Cada quien habrá sacado ya sus propias conclusiones respecto del resultado que entregaron los últimos comicios municipales, y de seguro habrá opiniones que coinciden, así como otras que pueden ser contrapuestas. En mi caso particular, lo acaecido el domingo 23 de octubre recién pasado me deja bastante claro que la Nueva Mayoría acelera su paso hacia la disolución como bloque político.
Resulta extraño hablar de “bloque”, pues en honor a la verdad los socios que conforman esa coalición están allí, básicamente, por un principal motivo e interés: la teta fiscal y el poder que de ella se desprende. Lo han demostrado en estos 26 años de gobiernos democráticos, y ahora parecen estar arribando a la punta de rieles del tendido político de la ex Concertación. Los izquierdistas del oficialismo actual intentaron mantener enhiestas las banderas de la sociedad de intereses mediante un cambio de nombre, Nueva Mayoría, pero la dura realidad les llevó hacia sus trincheras verdaderas, hacia sus intereses irredentos, y la fiesta del engaño (al pueblo) y la traición (a su propia Historia) comienza ahora a experimentar “síntomas de autopsia”.
Mientras tanto, Sebastián Piñera –líder actual e indiscutido de las cofradías económicas y megaempresariales en materias políticas – organiza una fiesta en su domicilio para celebrar –según su óptica- el triunfo de la derecha en los últimos comicios municipales, y como tenía una lista de invitados para tales efectos logró que Carabineros se encargara de chequear a los visitantes al evento. En otras palabras, la policía uniformada trabaja para don Sebastián como personal de servicio.
Lo anterior es un duraznito más para aquel ponche político que en muchas partes de Latinoamérica se le llama “golpe blando”, es decir, golpe de estado… blando, para dejar bien claro el concepto. Por cierto, esos “golpes” los da siempre –o casi siempre- la derecha económica, tal cual apunta una severa opinión de Rafael Correa, Presidente del Ecuador, emitida en la XXV Cumbre Iberoamericana de Jefes de Estado y de Gobierno, realizada en la ciudad de Cartagena de Indias, Colombia.
En estricto apego a la verdad, acá en Chile llevamos ya algún tiempo escuchando aquello del ‘golpe blando’, cuestión que ha aumentado su volumen en este segundo gobierno de Michelle Bachelet, no obstante que ya en la administración de Sebastián Piñera se venteaba el tema como un hecho posible de estar desarrollándose, lenta pero progresivamente. .
La explicación podría parecer descabellada, pero remitiéndonos a los hechos concretos que hemos conocido desde el año 1990 a la fecha, se puede aventurar una opinión que posee bajas posibilidades de estar errada. Las viejas comadres y socias, Alianza y Concertación (hoy, Chile Vamos y Nueva Mayoría), estrechan otra vez su concordato dispuestas a no permitir que algún nuevo referente las desaloje desde el gobierno.
El empresariado apoya lo anterior, y lo hace a cara descubierta. “Empresarios esperan disputa presidencial entre Lagos y Piñera. Creen que competencia entre los ex mandatarios mejora las expectativas económicas. 85% de los (empresarios) consultados apuesta (sí, ‘apuesta’) a que Guillier no llegará a la papeleta”. Esa fue la portada del suplemento Negocios Semanal de un diario capitalino.
Ante ese panorama, que día tras día afirma su concreción, no es descabellado apuntar a uno de los responsables: la izquierda concertacionista, mejor conocida como “la izquierda neoliberal”, esa misma que acogió a individuos de la talla (¿o calaña?) del inefable español Felipe González, el brasileño Fernando Henrique Cardoso, y los chilenos Fernando Flores y Ricardo Lagos… un cuarteto aplaudido, admirado y protegido por los dueños de las mega empresas transnacionales, encabezados estos por el mexicano Carlos Slim.
Ha sido un largo proceso de denuncia, explicación y argumentación el que permite a quienes insistieron en exponer la verdad de su óptica en medios de prensa independientes y electrónicos, tener ahora a esa izquierda neoliberal en proceso de derrumbe. Más temprano que tarde, los verdaderos izquierdistas que aún permanecen al interior de las tiendas partidistas del duopolio, lo abandonarán tal cual lo han hecho miles de sus compañeros que dejaron de comulgar con las mentiras y traiciones enarboladas por dirigentes de los viejos partidos que, alguna vez, aunque usted no lo crea, lucharon contra la dictadura.
Esa izquierda, la neoliberal, tiene sus días contados, y la cuenta regresiva comenzó fatalmente para ella el día 23 de octubre de 2016, al finalizar el recuento de votos de los últimos comicios municipales. Sin dejar de lado, por supuesto, las ardorosas declaraciones de molestos dirigentes democristianos que anuncian su rechazo a seguir participando en la actual coalición gobernante, haciendo guiños y señas de rameras políticas a sus viejos aliados, a sus sempiternos aliados, los derechistas.
Como usted puede ver, amigo lector, la izquierda neoliberal vive sus últimos días. ¿Qué vendrá después para la izquierda en serio?