Noviembre 20, 2024

La lucha de un Mapuche en el Chile de hoy

 

“Parto formulando una pregunta concreta, cuya respuesta, con el paso de los años, he ido poco a poco respondiendo: ¿cuál es mi rol en la sociedad?, no sólo por ser joven profesional, sino por ser Mapuche, hijo de un pueblo milenario y proveniente de una comuna humilde y postergada de la Región de la Araucanía, Purén Indómito.

 

 

 

¿Cuál es mi lucha como joven Mapuche en el Chile? En un período en que observo cómo dramáticamente se desintegran nuestras comunidades y se ejecutan persecuciones políticas, policiales y judiciales hacia los jóvenes Mapuche, he vivido en carne propia estas persecuciones demostrando mi inocencia una y otra vez, dejando en evidencia que, para algunos, el solo término Mapuche, significa delincuencia, encierra un peligro inminente y para una sociedad consumista y arribista, el ser Mapuche es un estigma.

 

Los ejemplos de cómo a nuestro pueblo Mapuche se le castiga, lamentablemente sobran: la aplicación de la Ley Anti-terrorista a Mapuches que viven de la agricultura para poder subsistir. El rigor de la ley, sólo cargada hacia un lado, es una señal del intento extremo de judicializar la causa Mapuche que, a muchos molesta y tratan, entonces, de reducirla sólo a un problema de pobreza, ocultando importantes niveles de exclusión y marginación social.

 

Lo cierto es que el Estado está lejos de resolver la génesis de la discordia, mediante este tipo de métodos que no hacen más que ahondar en la discriminación de la que ha sido flanco el pueblo Mapuche, que sigue siendo oprimido, pese a estar ya en el Siglo XXI. Pero, también es postergado un grupo significativo de la sociedad civil, marginada y silenciada.

 

Es evidente que muchos de nuestros representantes políticos no tienen claro por qué luchar, por el contrario, murieron las utopías, los sueños que nacen de la esencia y de la búsqueda del bien común. Esto ocurre, mientras, en paralelo, gigantescos movimientos corporativos indiferentes a los valores de la democracia y la justicia social, se afianzan en estructuras de poder por sobre, incluso, el propio Estado.

 

Hasta ahora, escasean los esfuerzos por soluciones reales. Se suele creer que con entregar varios millones de pesos para comprar tierras, mediante la CONADI, la creación de un Ministerio para los Indígenas, sin los indígenas (la consulta se aplicó a 6 mil personas de 1.5 millones de indígenas), más programas de educación, salud y capacitación, o con simples llamados al diálogo de las partes en conflicto, se soluciona lo más urgente. Todo reducido a dinero.

 

Falta visión política, una mirada realista y una política concreta que realmente resuelva los problemas, no simples parches, se necesita cirugía mayor no más aspirinas, a un cáncer que ya es terminal.

 

Una vía para avanzar

 

La solución va mas allá de crear condiciones para el diálogo, se debe impulsar una propuesta clara sobre la participación real, no sólo consultiva y se requiere, además, el desarrollo humano de los pueblos originarios. La búsqueda de ésta, debe ir hacia un reconocimiento constitucional y una participación política digna en la toma de decisiones. No seguir viendo cómo las resoluciones se adoptan entre grupos cerrados, entre cuatro paredes y en donde la marginación de otros, fuera el lema de estos pocos que ostentan el poder y lo utilizan en su propio beneficio, mirando de reojo a los demás.

 

Y esta mirada de reojo, no sólo es de la derecha, sino también de la Concertación que es parte de la Nueva Mayoría. Sin embargo, dentro de la nueva alianza de Gobierno, esa misma práctica de mirarnos bajo el hombro se mantiene por parte de algunos militantes que están en cargos públicos, un mensaje para ellos, la ciudadanía aún espera la alegría que iba a llegar.

 

El Estado chileno debe solucionar la génesis del problema, ya que, de lo contrario, sólo seguirá fomentando un asistencialismo inerte. Hasta el momento, no se ha solucionado ningún conflicto, sólo se han apaciguado algunos gritos, por un momento, pero es imposible acallar el grito de libertad de un pueblo que viene hace siglos derrotando lo imposible, hoy somos nosotros los llamados.

Como Mapuche asumo la razón de mi lucha. Sé de dónde vengo y hacia dónde voy, tengo un sueño por el cual trabajar y entregar mis mejores esfuerzos. Alguien dijo “el que no sabe por qué morir, realmente no vive”. El hombre jamás está vencido del todo. Siempre la caída es breve, hay que aprender de ella y seguir caminando.

 

Los cambios en nuestro modo de vida y conducta no corresponden a un sometimiento a la dominación, sino a una adaptación a este nuevo contexto, en el que evoluciona la estrategia para salir de esta condición. No podemos permitir que nuestros derechos ancestrales sean pasados a llevar por una Constitución posterior a nuestro asentamiento en este territorio.

 

No se puede hablar de racismo Mapuche, si no, de resistencia centenaria y lucha por la dignidad ante una colonización, asimilación e intento de exterminio de nuestra cultura.

 

El ser joven no es sólo un privilegio, es un bien para la sociedad, por lo que debemos poner en práctica nuestra vocación de transformación social, nuestra capacidad creativa y nuestro razonamiento critico. Hoy, la discriminación continúa, cuántas veces hemos escuchado decir que somos “mapuchones aprovechadores, borrachos y flojos”, o Mapuche sin capacidad reflexiva y llaman “awincados”, a los que han tenido la posibilidad de llegar a la universidad. Para muchos, uno no pasa más allá de ser un “indio”, con formación, pero igual “indio” al fin y al cabo, entonces, me pregunto: ¿qué significa ser chileno?

 

El desafío consiste en que seamos capaces de instaurar una nueva forma de liderazgo, que permita ir generando y levantando una sociedad solidaria que dé igualdad de oportunidades a todos, para que logren su incorporación al campo laboral y a toda actividad económica, social y cultural que tienda al pleno desarrollo como personas, saliendo de la mera crítica a propuestas concretas, buscando un desarrollo sustentado en la paz como situación deseada y valor predominante, en torno al cual será posible edificar el consenso cotidiano.

 

La gran herencia que nos dejó el pasado son la violencia y la impunidad para el transgresor, pero nosotros no podemos volver atrás, debemos avanzar, la inteligencia y el diálogo tienen su sitio preferente, deben escucharnos los que se hacen los sordos y nosotros debemos hacernos escuchar. En caso contrario, veremos aparecer la intolerancia y la fuerza como mecanismo de solución de problemas. No queremos más y debemos dar la lucha en el plano alto de la dignidad y disciplina, demostrando que somos capaces de avanzar con la venia de la razón y con la fuerza de nuestras ideas, así jamás seremos culpados de hechos censurables.

 

No buscamos satisfacer nuestra sed de autonomía cayendo en el odio, degenerando nuestras protestas justas en violencia física. Es alarmante constatar que los gobiernos han llegado al extremo de recurrir a la violencia para manifestar su desacuerdo con nuestras reivindicaciones.

 

Esta lucha no debe llevarnos a desconfiar de toda la gente no Mapuche, porque varios de ellos, hoy, nos han ayudado. No somos racistas ante el resto de la sociedad, basta con observar los vínculos de solidaridad entre los pueblos indígenas y las clases sociales más postergadas del país y la réplica ejemplar en países latinoamericanos nos hacen concluir que su destino está amarrado al nuestro y hay una razón que nos debiera impulsar a aunar fuerzas: los participantes directos en la administración del sistema actual, han olvidado que el verdadero reto de los países emergentes debe apuntar al desarrollo de las grandes masas sociales y no a pequeños grupos económicos.

 

Es fácil observar que se ha confundido el desarrollo con el crecimiento, por lo tanto, las metas y necesidades de este sector postergado están unidas, inseparablemente, a las nuestras.

 

No podemos caminar solos y en este camino la promesa consiste en que trabajemos juntos, dejando de lado todo lo que nos diferencie y divide, trabajando sobre lo que nos asemeja y une, ubicándonos sobre las diferencias religiosas, inclusive, y antes de decir “no nos ayudan”, nos ayudaremos primero nosotros mismos y jamás dejemos de luchar por lo que nos corresponde.

 

No desistiremos en nuestra lucha hasta lograr las metas que nos hemos fijado. Estas son las palabras de quien sueña con un mañana mejor para Chile, los pueblos originarios y los postergados y de quien sabe que para un mejor mañana, debemos trabajar, ahora, en el presente. Si estás de acuerdo, entonces, lucha por forjar el futuro de nuestros hijos y el de nuestro pueblo”.

 

Por: Diego Ancalao, Vicepresidente Nacional de la Izquierda Ciudadana.

 

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