Por tratarse de un asunto de interés nacional que dice relación con nuestra historia, nuestra dignidad como chilenos y con algunos derechos fundamentales, me veo en la obligación de dirigirme a usted por esta vía.
El que un grupo de estudiantes secundarios ingresaran a la fuerza a la sede de gobierno me parece algo propio de adolescentes en su periodo rebelde; pero ello solo alcanza estas dimensiones cuando los padres no han sabido ganarse el respeto de sus hijos.
El Palacio de la Moneda ha tenido moradores de probidad intachable como don Jorge Alessandri, don Eduardo Frei Montalva, y el compañero presidente (así pedía se le mencionara) Salvador Allende. Así muchos le recordamos, usted nunca. En ningún discurso de los muchos que lee lo ha hecho.
Cuando la PDI allanó las oficinas del Palacio de La Moneda en busca del computador de Sebastián Dávalos sentí nuestras tradiciones republicanas agraviadas. Su gobierno no reclamó por eventuales ilegalidades o injusticias de la diligencia. ¿Qué trapicheos repugnantes se realizaban allí? Un lugar donde un presidente dio su vida por respetar y hacer respetar la dignidad de su cargo.
Usted les ha dicho a los estudiantes secundarios que ingresaron a La Moneda :“Claro que todos quisiéramos que fuera más rápido el avance de la reforma educacional, pero la verdad es que se discute donde corresponde, en el Congreso, con los tiempos que el debate democrático requiere”.
Presidenta, usted le da largas al asunto, usted no quiere poner término al negocio de la educación. Cuando Chile en 1811 no era más que una posesión rebelde del imperio español, cuando la patria sólo existía en los sueños de esos jóvenes y nobles revolucionarios, cuando nuestro patrimonio nacional eran unos cuantos barriles de pólvora y una bandera confeccionada con apuro por la hermana de José Miguel Carrera, aún en esas circunstancias crearon el Instituto Nacional, democrático, laico, público y gratuito.
Usted remite a nuestros jóvenes compatriotas al Congreso.
¿A qué le rinde culto usted? A la institución más desprestigiada del país, cuyos integrantes son clientes frecuentes de la justicia penal, donde la corrupción sale a borbotones. Cuya membresía se constituyó con campañas millonarias de dinero mal habido.
Usted y el suscrito estudiamos en la Universidad de Chile. Por qué no hace nada por reinstalar como corresponde esa casa de estudios, que fue nuestro orgullo nacional y que la dictadura destrozó a machetazos como expresión práctica de esa brutalidad expresada a gritos por el general Millán Astray “Viva la muerte, abajo la inteligencia”. Usted y yo estudiamos gratis en la universidad de Bello.
Usted ha dicho: “En los tiempos que el debate democrático requiere”. No señora presidente, los jóvenes no tienen tiempo, hay una edad para estudiar, después una vida sin estudios condena para siempre.
Nada me es más querido que mi patria, pero hay veces que he sentido vergüenza, no de ella sino de sus gobernantes. Como aquella vez que le fui a pedir la generosa ayuda de los cubanos para que le dieran una beca a una joven chilena para estudiar; ella es hoy médico como usted y trabaja en un consultorio. Nuestro presupuesto es 10 veces el de los cubanos y nosotros les pedimos becas a ellos. Muchos jóvenes han emigrado a Argentina a estudiar en base a la gratuidad existente allí. Pero nuestro gasto militar es muy superior al de nuestros hermanos argentinos.
¿Cómo les podemos decir a nuestros jóvenes que la Patria se defiende? Que la Patria se lleva en el corazón. Para ellos, es lo que ven, la república de Chile no es más que enormes instituciones de donde el dinero se saca por millones para beneficio de la casta política. Por eso cuando algún vecino se insolenta a muchos chilenos le da lo mismo.
Si usted fue becaria de los norteamericanos trate de no olvidar que nació en Chile.
ROBERTO AVILA TOLEDO