Noviembre 20, 2024

Indecentes

Para ser un país corrupto no se necesita que todos los habitantes lo sean. Basta con que la carcoma de la sinvergüenzura nazca, crezca y se desarrolle entre quienes se han pasado por el perineo lo que han jurado observar y/o defender y por lo que reciben un sueldo que les mata el hambre y les compra los trajes con los que especulan en los mentideros.

 

 

Y que de paso definen la mala vida de todo el resto.

 

Los responsables de los desatinos cuando el tsunami del 2010, ante el cual sus resoluciones tardías y erráticas significaron la muerte de un número indeterminado  de personas, son condenados por la justicia a dos padre nuestro y un ave María ¿no es sino una acto brutal de corrupción que aleja la justicia a esa gente maltratada por la naturaleza y esas autoridades criminales?

 

Un burla miserable, una risotada ante los cadáveres que son sus cadáveres.

 

El sistema que con una pasión encomiable perfeccionó la Nueva Mayoría resulta no otra cosa que una máquina de robar.

 

Una docenas de botones de muestra.

 

La masificada conducta de colusión para cogotear a la gente de los productores de pollos, de las farmacias, del papel higiénico y tantos otros que aún se escapan, el robo descardo de  La Polar o Johnson y todas las multidiedas.

 

La compra o arriendo de políticos de todas las layas por parte de  PENTA, SOQUIMICH, cueva de pinochetistas, del banco BCI, la fraternal solidaridad del empresario Luksic con el entorno familiar de la presidenta, el financiamiento de CORPESCA a políticos de todo el espectro de sinvergüenzas.

 

El acopio de sustancias mortíferas en las cercanías de poblaciones densa y pobremente pobladas, los humos cancerígenos, residuos y relaves de mineras y generadoras de  energía construidas encima de muchas ciudades, la mierda y el mosquerío de empresas como Agrosuper, los numerosos alcaldes arreglados robándose la plata de sus vecinos, metidos en inmundo negocios con la basura domiciliaria, entre otros.

 

Y como en toda torta, la guinda. El Ejército jamás vencido hace su aporte con una chorrera de actos corruptos en los que jamás se sabrán los montos provenientes de ese pozo sin fondo que es el diez por ciento de las ventas  del cobre, y que fueron defraudados.

 

Por todas partes brilla con ostentación el mayor logro cultural de la Nueva Mayoría: la corrupción como cuestión normal, como cultura.

 

¿Cuántas otras leyes fueron digitadas por los empresarios inescrupulosos a los políticos rascas y ambiciosos?

 

¿Cuántos otros negociados se habrán desplegado en este tiempo de mierda para hacer millonarios a esos que antes desfilaban con un casco y un coligüe, amenazando con los paredones a sus ahora amigos, socios y vecinos?

 

¿Habrá que aceptar que a Chile lo hicieron mierda los bergantes y rateros que mandan sin legitimidad moral alguna?

 

Mientras tanto, los únicos que no se arreglan son los usuarios del Transantiago, los que deben plata, los que reciben el sueldo mínimo, los viejos que se pensionan con una miseria, los usuarios de los hospitales públicos, los funcionarios públicos que nunca saben si van a seguir con trabajo, los profesores maltratados y despreciados por casi todos, los estudiantes que no se saben como viene el futuro, los habitantes de los guetos que se construyeron para que no afearan los barrios de los corruptos, en fin, los que no han sido contaminados con el virus de la sinvergüenzura son precisamente las víctimas de éste.

 

Cuando la nube rosada sobre la que oteaba el paisito se le desvaneció a la primera presidenta de Chile, ni más ni menos que dos veces, no fue por el fuego de sus enemigos, ni por razones exógenas: fue pura y simple corrupción indoor.

 

Cuando, el ultra derechista Coronel Longueira, aquel hombre de Estado ensalzado por dizque sus contradictores, resulta que es sino un pillo bueno para la plata de los empresarios que le dictaron las normas que cagan a medio Chile, el asombro deviene en rutina floja y laxa. Ya casi nada es una sorpresa.

 

Y para hacer de un lunes un día agradable, se destapa el affaire de Marco Enríquez Ominami, quien ya ha tenido que salir él y su padrastro varias veces al ruedo de las explicaciones respecto de actos corruptos, el que nos cuenta del avión de lujo que puso a su disposición un corrupto brasileño, dueño de una empresa que está siendo investigada en Brasil por corrupción.

 

Guácala!

 

Lo dijo hace años ese filósofo nombrado el Polaco Goyeneche, Todo es cuento,  todo es  vil. Y atinó.

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