En el curso de los años ‘60, Richard Nixon creó la expresión “mayoría silenciosa”, en oposición a los grandes sectores emergentes que participaban de la campaña por los derechos civiles, contra la guerra de EE.UU. en Vietnam; mayoría que sería silenciosamente conservadora. Ese “país profundo” depositaría en las urnas su voto a favor de la derecha, en contra del bullicio de las calles, protagonizado por una minoría de activistas. El propio Nixon resultó electo presidente, finalmente, cortando la racha de gobiernos demócratas y la agitada década de los ‘60, como para confirmar su hipótesis.
Un tiempo después, cuando Ronald Reagan despuntaba para ser gobernador de California, y después presidente de EE.UU., mucha gente decía que era imposible que un pésimo actor de películas de cowboys alcance la presidencia de los Estado Unidos. Pero él se eligió y se reeligió presidente del país más importante del mundo, consagrado por la victoria norteamericana en la guerra fría y la desaparición de la URSS.
Posteriormente, frente a George W. Bush, Reagan parecía un intelectual, pero Bush se convirtió en presidente de los Estados Unidos por dos mandatos. Todo parecía confirmar la tesis de Nixon.
Ahora, en pánico, mucha gente se pregunta si Donald Trump puede ser elegido presidente de los Estados Unidos, en las elecciones de este año, a pesar de sus posiciones ultra conservadoras, que él, sin rodeos, defiende en las primarias del Partido Republicano, proyectándose como favorito para ser el candidato del partido.
Desde 1980, con el inicio de primer gobierno Reagan, Estados Unidos ha sido, en el espacio de los últimos 36 años, gobernado 20 años por los republicanos y 16 por los demócratas. Es más, han controlado por el período más largo el Congreso norteamericano. Y algunos demócratas, tal el caso de Clinton, han dado un giro conservador en las orientaciones del Partido Demócrata. Así, el conjunto del sistema político se ha tornado más conservador en las últimas décadas.
El propio Partido Republicano pasó por el Tea Party, hasta llegar a la avalancha de Donald Trump, que pueda que no gane las elecciones de noviembre, pero seguramente va a empujar el centro político más a la derecha.
Pero no es solo un fenómeno norteamericano. En Europa, a pesar de la profunda y prolongada crisis neoliberal del capitalismo, las corrientes que más crecen y se fortalecen son las de extrema derecha, que ya estaban enraizadas en Francia y ahora llegan a Alemania. Pero se reproducen en toda Escandinavia, así como en casi todos los países del este europeo.
Así como en el discurso de Trump, el tema de los emigrantes es central en todas esas corrientes, donde exhalan todo su odio, su discriminación, su egoísmo. Porque el emigrante es “el otro”, “el extranjero”, “el bárbaro”, mientras que ellos se asumen como “los civilizados”. Blancos, religiosos, violentos, van construyendo una nueva derecha, todavía más conservadora, de mayor exclusión social, étnica y cultural.
Los fundamentalismos islámicos surgen en el campo político contrapuestos a esas corrientes, pero componen un movimiento similar de intolerancia, odio, violencia, exacerbados. Contribuyen a componer el cuadro de nuevas corrientes conservadoras emergentes en el mundo.
En América Latina, las sucesivas derrotas de la derecha en los países con gobiernos anti-neoliberales, ha conducido a procesos de radicalización de la derecha. Desconocimiento de los resultados electorales, intentos de desestabilización política mediante campañas mediáticas con reiteradas denuncias y terrorismo económico, busca de descalificación personal de los líderes populares, acciones violentas de grupos terroristas, que han tenido, como una de sus consecuencias, la radicalización de sectores más o menos amplios de la clase media. Se buscan reinstaurar climas ideológicos de la guerra fría, con la intolerancia, la discriminación. Se valen del control monopólico de los medios de comunicación para generar climas de desestabilización política, con pérdida de legitimidad de gobiernos, desprestigio de sus líderes, denuncias de corrupción generalizada de los políticos y de los partidos.
Todo esto produce procesos de despolitización, de desplazamiento de los grandes temas y desafíos de fondo que tienen esas sociedades, hacia temas como los de la corrupción, que es utilizado para criminalizar al Estado, que sería la fuente de la corrupción, según esa versión, pero que absuelve a las grandes empresas privadas. Es, a la vez, una operación de bajar el auto estima del pueblo de cada país. Porque sin ello, la derecha no logra imponerse, sin un pueblo desmoralizado, la derecha no puede imponerse.
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