Una funcionaria avisa que durante diez años han muerto casi mil niños que estaban a cargo del Estado. Y no pasa nada. Y a nadie o a muy pocos parece importarle. Y no hay cadena nacional, ni luto oficial. El mundo sigue andando
¿Es posible que la muerte de mil niños no genere ninguna reacción? ¿Es posible que nuestra sociedad se permita un crimen de esta magnitud?
Si. Porque esos niños pobres murieron de causas naturales. Porque en esta cultura es natural que un pobre muera sin que haya culpable alguno y que a nadie importe.
En este país en que todos los derechos son un negocio que alimenta las fauces de los ricos enfermos de codicia, unos niños muertos no son sino algunos números en rojo que el sistema en breve reemplazará.
Materia prima para seguir lucrando a costa de la vida de miles de niños, el sistema entrega a diario y por puñados. Niños capturados por la miseria antes siquiera de ser concebidos. Niños que nacen con el destino marcado con estaciones inevitables y mortales: la pobreza, las drogas, la delincuencia la cárcel y el cementerio.
Y mientras vivan serán seres humanos abusados por los políticos de cartón, esos delincuentes y corruptos que hacen gárgaras con la vida de los más pobres expuestos a la muerte temprana en las villas miserables en donde fueron arrojados para no afear las ciudades.
Y sus miserias serán manoseadas para ofrecer lo que jamás van a cumplir. Y la inmoralidad de las autoridades, partiendo por la Presidenta, se encargará de poner sus caritas compradas para la ocasión y sin vergüenza volverán a anunciar medidas que no serán sino maniobras politiqueras en las que muchos millones pasarán de unas manos sucias a otra peores.
Y los niños seguirán muriendo, porque para eso están.
Los criminales que por acción y omisión mataron a estos niños, son las autoridades que han permitido que eso pase. Que han financiado a los empresarios corruptos que han metido sus manos asquerosas en los derechos de los niños por la vía inmoral de privatizar los servicios que se supone deben encargarse de su bienestar y seguridad.
Los criminales están en La Moneda más preocupados por la evolución de las encuestas que de la vida de los niños que van a morir por su dejación, por su demagogia, por sus mentiras y ofertas falaces.
Esos que mueren son niños desechables. Seres de tercera categoría que no tiene ninguna importancia para lo que realmente importa al tándem de corruptos y corruptas que se hicieron del Estado en los últimos años.
Malditos. Hijos de perra. Criminales.
865 es una cifra fría que no dice nada. Pero cada uno de los números que lo forman ya son huesos y polvo, y antes fueron alegría, risas y quizás un futuro. Fue un vagido al nacer, una alegría para las familias, un ajuar. Pero sus destinos se trisaron con la muerte que llegó desde donde no debía.
Esta sociedad es tan maldita como para dejar que niños mueran desamparados y castigados.
Y tal parece que la Presidenta Bachelet olvidó la responsabilidad que tomó. O nunca lo supo.
Es que si se tratara de gentes de su condición, bellas, limpias, ricas y acomodadas su reacción habría sido de duelo y de cercanía.
Pero son solo pobres y de esos hay muchos. Demasiados. Y que se mueran antes que sean más grandes y peligrosos, parece estar bien.
Los pobres son un mal. Un error de la naturaleza que debió haberlos hecho a todos rubios y olorosos. Por eso es natural que se mueran de a miles y que eso no sea una razón para que la responsable final de ese homicidio horroroso, la presidenta, no haya echado mando a los micrófonos que por cualquier otra tontera usa, como para haber pedido perdón a Chile y el mundo por su patente incapacidad.