Noviembre 17, 2024

Apocalíptico, presente y muy real

La realidad social ha perdido los matices y se expresa de manera desembozada, sin rodeos ni retórica. Los hechos ruedan, chocan y se elevan fuera de cauces, desbordados. El orden, cualquiera sea su norma o naturaleza, ha sido superado. Desde el clima a las ciencias sociales, desde el sentido de la historia a la idea del futuro. Una escena que se caracteriza por su crudeza pero también por su entropía. Las contradicciones propias de los procesos históricos se amplifican como el gran sello de nuestros días.

 

 

Esta realidad está expresada con vehemencia en las políticas latinoamericanas, pero no sólo en ellas. Tras algunos años de gobiernos progresistas, los que estimularon y destacaron las contradicciones propias del capitalismo, en nuestras latitudes presenciamos y padecemos otra vez más la violenta reacción de las fuerzas conservadoras, que parapetadas nuevamente tras el poder político, como en Argentina o Venezuela, reclaman su histórica hegemonía. La desinstalación de todas las políticas de inclusión social por el gobierno de Mauricio Macri o la acelerada presión en Venezuela desde la oposición para derrocar el gobierno de Maduro son sólo algunas expresiones de la creciente lucha de clases que se vive en el continente.

 

El poder del capital busca con obsesión la restauración conservadora. Lo viene haciendo desde su prensa, desenmascarada nuevamente y convertida en feroces órganos de difusión partidistas que buscan la imposición enceguecida de su proyecto. Una recuperación del territorio que, en estos momentos, es la regresión a un modelo desde hace años fracturado. A diferencia del auge neoliberal planetario tras el colapso de la URSS y los ex países socialistas hacia finales de la década de los 80 del siglo XX, en esta oportunidad es la reanimación de un sistema en franca agonía. Lo que hace Macri, o lo que intenta la derecha brasileña, no es la fundación de un proyecto de desarrollo sino el asalto y la apropiación del  Estado.

 

El capital y sus referentes políticos regresan para consolidar la crisis terminal. Sin rutas previstas ni proyectos sociales, el presente tiene como sello, junto a las contradicciones y el desorden, el deterioro, la corrupción y la anomia, mezcla espesa  que cubre todas las instituciones públicas y privadas empujando las contradicciones a límites intolerables. Aquella fusión oscura y pegajosa entre las elites privadas y públicas, entre los controladores de los espacios económicos, políticos, sociales, mediáticos y culturales, ha abierto una brecha insondable entre las ciudadanías y los cada vez más concentrados poderes. Un proceso medido por las estadísticas económicas, que si bien registran niveles de desigualdad propios de sociedades monárquicas o autocráticas, no logran aún constatar el creciente e histórico repudio de la población a sus gobernantes y controladores.

 

Este fenómeno ha llevado a los sistemas políticos basados en las democracias representativas a su descrédito y su derrumbe. Lo observamos en democracias de diversas profundidades y extensiones, desde Estados Unidos, México, Brasil hasta nuestra Patagonia. Chile, hace pocos años modelo neoliberal para la región, sucumbe y se hunde día a día bajo el peso de sus herrumbrosas instituciones. Un desplome a punto de entrar en una precipitación de eventos entrelazados y fuera de todo control.

 

La pregunta que nos podemos hacer es qué contiene la explosión social. Por el momento, ya se expresa como guerra de baja intensidad en Centroamérica y México bajo el rostro del  crimen organizado, fenómeno que comienza a filtrarse y reproducirse hacia los países del sur del continente. Junto a las elites corruptas, parapetadas bajo el poder del Estado y las fuerzas de orden, la ciudadanía abusada busca sus espacios para sobrevivir en esta anomia.

 

La visión que podemos tener es la emergencia de un escenario de terror, aun borroso pero real. Ante esta realidad, cruda y violenta, la única vía es la esbozada y propuesta por no pocos analistas y cientistas políticos, como Eduardo Gudynas, Raúl Zibechi o el mismo David Harvey.  Sólo la organización social, la creación de nuevos referentes colectivos y autónomos con nuevas formas de gestión puede impedir nuestra completa zozobra.

 

 

PAUL WALDER

 

 

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