El atentado terrorista perpetrado contra un centro de diversión de gays y transexuales, fundamentalmente frecuentado por latinos, le cae como anillo al dedo para favorecer la candidatura presidencial de Donald Trump, que cuenta con la mayoría de los delegados necesarios para ser proclamado como el abanderado en la Convención Republicana.
No es difícil establecer una comparación entre la figura de Trump, millonario neoyorquino, con el tirano nazi, Adolfo Hitler, o el fascista Mussolini. Para entender el éxito del adinerado líder es necesario adentrarse en un fenómeno de características mundiales en la actualidad que consiste en el rechazo de los ciudadanos a las castas políticas y empresariales, especialmente en lo que podríamos llamar el hombre común y corriente que, en el caso norteamericano, corresponde al hombre blanco, perteneciente a la llamada “América profunda”. En este sentido, el discurso racista, discriminatorio y xenófobo ha sido acogido positivamente por este sector de la sociedad estadounidense.
La idea, por ejemplo, de construir un muro en la frontera entre México y Estados Unidos, que fuera, además, costeada por el país del sur, que a simple vista pudiera aparecer como una monstruosidad, fue una de las banderas que le permitió ganar a Trump aglutinar a sectores de la ciudadanía, ya hartos con la política tradicional del bipartidismo norteamericano.
Por otra parte, muy lejos de provocar rechazo su discurso anti inmigrantes musulmanes especialmente, la acogida a su discurso ha tenido eco en amplios sectores de la sociedad norteamericana, que supera el sistema político tradicional. El rechazo al candidato populista de derecha por parte de la dirección del Partido Republicano, al final, está surtiendo el efecto contrario: cada día se afirma aún más la candidatura de Trump.
El reciente atentado en Orlando, el más mortífero en la historia norteamericana después del de Las Torres Gemelas ha sido aprovechado por el candidato republicano para hacer revivir las calumnias y las sospechas que caen sobre el Presidente Barack Obama acerca de “su relación” con el terrorismo musulmán – esta vez, Trump desliza estas imputaciones calumniosas en forma velada sosteniendo que Obama, ni Hillary Clinton no condenan explícitamente el radicalismo musulmán -. (Los Republicanos quieren hacer revivir las dudas sobre la calidad de ciudadanía norteamericana del Presidente, pidiéndole certificado de nacimiento y haciendo gala de un racismo sin límites).
Obama, por su parte, ha ironizado sobre la candidatura de Trump comparándola con un “reality show”, un payaso, que hace las veces de un político versado, cuando en verdad adolece de una supina ignorancia en varias materias, sobre todo sobre política internacional.
Lejos de abandonar su estrategia descalificadora, el candidato Trump, ahora prácticamente proclamado por el Partido Republicano, la ha radicalizado, con el consiguiente desagrado del “Establishment” del Partido Republicano.
El día en que se produjo la masacre, con 49 muertos y más de 50 heridos, Donald Trump declaró, muy orondo, que esta matanza venía a confirmar el aserto de su programa anti inmigratorio. Estas declaraciones claramente personalistas y autorreferentes demuestran, una vez más, que este candidato no es capaz de mirar el mundo más allá de sus narices.
Los dos candidatos a la presidencia de Estados Unidos expresan el sentido de una crisis profunda, no sólo del sistema de partidos políticos de este país, sino también de una casta en el poder que, día tras día está más separada del ciudadano común
Rafael Luis Gumucio Rivas (El Viejo)
17/06/2016