Luego de mantenerse durante 8 meses al frente de la preferencia electoral, la polémica precandidatura del millonario Donald Trump hace crecer la inquietud dentro de un importante sector del Partido Republicano.
El pasado domingo, en sendos comunicados, los equipos de los precandidatos Ted Cruz y John Kasich anunciaron la coordinación de sus estrategias de campañas para no hacerse la competencia en tres de los estados que faltan por votar. La campaña de Cruz “se centrará en Indiana y dejará el camino libre para el gobernador Kasich, en Oregón y Nuevo México”, reza el comunicado.
John Weaver, estratega de campaña del conservador moderado Kasich, declaró: “Nuestro objetivo es tener una convención abierta en Cleveland, en la que estamos seguros de que emergerá como nominado un candidato capaz de unir al partido y ganar en noviembre”.
Por su parte, Jeff Roe, jefe de campaña del ultraderechista Cruz, afirmó: “No sólo Trump sería arrasado por Clinton o Sanders, sino que tenerlo como nominado haría retroceder al partido una generación”.
Según expertos, se trata de una desesperada maniobra que mide la preocupación del liderato republicano, ante la posibilidad de que Trump gane los 1,237 delegados necesarios para llegar como nominado a la convención del partido a celebrarse del 18 al 21 de julio de 2016.
Hace varias décadas, dos de los principales científicos sociales norteamericanos, Martín Gilens y Benjamín Page, aseguraron que “el sistema político estadounidense había funcionado como una oligarquía formada por la elite rica y las corporaciones. Durante todo este tiempo estaban dirigiendo el país para promover sus intereses, sin tomar en cuenta la voluntad de la mayoría del pueblo e ignorando prácticamente qué partido está a cargo del Congreso y del Gobierno”.
Trump, a pesar de ser un oligarca, la campaña en su contra lo define como un candidato “intruso”. Según el autor del proyecto “Contrato con América” (1994), Newt Gingrich, ideólogo de la ultraderecha perteneciente al clan Bush, “Trump es un intruso en el Partido Republicano, no pertenece a ellos, no es miembro de su club, además de ser incontrolable. No pasó los ritos de iniciación de “Calavera y Huesos”, no pertenece a su sociedad secreta, nunca juró la fidelidad a sus élites. Trump simplemente no es parte de ellos”.
La historia política más reciente de EU registra tres casos donde las “élites” no cedieron el poder al candidato considerado “intruso”: Barry Goldwatter perdió frente a Lyndon Jonson en 1964, por una campaña difamatoria organizada por el clan Rockefeller. En 1992 el candidato independiente y millonario, Ross Perot, renunció a su postulación en su momento más favorable, sugiriendo la existencia de una conspiración de la “élite”. En octubre de 2000, el presidente de la Cámara de Representantes de Florida, Tom Finey, contrató un programador de la NASA, Clint Curtis “para hacer fraude sustancial en el conteo de los votos”, y hacer ganar a George W. Bush frente a Al Gore.
El fenómeno político de un partido que rechaza el nominado de mayor preferencia de voto, fue recientemente explicado por el ex fiscal adjunto de EU, Andrew McCarthy: “Donald Trump no es la causa del deterioro de nuestra política, sino el efecto del deterioro de nuestra cultura”.