Noviembre 19, 2024

Primarias legales y la debacle de la representación política

 

Las explicaciones, justificaciones y lamentaciones con ocasión de la abstención de cerca de un 95% en las primeras elecciones primarias legales para candidatos municipales, sobran y las hay para todos los gustos:

 

 

En primer lugar, los partidos políticos del duopolio hicieron todo lo posible para que estos comicios fueran una mascarada, pues sólo se elegían candidatos en 90 comunas de un total de 360  y, de hecho, ningún alcalde incumbente arriesgaba su candidatura en las primerias – por secretaría ya estaba elegido – y los partidos que integran la Nueva Mayoría no se pusieron previamente de acuerdo en la inscripción en el SERVEL y, en el colmo de la tontería, culpan a esta institución del fracaso en la escasa participación ciudadana. No hay que ser excesivamente mal pensado  para creer que los partidos políticos querían que los ciudadanos no votaran – en el fondo, las primarias son una verdadera molestia -.

En segundo lugar, las explicaciones con motivo del encuentro futbolístico que opacaron el acontecimiento electoral – como el de los siete goles del equipo chileno contra el arco de México, que vinieron como regalo para el día del papá, y que no tienen nada que ver los partidos políticos, sino el alto pode4r de convocatoria que tiene el futbol y la familia, única protección frente a un mundo hostil e inexplicable -. (El intendente de Santiago no se le ocurre nada mejor que culpar los asados para celebrar cada gol  chileno de la emergencia ambiental; tal vez quisiera que el equipo perdiera en las semifinales con Colombia para tener algo de ventilación en la ciudad de Santiago).

En tercer lugar, hay que entender que el universo electoral no  es de cinco millones de votantes, como se ha señalado varias veces en la prensa, sino de aquellos que puedan “acarrear” los partidos políticos concernidos: si consideramos que estos conglomerados sólo cuentan con el apoyo de un 3% de la ciudadanía y, además son máquinas burocráticas que propenden a la reproducción de las oligarquías en su interior, no faltará el político cínico que pueda sostener que el número de electores – alrededor de 250.000 – es un verdadero éxito, pues constituye una cifra mayor que el 3% de apoyo a estas colectividades políticas, y a la suma del conjunto de los padrones de militantes de los partidos – incluso, un dirigente político, muy orondo por cierto, dijo que “habían votado 60.000 personas más que en las primarias anteriores -.

En cuarto lugar, no faltan los gurús que propongan como última solución instaurar el voto obligatorio, ante la incapacidad de los partidos políticos para re-encantar y atraer a los ciudadanos, así, si por las buenas no participan de los comicios, por las malas lo harán por miedo a la multa – claro está que muy pocos ciudadanos se abstendrían, incluso, pagando la penalidad para demostrar su rechazo al sistema < santos laicos hay muy pocos> -.

En quinto lugar, podría considerarse la propuesta de uno de los premios Nobel de Literatura, el portugués José Saramago, en su obra Ensayos sobre la lucidez, en la cual relata que en un pequeño poblado lusitano, el 75% de los ciudadanos votó nulo, y lo continuó haciéndolo en las sucesivas repeticiones de los comicios, en medio de la aplicación de la ley de seguridad interior del Estado.  Este modelo de manifestar el quiebre con el sistema político exigiría una gran conciencia de las responsabilidades cívicas y una marcada disciplina social.

En el fondo, la abstención no es sólo un fenómeno nacional, sino que abarca dimensiones mundiales. En la actualidad sólo votan los empresarios y los propietarios de bancos, pues los simples ciudadanos deben limitarse a elegir entre las alternativas que los potentados les presentan en los comicios, lo cual denominamos “democracia bancaria”.

En la Grecia antigua sólo votaban los eupátridas, que les permitía tener un número para participar en un sorteo, hecho que escandalizaba a Sócrates, en boca de Platón, pues no podía entender que un gobierno resultara del azar, permitiendo que ignorantes cultivadores de habas rigieran la ciudad y no los filósofos, a quien por su sabiduría correspondía el gobierno de la polis.

En el siglo XVIII se contrapusieron dos concepciones centrales del poder político: en la primera, planteada por Jean  Jacques Rousseau, el mandatario debería atenerse siempre a las órdenes que le dan sus representados, si no las cumple, de inmediato pierde el cargo; la segunda, la de Edmundo Burke, crítico de la Revolución Francesa, quien sostenía que el lema “Libertad, Igualdad y Fraternidad”, había sido reemplazado por el de “matanza, tortura y horca”. En su epístola a los electores de Bristol dice: “Este es un régimen representativo en el cual el representante es designado no por todos los que él representa, sino por quienes están especialmente habilitados y gozan de una libertad absoluta para hacer prevalecer su voluntad sin tener que rendir cuenta a sus representados, imponiéndole a esos últimos como si ella fuera una manifestación de su propia voluntad”, es decir, durante su mandato, el representante puede obrar a su entera libertad sin verse obligado a rendir cuenta a sus representados.

En la Asamblea, instaurada en la Revolución Francesa, había dos categorías: los ciudadanos activos, los que pagaban impuestos, y los pasivos, que eran todos aquellos que no podían votar por no contribuir. En la Convención republicana se aplicó, por primera vez, el sufragio universal, y, sobre todo el tipo de mandato según el cual el elegido tenía la obligación de cumplir el mandato de sus electores (J.J. Rousseau); este principio se aplicó en la expulsión de los 22 diputados girondinos, que está muy lejos de ser el golpe de Estado jacobino, como lo sostienen algunos historiadores, sino la rigurosa aplicación de la democracia directa y del mandato roussoniano.

Ante el agotamiento de la democracia representativa, bancaria, electoral, oligárquica y plutocrática, no queda otro camino de superación que la rigurosa aplicación de la democracia directa y del voto imperativo, es decir, que los representantes sean sometidos a la voluntad de los representados, y que de no cumplir el mandato para el cual fueron elegidos, debe cesar inmediatamente en su cargo.

La lógica de la representación generalmente termina en oligarquía.

Rafael Luis Gumucio Rivas (El Viejo)

21/06/2016                      

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