores –demócrata o republicano– tuviera una preocupación especial por el islam? La política exterior estadunidense en Medio Oriente ha sido una serie espectacular de guerras, incursiones aéreas y retiradas. La política rusa –en la guerra de Yemen durante la era de Nasser y en Afganistán– ha sido bastante destructiva, pero el Estado postsoviético parecía haber escondido sus garras hasta que Putin llevó sus hombres a Siria.
Sin duda veremos a Trump volverse hacia Medio Oriente antes de mucho, para cortejar a los israelíes y repetir el apoyo acrítico de su país al Estado israelí, y para asegurar a los acaudalados autócratas del Golfo que su estabilidad está garantizada. Lo que diga sobre Siria será, desde luego, fascinante, dadas sus opiniones sobre Putin. Pero tal vez deje la región a sus subordinados, los secretarios de Estado y vicepresidentes que tendrán que tratar de adivinar qué piensa el tipo en realidad. Y ahí, claro, es donde todos estamos ahora. ¿Qué piensa Trump? O, más en concreto: ¿piensa?
© The Independent
Traducción: Jorge Anaya