Los partidos políticos están sometidos a la ley del hierro de las oligarquías planteadas, en 1911, por Robert Michels, quien estudió a fondo la organización de la Socialdemocracia alemana, el más grande y poderoso partido obrero de la época, que lideró la II Internacional socialista, fundada por Federico Engels. Su tesis se basa en el postulado “donde hay una organización, siempre hay una oligarquía, y el funcionamiento de los partidos de masas exigen la paulatina profesionalización de los dirigentes”, en el fondo, el Comité Central dominando a los militantes y, la Comisión Política supeditando al anterior; en definitiva, el líder se apropia del partido.
La ley de Michels semeja a la ley de la gravedad: personalmente, no me atrevería a experimentar la osadía de lanzarme desde el último piso del Costanera Center para probar que la gravedad no existe, y lo mismo ocurre con los partidos políticos, pues se hace imposible que no sirvan para la formación de una mafia burocrática que termine exaltando a un líder, o bien, promoviendo grupos burocráticos que se apropien del partido.
La sentencia “no hay democracia sin partidos políticos” es tan falsa como aquella de que “los pueblos tienen los gobernantes que se merecen”, lo cual equivaldría a afirmar que los ciudadanos son idiotas en la mayoría de las ocasiones y, de esta manera, restarle importancia al sufragio universal y así negar otra sentencia famosa al decir que “en las elecciones el voto del barrendero vale igual que el del más rico empresario”.
Algunos cientistas políticos sostienen que la ideología de un partido logra moderar las tendencias burocráticas propias de su organización. En Chile tuvimos, en la época republicana, dos tipos de partidos – para usar la terminología de Max Weber – los ideológicos y los de patronazgo: los primeros privilegian el proyecto mesiánico y, los segundos, el apropiarse del aparato del Estado para utilizarlo en su propio beneficio. En primer caso estuvo la Falange y, posteriormente, la Democracia Cristiana; en el segundo, el Partido socialista.
El drama actual del Partido Socialista Obrero Español (PSOE) tiene mucho que ver con la concepción de la “ley del hierro” de los partidos políticos. En la guerra civil española los socialistas respondían a distintas fracciones: la de Julián Basteiro, la más moderada, la Indalecio Prieto, de centro, y la de Francisco Largo Caballero, la más radical, más cercana al marxismo-leninismo.
En la actualidad, denominar a los socialistas, en el plano mundial, socialdemócratas me parece una falacia, pues la llamada tercera vía no es otra cosa que una tendencia más rosada e hipócrita del neoliberalismo – en nada se diferencia de las Democracias Cristianas europeas – razón por la cual no han tenido dificultad para formar gobierno, por ejemplo, en Alemania, y en Chile, en el caso Concertación y más tarde, Nueva Mayoría. Líderes como Tony Blair y Felipe González se han convertido en políticos sin escrúpulos y, además, reaccionarios.
En este plano debemos ubicar el conflicto surgido entre Pedro Sánchez y los barones del Partido Socialista español, liderados por Felipe González. Afortunadamente, en España se ha quebrado el bipartidismo y los socialistas se ven obligados a elegir al corrupto Mariano Rajoy, o bien, aliarse con el Partido Podemos.
En el caso chileno, los díscolos del siglo XXI irrumpieron más decididamente en el período parlamentario 2005-2009, durante el cual un grupo de parlamentarios, preferentemente jóvenes, entre ellos Marco Enríquez-Ominami, Álvaro Escobar, Esteban Valenzuela, René Alinco, Sergio Aguiló, Guido Girardi (padre), Tucapel Jiménez, y otros, formaron una bancada que discrepaba con la línea moderada de la Concertación, y planteaba algunos proyectos más radicales y transformadores – cambio del sistema presidencial a uno semipresidencial, despenalización del aborto y, sobre todo, el rechazo a la Ley General de Educación, que fue pactada con la derecha, y otros proyectos de reformas -.
En 2009, Camilo Escalona se comportaba como un verdadero zar autoritario, que terminó por imponer la candidatura de Eduardo Frei Ruiz-Tagle, que había hecho un pésimo gobierno, (1994-2000), en varios campos, como el tratamiento del tema de derechos humanos y, sobre todo, de la economía, que se suponía de gran capacidad de conducción dada su profesión de ingeniero. Después de varios episodios ridículos, como la candidatura de Ricardo Lagos – quien se retiró porque los díscolos no se subordinaron a su voluntad, además, Escalona no lo quería y le negó los poderes absolutos que él había puesto como condición para aceptar la candidatura – la Concertación terminó eligiendo al peor candidato, luego de una primaria vergonzosa entre José Antonio Gómez y Frei Ruiz-Tagle.
Durante ese período se multiplicaron los díscolos: renunciaron al Partido Socialista no sólo Marco Enríquez-Ominami y su padre Carlos Ominami, sino también Alejandro Navarro y el antiguo líder de ese Partido, Jorge Arrate; por otro lado, la Democracia Cristiana se quebró con la expulsión de Adolfo Zaldívar y sus seguidores en la Cámara de Diputados. El año 2009 y, posteriormente el 2013, nos proporcionan elementos importantes para comprender lo que hoy está pasando en los distintos partidos.
Desde el 29%, si sumamos el 20% de Enríquez-Ominami, sumado al 9% de Jorge Arrate, se solidificó un tercio de la población chilena que ya no vota por el duopolio. En 2013, el fenómeno Bachelet, que atrajo al Partido Comunista, más la balcanización de las candidaturas anti-duopólicas, si bien logró el mismo tercio, impidió la expresión político-electoral del rechazo al duopolio. (El tema de la abstención y del voto nulo requiere un análisis más profundo, pues se hace muy difícil distinguir entre la pereza y los problemas concretos para acceder a los lugares destinados al sufragio, además, del voto anti sistémico).
Por otra parte, la derecha demostró, durante el gobierno de Sebastián Piñera, líder narcisista y personalista, una notable incapacidad para gobernar: el Partido Renovación Nacional terminó pagando el precio del desastre de la derecha, sobre todo de sus dos partidos principales (RN y UDI).
La corrupción generalizada ha acabado por minar el poder de las mafias políticas. Es cierto que los partidos políticos, estos aparatos burocráticos siempre han recibido dinero, no sólo de los empresarios chilenos, sino también de otras fuentes extranjeras, incluso gobiernos: la Democracia Cristiana, de sus pares alemanes e italianos – estos últimos nada menos que de Andreotti y de la Cosa Nostra -; los socialistas, de Craxi; los comunistas, de Moscú.
Los casos de Italia y España son los más parecidos a la realidad actual chilenas, aunque los montos de los primeros son descomunales con respecto al chileno. Sería muy útil traer a colación a Maquiavelo para entender la relación entre poder y dinero y, sobre todo, el carácter codicioso que se encuentra en la esencia del político en la democracia bancaria.
La crisis actual podría explicarse por la pérdida de legitimidad y credibilidad de la élite. En toda crisis, por lógica, se produce un quiebre en el sistema de partidos políticos que posibilita el surgimiento de los díscolos, con sus propios motivos, para dejar el partido de origen pues, en no pocas ocasiones, el dejar su partido político le concede la rentabilidad de postular a un cargo parlamentario con mayores posibilidades de éxito, que parecen ser los casos del colorín José Manuel Edwards, de Renovación Nacional, o el de Lilly Pérez, Joaquín Godoy, Karla Rubilar, y otros, para formar el Partido Amplitud, que busca su lugar en el centro político. En el PPD, el diputado Pepe Auth, como técnico electoral sabe muy bien que el carácter de independiente vale más que el de pertenecerá un Partido, por lo demás, igualmente corrupto que los demás.
Es sintomático comprobar que la mayoría de candidatos a las elecciones municipales se presentan como independientes, y por lógica, tratan de eliminar de su propaganda los signos de los partidos políticos y las fotos de los candidatos presidenciales, salvo el caso del Sebastián Piñera, que nadie se explica por qué los necios y canutos lo consideran “el más probo de los chilenos”.
El tema de los díscolos y de su renuncia a los partidos da para varios artículos más, pues toca temas tan importantes como la democracia y los partidos políticos, el poder y la corrupción, las características de la crisis de dominación oligárquica, los sistemas electorales y la democracia participativa, entre otros.
Rafael Luis Gumucio Rivas (El Viejo)
30/09/2016