Noviembre 16, 2024

Reformas: egoístas y mediocres

Estimulados por sus éxitos legislativos, personeros de la Nueva Mayoría se turnan para mostrar los avances de su programa de gobierno. Y casi sin respirar recitan: reforma tributaria, reforma laboral, reforma educacional, ley de aborto.

 

 

Y, a renglón seguido, atribuyen a sus victorias el rango de históricas.

 

Pero desde el mundo real, lo único que tiene parámetros históricos es la corrupción de la cultura impuesta luego de que la dictadura atinara a dejar en buenas manos su legado, a juzgar por el cariño con que la Concertación, primero, luego el paréntesis derechista y la Nueva Mayoría ahora, perfeccionaran ese legado.

 

Lo cierto es que estas reformas no son sino avances rascas que no le han hecho un ápice de justicia a la gente castigada desde siempre.

 

Reformas tributaria que han sido hechas a la medida de los empresarios para mantener su contento y su tasa de ganancias, luego de esperar un cuarto de siglo para que se hicieran aún más ricos.

 

Cambios superficiales solo para descomprimir la rabia estudiantil y docente, pero que no han abordado como debe ser el origen del estado calamitoso de la educación que solo atina a formar personas con esperanzas fallidas, cuyo norte será vivir toda una vida endeudada.

 

La reforma laboral no ha hecho sino poner ataduras a la más importante herramienta de lucha de los trabajadores desde que el mundo es mundo: la huelga. Y esta reforma amenaza con acortar sus alcances, cercenar sus herramientas y controlar el poder que despliegan los trabajadores cuando se deciden, de vez en cuando, a luchar.

 

Se ha aprobado en primera instancia la ley de borto por tres causales. En este país regía la posibilidad de interrupción del embarazo desde el año 1931. Y sería la dictadura la que abolió lo prescrito desde entonces por el Código Sanitario.

 

Han debido pasar más de veinticinco años de reforzamiento del modelo del capitalismo más inhumano para que más encima se intente acallar las voces críticas con migajas vergonzosas y con rudimentos de justicia.

 

Y precisamente este cuarto de siglo debe ser el más fructífero para los poderosos enfermos de codicia que solo buscan ganar más y más sin saber para qué necesitan tanta riqueza. Malvados, siniestros, prepotentes, suman a sus logros haber cooptado a personas a los que, en otro tiempo y condiciones, de haber podido y necesitado habrían fusilado o hecho desaparecer sin remordimiento ni complejo.

 

Chile elevado a la categoría del país tal vez más desigual del planeta significa en hechos concretos que la mayoría de sus habitantes lo pasan mal, llevan una vida de mala calidad, en ciudades, viviendas, trabajos y servicios esenciales todos de bajo estándar.

 

Y si las cosas aún no detonan como siempre sucede, en estallidos sociales de impensables consecuencias, es porque los llamados a atizar el fuego de un horno que sí está para bollos, aún no se desperezan.

 

La ocupación militar descarada e impune del territorio mapuche no es sino una guerra que repta sucia y controlada intentando generar el mayor terror con los menos tiros posible.

 

Se respira estado de sitio en esas tierras robadas y castigadas. Se dispone de las fuerzas de ocupación de Carabineros de Chile para el cuidado de uno de los negocios más vergonzosos y criminales que se ha podido concebir: el Estado ayuda a los privados a financiar grandes plantaciones que matan la tierra y desplazan a sus habitantes.

 

Lo que parece una operación comercial no es sino una contrainsurgente que  busca matar las tierras, otrora el granero de Chile, para que sea imposible vivir, y reproducirse ahí. Un desierto es menos peligros que un indio.

 

Todo esto pasa mientras los políticos, corruptos develados y latentes, celebran alborozados las chauchas que tiran con desprecio. Y, peor aún, en el silencio consuetudinario de quienes por historia y principios, debieran rebelarse ante esa vergüenza.

 

Chile y su pueblo merecen mucho más que esos óbolos egoístas.

 

Pero mientras la función política esté controlada por esta costra de políticos y determinada por la actual Constitución, jamás habrá real justicia para las víctimas de esta cultura.

 

Indigna que esas migajas que se enarbolan como históricos logros de una presidenta que se dice  socialista, encabezando una coalición que se nombra democrática, no sean sino pequeñeces, miserias, dádivas muy alejadas de un básico concepto de lo justo.

 

Chile es un territorio plagado de riquezas a las que su gente no tiene acceso. Más de dos  tercios del cobre están en manos privadas. El litio, cien por ciento en manos de sinvergüenzas. Solo esos dos elementos explotados con un sentido de patria, alcanzaría y sobraría para procurar un buen vivir a la gente castigada.

 

Pero lo que abunda es un sentido de propiedad privada, más sagrada que la que los que parió.

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