Noviembre 17, 2024

Se viene un tiempo de lucha

 

No es posible dejar a todos contentos, dice la presidenta al momento de avisar el proyecto de ley de Educación Superior.

 

 

 

Omite decir que los únicos contentos con todo su quehacer en todo este tiempo, han sido los que han hecho ganancia con todos los derechos de la gente, aunque para la foto aparezcan también irritados.

 

Desde que asumió su magistratura la presidenta no ha cosechado sino decepciones de los ingenuos y mucha rabia de aquellos que ya no le creen y/o que nunca lo han hecho.

 

En esta pasada se profundiza el modelo de mercado en la educación superior y se eterniza la mochila de deudas que deberán soportar los que han accedido a una institución de dudosa calidad, a una carrera que no le va a servir de nada, salvo para endeudarse por decenios.

 

Michelle Bachelet a la cabeza de la Nueva Mayoría prometió una falacia: hacer cambios estructurales mientras está vigente el paradigma que lo ordena todo y que define  una cultura en que todo es susceptible de venderse y de comprarse. Donde jamás la educación podrá ser un derecho.

 

La discusión ha sido llevada a un falso dilema: educación pagada o gratuita. Relegando a un segundo plano aquello que es de verdad relevante: la responsabilidad del Estado en lo que a educación se refiere.

 

Y en ese punto se llega a la conclusión evidente: la que hoy existe es la educación que corresponde precisamente a esta cultura instaurada por la tiranía y perfeccionada con ahínco por los sucesivos gobiernos. Aquí y ahora, no podría haber otra

 

Y al ser parte sustancial del modelo, no es posible cambiar un ápice de sus lineamientos centrales porque el sistema no lo permite. En este dominio no es posible seguir avanzando más de lo que se ha hecho, que, como se puede observar, no han sido sino paliativos superficiales, cuando no mera pirotecnia.

 

¿Ha visto una mosca tratando de cruzar por una ventana cerrada?

 

 La lucha que han venido dando los estudiantes prácticamente solos, ha arrinconado a los poderosos que dirigen el país hasta este extremo.

 

Los administradores del sistema, la Nueva Mayoría y la ultra derecha, casados en cuerpo y alma con el modelo, saben que hasta aquí llegaron. Que no pueden estirar más los horizontes de una cultura que ya ha cedido demasiado. Saben que no se van a suicidar solo por darle en el gusto a los que salen a la calle a exigir derechos.

 

Y que no van a hacer más de lo que ya han hecho.

 

Más temprano que tarde deberán confesar que las ofertas electorales no fueron sino respuestas retóricas a una situación en la que no podían sino que engatusar a la gente necesitada de algo que le llenara sus esperanzas.

 

El día en que se construya otro paradigma que esta vez defina de distinta manera lo que se quiere como sociedad, como país, cuando la economía tenga una función distinta a la de crear millonarios a costa del sufrimiento de la gente explotada, tenga o no conciencia de ese estado, cuando se defina un rumbo de desarrollo que considere a las personas y a la naturaleza como sujetos de derechos, entonces hará irrupción una educación coherente con esas definiciones.

 

Un consenso mayoritario para construir ese país decente, requerirá de una idea de educación para que sea imagen y semejanza de la sociedad que se quiere construir. La educación no cambia la cultura dominante, la reproduce.

 

Lo que se requiere para abordar los cambios que los actuales poderosos jamás intentarán, es una explosión popular que, adquiriendo múltiples formas, termine por expulsar a los sinvergüenzas de todos los poderes.

 

Y esa energía del pueblo, invencible y definitiva, deberá asumir la inteligencia colectiva necesaria para proponer la construcción de un país distinto, fundando en el respeto a los derechos humanos y de la naturaleza, en donde no sean posible los poderosos que han hecho de este país, una mierda de país.

 

El pueblo de Chile tiene una larga tradición de lucha, es cierto, con más bajos que altos. Y cuando ha superado ciertos niveles, los poderosos no han trepidado en violar las leyes que con tanto esmero han hecho y que defienden cuando les conviene. Y han impulsado matanzas, persecuciones, torturas, prisión y exilio.

 

Los poderosos, cuando ven amenazados sus egoístas intereses, no se miden en gastos.

 

Por eso se trata de enhebrar las luchas que cada uno da por su lado, en una sola de todos. Las leyes que pondrán las cosas donde corresponde, no están siquiera imaginadas. Se trata de que los genuinos representantes de la gente hagan las normas que luego van a definir el modo en que viviremos.

 

Y que los que en el futuro manden, sepan que obedecen al único dueño del poder: el pueblo

 

Sueña en falso el que cree que en las condiciones actuales se puede hacer algo más que lo que se ha hecho.

 

Lo que viene es un tiempo de lucha solo comparable con el que botó a la tiranía. Y al sistema no le quedará más que aumentar los grados de su represión. Y a la gente el sagrado derecho a defenderse como sea.

 

Un primer paso, es salir a la calle sin permisos ni asentimientos.

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