Noviembre 14, 2024

Un relato en Chile busca hacerse realidad

El capitalismo continúa avanzando en su programa de convertir a los principales inversionistas globales en los actores más relevantes del sistema-mundo, otorgándoles derechos por sobre las instituciones políticas de la mayoría de los países. La escena a la que asistimos, está caracterizada por la concentración del poder en el seno de la riqueza monetaria y especulativa, cuya lógica ha desarrollado una tendencia inagotable hacia la acumulación en las manos de poquísimas personas. Su codicia ha permeado las instituciones políticas del orbe a fin de asegurar que la humanidad naturalice las relaciones desiguales que configuran las actuales condiciones de vida.

 

 

La crisis de representatividad que ha desatado la corrupción visible en la mayoría de las instituciones, ya sean políticas, morales, económicas, deportivas, etcétera; reclaman abrir los espacio decisorios y del poder a actores nuevos y hacer valer las expresiones ciudadanas que se vierten por medio de la participación virtual en el plano institucional. Más imprescindible es acercar a distintos sectores para sostener la marcha del proceso social y hacer que éste se dote de las plataformas políticas que estime convenientes para sustentar sus intereses en la sociedad.

Los elementos aglutinantes en este proceso pueden resumirse como sigue: Reformas sociales, democratización de las instituciones políticas, resguardo del medio ambiente, conquistas sindicales, valoración de la vida espiritual: Cristianismo, cosmovisiones de los pueblos originarios y otros credos, y relaciones recíprocas y equitativas entre los géneros.

La élite política sabe que es una minoría del país la que continúa confiando en sus viejos líderes y afirman los débiles lazos de su legitimidad. Sabe también que el Gran Capital puede dotarse de nuevos representantes políticos, desechándolos, pues los seres humanos somos corruptibles y no le costará mucho encontrar a nuevos prospectos que conciten mayor aceptación entre la población a fin de sostenerse determinando el juego institucional.

Es preciso superar el (neo)liberalismo que entiende la libertad en su sentido negativo como “la facultad humana de realizar o no ciertas acciones sin ser impedido por los demás, por la sociedad como un todo orgánico o, más sencillamente, por el poder estatal (Bobbio, 1965), ya que esta no admite restricciones de ningún tipo y en este sentido requiere de un alto grado de desvinculación entre los seres humanos para su realización plena, además, sitúa al ser humano en el medio de inagotables estímulos que pretenden moverlo hacia el intercambio de su tiempo por los móviles de su engañoso corazón y a encerrarlo en la soledad del contacto mediado por la tecnología. Creemos que esta concepción de la libertad está en la base valórica sobre la que el Gran Capital articula su relato y a las organizaciones que lo relevan como aquello que posee mayor valor.  Por su parte, “el sentido positivo la libertad se deriva del deseo por parte del individuo de ser su propio amo.* (Berlin, 1958), o del ”poder de no obedecer otras normas que las que me he impuesto a mí mismo” (Bobbio, 1965). Esta concepción requiere de mayor vinculación humana y de autoconocimiento, puesto que de la necesidad de corregir nuestro comportamiento en la sociedad es que se desprende el establecimiento de normas. El condicionamiento que restringe esta concepción es que aquello que se prescribe como la situación óptima está indefectiblemente ligada a una cierta matriz interpretativa que da cuenta de la realidad, la cual a su vez es producto de las prácticas sociales que desarrollamos individual y socialmente.  Es en este último sentido que podemos decir que alienamos (donamos) nuestra libertad individual en favor de la voluntad de la comunidad, parafraseando a Rousseau.

En este punto se hace central responder a la siguiente pregunta: ¿Qué relato puede efectivamente guiar nuestro caminar común y ser lo suficientemente vigoroso, amplio y eficaz para enfocarnos hacia un objetivo final?  Creemos que este es el de autonomizar las instituciones políticas de los intereses del gran capital internacional y volcar sus excedentes hacia el desarrollo de las potencialidades humanas y su desarrollo moral.

Es deber de cada uno de los seres humanos de Chile, desplegar una tendencia distribuidora del poder, que busque traspasar mayor proporción de los excedentes de las grandes transnacionales hacia la comunidad y las organizaciones sociales autónomas y desarrollar estrategias que aseguren tener de nuestro lado las fuerzas necesarias para conquistar pacíficamente las mejores condiciones de vida para la población frente a un nuevo escenario de tensión social al que nos aproximamos.

 

 

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