Faltando año y medio para las elecciones, El Mercurio ya ha presentado a sus dos candidatos presidenciales. En esta ocasión el diario de Agustín Edwards divide los afectos entre dos ex presidentes, a los que ha entrevistado ampliamente en sus últimas ediciones dominicales convocándolos para hablar del futuro. Sebastián Piñera y Ricardo Lagos han sido objeto de dos cuidadas entrevistas, delicadamente producidas, personalizadas y diseñadas con el único fin de confirmar sus nombres en la carrera electoral. Las dos notas mercuriales se dulcificaron y condimentaron con las más enternecedoras fantasías de los candidatos con el fin de presentar el fluorescente porvenir que prometen a los electores. Ninguna referencia al presente, ni definiciones sobre los conflictos en curso o a las tensiones de la actualidad. Y por supuesto, ninguna referencia al pasado, a las herencias envenenadas que el país arrastra como herencia directa de sus dos gobiernos.
La pregunta es, ¿por qué El Mercurio tiene dos candidatos? ¿Por qué necesita repartir su cariño? Esta interrogante revela que ambas candidaturas poseen mucho en común, pero también diferencias que lejos de disociarlas les permiten representar la compleja estructura del capitalismo chileno. Piñera y Lagos comparten sentidos comunes, pero con diferencias menores que les distancian. No son diferencias de fondo, o diferencias políticas, como sus “militancias” parecieran representar. Al contrario, lo que distingue a Lagos y Piñera es el tipo de interés empresarial al que defienden.
La metáfora de esta distinción se aprecia en las obras que ambos levantaron en el frontis de La Moneda, por el costado de la Alameda. Piñera instaló allí un enorme mástil para que flameara una bandera monumental. Lejos de expresar la identidad chilena, Piñera quiso dar una señal de apoyo a sus bases: el capital de base nacional en expansión internacional. Un símbolo para la vieja derecha económica criolla, apalancada por el Estado, que sale a conquistar el mundo. En cambio Ricardo Lagos quiso inmortalizar su nombre por medio del Centro Cultural Palacio La Moneda, en cuya puerta grabó una frase de su autoría: “Aquí Chile se abre a conocer y a enriquecerse con otras culturas”. Pero más que abrirse “a las culturas”, su gobierno fue un momento de total apertura a los capitales transnacionales, que apoyados por el Estado chileno, disfrutaron de enormes ventajas para enriquecerse en este país.
CAPITAL NACIONAL EN FLUJO DE SALIDA VERSUS CAPITAL INTERNACIONAL EN FLUJO DE LLEGADA
Piñera y Lagos frente a frente. Piñera como abanderado de un empresariado que habiendo generado su acumulación originaria en Chile, sale ahora a conquistar el mundo. Lagos, en cambio, portero de un Estado que recibe a las concesionarias de carreteras, constructoras españolas, sanitarias francesas, Endesa, Telefónica, y las mineras, Barrick Gold, Escondida, Angloamerican, a las que a cambio de un modesto y casi simbólico royalty se les aseguró una invariabilidad tributaria hasta 2017.
La bandera de Piñera que flamea en la Alameda representa la subordinación total de La Moneda al capital nacional. Para ellos se colocó alfombra roja y todas las depedencias del gobierno se transformaron en oficinas de promoción de negocios, en el mercado interno y en el mercado externo, por medio de una Cancillería reducida a una oficina comercial. Pero hay que recordar que a los inversionistas extranjeros no siempre les abrió de la misma forma la puerta. Piñera cambió el régimen tributario a las mineras luego del terremoto de 2010, y se atrevió a quitarle la aprobación a la termoeléctrica Barrancones de la multinacional franco-belga Suez Energy. Son variados los casos en los que no priorizó los intereses de los capitales foráneos por afanes de ganar popularidad o para proteger algún interés empresarial local.
El Centro Cultural de Ricardo Lagos refleja lo inverso. La Moneda también abierta, pero ante todo para un flujo de capital internacional globalizado al que se le garantizó las mejores condiciones de seguridad jurídica y bajos niveles tributarios, para lograr la más rápida rentabilidad. Especialmente ilustrativo resulta recordar la firma del TLC con Estados Unidos por su sentido geopolítico de alianza y vinculación estratégica y garantía para las inversiones norteamericanas. En su periodo se reorientó el gasto social para redestinarlo a subsidios en manos de oferentes privados a los que se concesionó la gestión de los que eran antiguamente servicios públicos: en educación superior por medio del CAE y el mercado de las agencias acreditadoras, en la educación inicial por medio de las subvenciones, en transportes con el Transantiago y las concesionarias de carreteras, en salud por el Auge y en pensiones reforzando las AFPs, permitiéndoles sacar sus utilidades del país e instaurando los “multifondos” con el engaño de la libre elección. Por medio de este diseño surge un capitalismo de servicios, orientado al capital transnacional que vive parasitando de los subsidios estatales.
Esta puerta ancha al capital externo queda reflejada por Francisco Fernández(1), ex fiscal económico nombrado por Lagos, que en febrero afirmó que el expresidente “fue permisivo en torno a las presiones que ejercieron los grandes consorcios transnacionales, particularmente los de matriz española y que me tocó vivir y sufrir como Fiscal Nacional Económico”, ya que que “hubo gente en su gobierno que jugó un papel disfuncional a los roles de fiscalización del mercado, por eso terminé renunciando (…) era un juego de contradicciones insalvables, entre quienes queríamos que imperara la competencia, sin posiciones de predominio por parte de algunas empresas poderosas y, otros, que estaban en el juego de esas empresas muy pudientes”. De allí que Fernández concluya que Lagos “tiene compromisos muy serios con el poder económico y se necesita inspirar confianza en la independencia de los representantes políticos y esa independencia no está asegurada respecto de quienes han favorecido en el pasado los intereses económicos que encarnan las empresas. Ricardo Lagos ha servido a los intereses de los empresarios, queda fuera de toda duda”.
AMBAS FORMAS DE CAPITAL
NECESITAN DEL ESTADO
Para El Mercurio es imposible escoger entre sus dos amores porque ambos se necesitan. A la vez los dos sectores necesitan controlar el Estado para conseguir un marco legal que les permita eludir la competencia y obtener toda clase de subsidios públicos. Ello no quiere decir que no exista pugna soterrada entre ellos. El capital que apoya a Piñera, con base en Chile, es mucho más conservador en materia cultural y en temas de la contingencia política interna. Su riqueza tiene como origen inmediato un proceso de acumulación por desposesión, logrado a través de las privatizaciones fraudulentas de las empresas monopólicas en dictadura. De allí su férreo pinochetismo a muerte. En cambio las transnacionales que apoyan a Lagos son mucho más “progresistas” en materia de política interna y en asuntos “culturales”. Al fin y al cabo se trata de empresas que tienen sus sedes matrices en Estados Unidos y Europa, conducidas bajo la lógica de la racionalización estricta de las inversiones, por ejecutivos que ven a Pinochet como una lejana anécdota histórica. Su vínculo con Chile es posterior a 1990. No es extraño que estas empresas financien generosamente iniciativas culturales, teatrales, artísticas y sociales, incluso de carácter crítico y contestatario. Simplemente es parte de lo que las transnacionales asumen como sus programas de “responsabilidad social empresarial”. Pero si se despejan estas variables, ambos tipos de capital aparecen como las dos caras de una misma moneda, capaces de convivir en armonía en un contexto de crecimiento, pero en pugna feroz en tiempos de estrechez y contracción, como los que vivimos ahora.
ALVARO RAMIS