Los escándalos que rodearon las elecciones del Consejo Directivo Nacional de la Central Unitaria de Trabajadores (CUT) ponen nuevamente de manifiesto el deterioro ético y político de la burocracia sindical que ha controlado esa organización desde su surgimiento, a fines de 1988. Queda enevidencia la incapacidad de la CUT para abrir espacio a un proceso de refundación del movimiento sindical que le permita erigirse en lo que la historia demanda: que los trabajadores organizados sean la columna vertebral de un amplio bloque popular capaz de arrebatar a las clases dominantes la conducción del país, para enrumbarlo hacia un nuevo horizonte político, económico, social y cultural. No será posible con elecciones con un padrón electoral definido por las mismas dos personas que se disputan la victoria; con sindicatos inflados en números inauditos; con un sistema de votación de “cifra repartidora” en que los dirigentes votan de manera ponderada según la cantidad de afiliados que dicen representar; cotizaciones que se pagan a última hora“globalmente”; sindicatos fantasmas, etc.
Las directivas de la CUT han eludido sistemáticamente poner en práctica el voto universal: un trabajador sindicalizado, un voto. Debido a ello no pueden demostrar fehacientemente que cuentan con respaldo real de los 700 mil afiliados que la CUT dice representar.
Culmina así un derrotero vergonzoso marcado por la corrupción y la complicidad política con los gobiernos de la Concertación y de su versión ampliada, la Nueva Mayoría, a pesar de las declaraciones de presunta autonomía de la CUT. Insensibles al extendido malestar de las trabajadoras y trabajadores con el comportamiento del poder político y económico del país, la dirigencia de la CUT no trepidó en estos últimos años en servir de aval a los maquillajes legislativos del sistema imperante desde la dictadura.
No debe llamar la atención queesos dirigentes, elegidos en condiciones tan sospechosas, estén, por ejemplo, al margen de la lucha contra el sistema privado de pensiones que ha ganado las calles encabezado por la Coordinadora Nacional de Trabajadores No+AFP. Entre los voceros de este movimiento destacan dirigentes sindicales y de organizaciones sociales que hace años tomaron distancia de la CUT. Tampoco llama la atención que los dirigentes de la Central no hayan estado en las barricadas y cortes de caminos de los trabajadores mineros y de otros rubros -contratistas y de planta- que denuncian la ola de despidos desatada a raíz de la caída del precio del cobre y la recesión de la economía. Menos aún sorprende que los dirigentes de la CUT no alcen la voz en momentos en que repunta la conflictividad laboral. Los trabajadores están haciendo frente a la voluntad empresarial de llevar adelante las negociaciones colectivas mediante rebaja de costos salariales y alzas en la productividad, sin ceder un “puto peso” a trabajadores indignados por la desigualdad que no disminuye en la distribución del ingreso.
Se acelera así el proceso de agotamiento de una larga etapa del sindicalismo en Chile. La más ajena a sus heroicos orígenes y a su vigorosodesarrollo previo a la dictadura militar. También da las espaldas a los años de la resistencia que libraron reducidos núcleos de dirigentes sindicales que se empeñaron en mantener vivos sus principios poniendo en riesgo sus propias vidas. Muchos sindicalistas cayeron asesinados o fueron a prisión y al exilio. Miles perdieron su trabajo.
La crisis de la CUT indica que, finalmente, vive sus últimas horas un sindicalismo políticamente maniatado ante el orden político y económico impuesto en dictadura y legitimado por la democracia formal. Un sindicalismo funcional a los intereses de las clases dominantes. En los hechos, la “sensatez” de la CUT, alabada por el gran empresariado, ha servido para mantener la lucha de los trabajadores dentro de un marco de respeto irrestricto a la“economía abierta y de mercado”, al Código del Trabajo y al orden político-institucional establecido en la Constitución de 1980.
Ese sindicalismo, felizmente moribundo, autolimita su actividad almarco de las empresas, carente de un quehacer de proyección social. Se trata de un sindicalismo inocuo sin norte político ni sustento ético. Es incapaz de despertar una mística colectiva y de irse construyendo como fuerza social y política. Un sindicalismo centrado en la lucha reivindicativa, pero con serias limitaciones para operar con eficacia incluso en ese terreno.
La cúpula de la CUT no ha cambiado hasta hoy ese rumbo frustrante en la lucha sindical. La conducta de su dirigencia nacional atravesó al conjunto del movimiento sindical. La militancia sindical salió de los duros años de dictadura con miedo, desconfianza en sus liderazgos a nivel de empresa e ingenuas ilusiones en lo que podrían hacer la CUT y los políticos de la Concertación. Al constatar que esas ilusiones carecían de fundamento, que los cambios eran marginales y que lo que el sindicalismo podía lograr era irrelevante, gran número de afiliados a sindicatos abandonaron los niveles más elementales deorganización y se sumieron en la atomización más profunda.
Sin embargo, en la última década y con mayor fuerza en los recientes cinco años, este desalentador panorama comenzó a cambiar. Primero, con la organización y acción directa de los trabajadores más precarizados, los subcontratistas. Luego, de los trabajadores portuarios y más recientemente, de los de otras ramas productivas y de servicios. Poco a poco, se comienza a enfrentar la profunda despolitización. Se va cuestionando el paralizante “sentido común”, tan elogiado por la elite empresarial y política, que naturalizó el endeudamiento, extenuantes jornadas de trabajo, enormes desigualdades en las remuneraciones, el lucro en la salud, educación y previsión, el atropello del medioambiente y el control de las riquezas del país por empresas transnacionales y grupos económicos.
La vergonzosa crisis de la CUT indica que no será desde su cenáculo amañado que se reconstruirá la unidad y capacidad de acción del movimiento sindical. Nuevas generaciones de militantes sindicales están hoy a la cabeza del movimiento y politizando la conflictividad social en ascenso. Con ellosmarcha la esperanza no sólo de los trabajadores sino de todos por avanzar hacia un Chile justo, digno y solidario.
PF
Editorial de “Punto Final”, edición Nº 860, 16 de septiembre 2016.