Noviembre 20, 2024

Los cabildos, ¿una maniobra distractora o una ética de la convicción?

Hace un tiempo que el gobierno actual a la deriva está llevando a cabo “la renuncia sin realismo”. Cabría preguntar si los anunciados cabildos corresponden a una táctica para distraer a la opinión pública o, simplemente, una auténtica ética de la convicción – según Max Weber -.

 

 

En Chile, la única Constitución que surgió de asambleas provinciales – especie de cabildos – fue la de 1828, redactada por el rebelde gaditano, José Joaquín de Mora, uno de los pocos personajes valiosos de nuestra historia, junto con Francisco Bilbao, Santiago Arcos, José Miguel Infante, José Victorino Lastarria y Salvador Allende. Los héroes que han consagrado a nuestros historiadores reaccionarios son dictadores, pillines y mandones de baja estopa y enemigos de la democracia, empezando Bernardo O´Higgins, pasando por Diego Portales, el “Negro” Manuel Montt, Arturo Alessandri, hasta Augusto Pinochet y los presidentes que le sucedieron.

    Suponer que una Constitución sea aprobada por unanimidad es digno sólo de Tontilandia, y definir la Constitución como “la casa de todos” o “la mesa en común” es una utopía, propia de los académicos constitucionalistas, pues todas las Cartas Magnas de los países del mundo terminan impuestas por mayorías y, siempre, habrá reaccionarios que no aceptarán nunca la soberanía popular. Así ocurrió con la surgida luego de la independencia de Estados Unidos, lo mismo con la revolución francesa y, en España, con la de 1812, llamada La Pepa, la de la segunda república, en 1931, y la actual, de 1978 – en el Consenso de La Moncloa -; la Constitución alemana fue impuesta por los ocupantes, luego de la segunda guerra mundial.  En América Latina, lo mismo ha ocurrido con la boliviana, ecuatoriana y venezolana, incluso la colombiana, en que siempre hubo opositores al cambio.

    Suponer capacidades mágicas a una Constitución es una estulticia: por lógica, una Carta Fundamental debe surgir del derrumbe de un tipo de dominación oligárquica que, a mi modo de ver, está agotada en Chile, y no estamos en una crisis de confianza sino en un derrumbe de instituciones dictatoriales que no tienen nada de democráticas, menos de republicanas, heredadas de un dictador y sátrapa, y gestionada por la derecha y por los traidores de la Concertación – vienen a ser parte de la misma casta -.

   Es evidente que lo único que pretende la  derecha chilena – encabezada por la UDI – es proponer algunos cambios cosméticos para así mantener la misma Constitución, sólo con los afeites de una “vieja ramera” que, aun cuando use vistosos ropajes – como los empleados por los ministros del profesor Lagos – siempre será ilegítima y dictatorial.

   El abogado constitucionalista, profesor Fernando Atria repite, hasta el cansancio que la Constitución de 1980 es tramposa y que las reglas favorecen siempre a la derecha, entonces, ¿por qué razón los dueños de Chile y sus yanaconas de la Concertación quisieran cambiarla? ¿Por qué se van a suicidar cuando tienen ya idiotizados a los fascistas pobres y a la clase media emergente? ¿Qué les puede importar a estas personas que el 70% de los chilenos – reflejado en varias encuestas – quiere una nueva Constitución?

    En la historia chilena, salvo durante el período pipiolo, (1823-1828), el pueblo nunca ha participado en la proposición, diseño, redacción y reglamentación de ninguna Constitución, pues sólo se le ha convocado a refrendarlo en plebiscitos ilegítimos, bajo el poder de demagogos y de fusil – el plebiscito de 1925, para legitimar esta Constitución de Arturo Alessandri, es tanto o más ilegítimo que el que refrendó la de 1980. En su origen, las tres Constituciones chilenas (1833, 1925 y 1980) son igualmente ilegítimas, y sólo se diferencian en su ejercicio: la de 1833, por las reformas liberales; la de 1925, que se convirtió en legítima, democrática y republicana gracias a las reformas del llamado “bloque de saneamiento democrático (1958), que terminó con la proscripción política y el cohecho, que desvirtuaba gravemente el poder de la soberanía popular – debido a esta revolución electoral fueron posibles los triunfos de Eduardo Frei Montalva y de Salvador Allende -.

   En sí el llamado a esta forma de participación ciudadana, los cabildos locales y provinciales, implementados por un comité de desconocidos para el gran público y al cual muy poca gente le hace caso, no es una mala idea en sí en un pueblo de carneros y dominado por la anomia que se abra un debate político con la participación de la ciudadanía sobre el país que queremos, y que, de paso, sirve de aporte para combatir el analfabetismo político, que está llevando a las masas a tener que elegir cuál de los verdugos le corta mejor la cabeza –Pinera o Lagos -.

   Las ideas que surgen de los cabildos no son difíciles de prever y, muchas de ellas, aparecieron en las manifestaciones ciudadanas – primero de parte de los pingüinos, en 2006, luego Magallanes y estudiantes, en 2011, Aysén y otras provincias, en 2012 que, en resumen, sería 1) el terminar con el Chile centralista y la construcción de una república federal; 2) el reemplazo de la subsidiaridad por un Estado de garantías, es decir, educación, salud y vivienda, como deber del Estado, pudiendo cualquier ciudadano querellarse por su incumplimiento; 3)el fin de la monarquía presidencial y la instauración de un sistema semipresidencial, con un Primer Ministro, que responda ante el Parlamento; 4) supresión de la excrecencia política de la institución del senado, y su reemplazo por una Asamble única; 5) revocación de todos los mandatos de elección popular por pérdida de confianza y credibilidad por parte de los electores; 6) fin de las AFP y Isapres; 7) nacionalización de todas riquezas básicas; 8) prisión efectiva para empresarios coludidos, y aumento de penas aflictivas para delitos de personajes de cuello y corbata; 9) terminar con las cárceles especiales – Punta Peuco, entre ellas -; 10) terminar con los tribunasles militares; 12) poner categórico fin al Tribunal Constitucional; instauración de la democracia plebiscitaria, que venga a complentar la representativa.

 Los famosos cabildos encierran una trampa, pues no son vinculantes y, en este sentido, pueden convertirse en una gran encuesta ciudadana, pero sin ninguna trascendencia, pues las decisiones finales las toma las reina y su corte. Por lo demás, el cerrojo de todo este proceso reside en el actual parlamento espurio e ilegítimo, pues basta un tercio de “pelucones” reaccionarios y fascistoides para paralizar toda esta “fanfarria”.

   En conclusión, me parece más una maniobra distractiva que la exoresión de unas ética de la  convicción. Hace tiempo que el actual gobierno dejó de creer en sus ideales y programas de gobierno para entregarse a la dictadura de los Walker, los Burgos y los Martínez.

Rafael Luis Gumucio Rivas (El Viejo)

16/04/2016        

 

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