Son muchas las novedades aparejadas al uso de Internet, entre otras, tener datos sobre cualquier cosa, la mayoría de las veces irrelevantes, tópicas o falsas. La superproducción de información puebla sus páginas. El llamado big data inunda la vida cotidiana: desde publicidad encubierta, experiencias místicas, terapias alternativas, métodos antiestrés, mejoramiento de la memoria, hasta consejos para adelgazar, restaurantes, etcétera. Hasta aquí nada nuevo. Pero a medida que profundizamos se abre un mundo siniestro y oscuro. El dato por el dato, acompañado de los inevitables me gusta o no me gusta, incluido el comentario sobre el comentarista, su vida privada, las descalificaciones mutuas, los chats, transforman la red en un basurero mundial en el cual se depositan las excrecencias.
Las múltiples aplicaciones y los aparatos que lo hacen posible (teléfonos móviles, portátiles, tablets) favorecen la producción de información irrelevante a escalas exponenciales. El voyerismo social se incrementa. Muchos confunden el significado de la información con opiniones personales. Son fotógrafos, reporteros, informadores. Un accidente de coche, una pelea callejera, un atasco de circulación, un beso furtivo, cualquier cosa puede ser objeto de filmación, comentario en red y más tarde mutar en un éxito viral. Así logra relevancia y se recoge en los informativos de todo el mundo, en horas de máxima audiencia. Sin olvidar los comentarios en Twitter de quienes guardan anonimato con seudónimos peculiares como indignado furioso, revolucionario para siempre, Carlos Marx, anarquista confeso, socialdemócrata convencido, etcétera.
Por otro lado, entrar en Internet es abrir la ventana a cualquier tipo de datos mezclados entre lo riguroso, lo banal y fútil. Así, nos encontramos con descripciones sobre el uso de medicamentos, la calidad de un restaurante, el estreno de una obra de teatro, el servicio médico de un hospital, las condiciones de atención en las administraciones públicas, el estado de las cárceles, la justicia, la educación, la violencia de género, compras online, etcétera. En este maremágnum, las opiniones se multiplican y la circulación de basura copa todos los espacios. A este despropósito se le ha llamado democracia en red.
Una falsa democratización que pasa por el tamiz de las grandes empresas. Google, Amazon, Facebook, Twitter son quienes controlan y deciden. Realizan perfiles sicológicos donde emergen gustos, obsesiones, preferencias literarias, itinerarios de viajes. Si en algún momento usted consultó una agencia de viajes, recibirá ofertas para sus vacaciones, hoteles, horarios de tren, autobús y avión. Asimismo, si entró para verificar la disponibilidad de un libro, no podrá escapar a las ofertas literarias de las más variopintas. Esta plaga es difícil de combatir. No hay manera de bloquearlos, traspasan todos los límites del decoro.
Seguramente, muchos hemos utilizado Wikipedia para consultar fechas, hechos históricos o la secuencia de presidentes de un país. Su acceso soluciona problemas básicos y facilita información superficial. Es una herramienta útil, pero no sustituye el conocimiento ni la necesidad de corroborar lo expuesto. Sin embargo, se ha popularizado, dejando de lado otras fuentes, como la enciclopedia temática que solía adornar las estanterías de las casas más modestas, tanto como un diccionario. Su consulta era un goce. Su redacción estaba a cargo de especialistas, desde luego con carga ideológica y política. Pero ello formaba parte de la selección y posterior fijación de la información obtenida. Era una manera de articular la reflexión. El argumento, el relato, las evidencias, el lenguaje, las maneras de razonar, el método, las contradicciones, la refutación. Era una construcción destinada a favorecer la capacidad crítica del lector y realizar nuevas preguntas. Una aventura del conocimiento.
Hoy, trabajos académicos, tesis de licenciatura, maestrías y doctorados están llenos de referencias a Wikipedia. Datos irrelevantes como fecha de nacimiento, premios obtenidos, escuela de pensamiento, grupo político o currículum profesional. No hay, y hablamos de un nivel de educación superior, citas a biografías contrastadas o autobiografías. Sea Darwin, Einstein, Marx, Keynes, Julio Cortázar, Borges, Juan Rulfo, todos terminan en Wikipedia. Eso sí, acompañados por cantantes pop, futbolistas, artistas y cuanto personaje accede a Wikipedia.
Buscar documentación en la web es válido y pedagógico. Estudios y trabajos se han digitalizado y están a disposición de los usuarios para ser leídos y compartidos, pero ello requiere una formación previa. Estar informado no es sinónimo de estar formado. Sin capacidad de seleccionar, fijar y construir pensamiento, los datos se trasforman en un arma para el control y la manipulación desde el poder.
La necesidad de compartir información acerca de amistades desconocidas, fechas de matrimonio, cumpleaños, novias o las declaraciones de actores, empresarios, deportistas, intelectuales, políticos y gente de la farándula no aporta nada, salvo hacer mucho ruido, desviar la atención y fortalecer el control del pensamiento. En un reciente libro publicado por el grupo Ippolita, Ídolos: ¿la red es libre y democrática?, ¡falso!, sus autores acuñan el concepto de informática de la dominación para expresar el nuevo totalitarismo de la red. La democracia no está en la red ni la red es democrática. De lo contrario, ¿por qué las grandes compañías que controlan los datos permiten su acceso gratis? Eso sí, a lo que les interesa.