Desde hace más de 15 años se reitera entre nosotros la gran pregunta: ¿qué podemos hacer por Haití?
La interrogante no deja de ser, aparentemente, valedera. Y “humanitaria”. Chile vive en un desarrollo muy superior al de Haití y Haití tiene duras carencias estatales, económicas y sociales, acrecentadas además por un gran terremoto y aterradores ciclones. Es la nación más pobre del continente. Y la más golpeada de la década por la naturaleza.
¿Qué podemos hacer por Haití?
Y nos hemos respondido.
Entonces, enviar algunos médicos (una decena por ejemplo) para que trabajen en el seno de una población de más de 10 millones de habitantes.
Entonces, entregar becas para que aquí estudien policías en la Escuela de Carabineros.
Entonces, entregar orientación para su proceso político.
Entonces, mandar materiales para construir algunas pequeñas casas de madera.
Entonces, enviar militares para que, junto a otros, se impida allí una confrontación militar que podría hacerles daño.
Entonces, retirar las tropas ahora, en equis meses, porque ya no parecen hacer falta, y votar ese retiro en nuestro Congreso.
Entonces…lo que digamos. Lo que digamos nosotros. O lo que diga Naciones Unidas.
Entonces, digo yo, aunque sea muy al final, hay que cambiar de raíz el enfoque de estas relaciones.
La solidaridad se hace a petición, a solicitud del necesitado. Son ellos los que califican sus carencias, no nosotros. Si las calificamos nosotros, las enviamos nosotros y, en casos, las retiramos nosotros ¿habrán sido eficientes a ojos de ellos?¿qué diferencias tendríamos con los interventores, con los protectores internacionales, con los candidatos a pequeños y ridículos imperios?
¿Qué les debemos mandar? Si podemos, lo que ellos pidan.
¿Con qué prioridad? Con la que ellos establezcan.
¿En qué aspecto de su vida política? En el que ellos determinen.
¿Quién debe hacer el anuncio solidario? Ellos y nosotros.
¿Cuándo retirarnos? En la fecha que se acuerde con ellos.
Todo esto a propósito de los anuncios de nuestros ministerios de RREE y de Defensa sobre el retiro de tropas desde Haití; de los acuerdos de nuestro Congreso sin presencia alguna de representantes haitianos; del envío de una decena de médicos a un país donde Cuba, por ejemplo, ha enviado hoy mil más de los siete mil especialistas en salud allí presentes; del envío de pequeñas casas de madera allí donde ellos privilegian las pequeñas casas de ladrillos para que “vivan” sus ancestros por siempre, y ellos en poco tiempo más, también por siempre. Y ellos, vivos hoy, se quedan en sus casas de hojalata o de barro. Como en Nepal, en Afganistán o en Costa de Marfil.
Si no, propongámonos a Naciones Unidas como nueva y absurda potencia protectora.